Ocurrió en San Simón. Allí Agustín Fernández Mallo tuvo la idea seminal de la novela que lo encumbraría como uno de los narradores españoles más consolidados de los últimos años. Hace tiempo que no es un desconocido en el ambiente, pero con Trilogía de la guerra ha alcanzado un nivel superior a lo que venía haciendo hasta ahora. Por eso, entre otras cosas, fue galadornado con el Premio Biblioteca Breve 2018. El libro premiado empezó a gestarse en esa isla de la ría de Vigo, en Galicia, en 2013, no muy lejos de su lugar natal: A Coruña. Lo terminó en Mallorca en 2017, donde reside.
San Simón no es un lugar cualquiera, sino un terruño donde ha pasado casi de todo y donde no es nada fácil entrar: de hecho, tiene acceso restringido y sólo se usa para eventos puntuales. A lo largo de la historia, sirvió de retiro espiritual tanto como de prisión para el pirata Drake y, más recientemente, como centro de represión durante la Guerra Civil Española después de haber sido, también, un leprosario. Agustín Fernández Mallo estuvo en esa peculiar isla y quiso fotografiar los mismos lugares que aparecían retratados en el libro Aillados, de Dámaso Carrasco Duaso. Viendo aquellas instantáneas terroríficas y contraponiéndolas con la época actual en la que apenas había nada que provocase ni un susto siquiera, más allá de un pájaro o una rama que cae a causa del viento, se preguntó cómo podía ser aquello, cómo comprenderlo, cómo escribirlo. Cómo podía él dar cuenta de esa diferencia descomunal entre el tiempo y el espacio, cómo su poética podía describir esos hechos históricos pasados donde varias personas murieron en circunstancias horripilantes y su presente en el que, a pesar de todo, era capaz de capturar imágenes sin ningún tipo de obstáculo relevante. En el fondo, su pensamiento iba hacia la cuestión de cómo narar el horror del conflicto y cómo los muertos nunca pueden contarnos qué sucedió realmente y, por lo tanto, somos los vivos quienes recreamos los hechos. El pasado, según él, no es otra cosa que un residuo activo del que nos servimos para crear nuestra propia realidad. La primera parte del libro se redacta desde esta óptica y transcurre en la isla de San Simón, en un juego de espejos entre la época en la que el espacio era un centro de cautiverio y su vacua utilidad actual, haciendo saltos geográficos, también, a Cabo Polonio, por la unión que uno de los personajes tiene con ese lugar de Uruguay.
Y no: esta no es otra novela sobre la guerra civil española. Lo que se planteó fue algo mucho más ambicioso que una novela histórica o plagada de acción en batallas apasionantes. Nada de eso existe: no lo esperen. Acá hay un texto organizado en tres libros diferenciados, con tres enfoques distintos y una narración que, como es habitual en su escritura,rinde tributo a Sebald pero, sobre todo, a Borges, escritor que admira al máximo, tanto que en las últimas páginas hay un homenaje clarísimo al Aleph. Pleno de digresiones filosóficas y un uso excelente de la metonimia, Agustín Fernández Mallo ha querido proponer que la red mayor no es la de internet que nos condiciona hoy, sino el diálogo entre vivos y muertos que ejercitamos cada día para ser en el mundo, para intentar comprender nuestro presente desde el pasado que lo conforma.
Si en el primer libro su foco estaba en su Galicia natal, en el segundo nos trasladamos hasta EE.UU. Esta parte, la más extensa de la obra, pierde a veces la fuerza que sí se consigue mantener en los otros dos espacios narrativos. Quizás con una profusión de escenas exagerada, en este fragmento central, el autor elige como narrador al cuarto hombre que pisó la luna, pero que nunca salió en imágenes porque era él, justamente, quien hacía las fotos en un momento en el que la selfie no estaba inventada. A través del personaje de Kurt, Fernández Mallo realiza una crítica a las supuestas bondades del sistema norteamericano y lleva al extremo el concepto de monstruosidad. Hace que el protagonista sea un posible votante de Trump enfrentado a sus propios principios ideológicos.
En el tercer libro le toca el turno a Europa. Ese mar en calma que supuso litros y litros de sangre hasta consolidarse como uno de los lugares más seguros de la Tierra, hoy está en peligro. El Brexit y la inmigración de personas que huyen de guerras catastróficas como la de Siria entran a formar parte de la acción y la protagonista, una mujer en este caso, narra cómo es enfrentarse ya no a la muerte tal y como la imaginamos sino a los ecos que deja en nosotros en forma de polvo de hueso con el que se hace la porcelana más exquisita. La mujer que nos lleva en esta tercera voz rememora un viaje con un antiguo amor por la zona de Normandía, y quiere llegar con sus pies cansados a esa playa en la que catorce hombres enviaron a morir a cien mil. Y una vez allí, el horror reaparece mientras todo se esfuma con un fuego que, a fin de cuentas, nunca se apaga.
A pesar de la dureza que implica toda la reflexión soterrada que hay en la novela, nada de esto está expresado como un canto lúgubre. Quien conozca la obra de Mallo sabe que no cree en la seriedad impuesta, que el humor es parte fundamental de la vida para él y, por lo tanto, también de su obra. Otro de los rasgos fundacionales de su poética es el reapropiacionismo, que de nuevo se integra en esta Trilogía de la guerra. Cuenta, de hecho, que ya siendo apenas un adolescente se dedicaba a tomar fotografías en blanco y negro y luego a colorearlas, creando algo nuevo a partir de esa base.
Poeta, científico y novelista, Agustín Fernández Mallo está a punto de publicar una nueva obra, esta vez en forma de ensayo y tomando, en gran medida, la sustancia que le llevó a ganar este premio que, curiosamente, no es otra cosa que la basura: dice que tal y como hacía Goya, la gran cultura no pasa por consumir únicamente productos excelentes, sino por redefinir la basura de los demás. El pasado comprendido como un residuo activo y ahí, al fondo, él coloreando fotos viejas en una isla al oeste de Galicia.