Hay una felicidad rara, un poco vergonzante, cuando descubrimos que los libros que amamos continúan. No importa mucho si la continuación es oficial o un poco espuria. En 1614, Don Miguel de Cervantes leyó que un tal Alonso Fernández de Avellaneda había publicado un Quijote. Al misterioso continuador le debemos la Segunda Parte oficial, hija del resentimiento: Cervantes sacó a su personaje a los caminos otra vez sólo para matarlo y evitar más continuaciones. Más allá del interés comercial, es posible imaginar que Avellaneda sintió lo mismo que los miles de autores de fan fictions hoy, que continúan las andanzas de Harry Potter o de Star Wars. Bastante muerte hay en el mundo como para encima soportar que los personajes de ficción se esfumen cuando llega el punto final.
Los grandes escritores son, a esta altura, como personajes de ficción. ¿Por qué resignarnos a no tener nuevos epigramas de Borges? (Y ya circula en la web un continuador magnífico del Borges de Bioy Casares). ¿Por qué no inventar unas Aventuras de Laiseca contra los chichis? No se trata de un proyecto ridículo, o no lo es más que otros. Pérez-Reverte tiene a Quevedo en sus novelas de Alatriste, Abelardo Castillo hizo de Poe un personaje teatral, Aira clonó a Carlos Fuentes. En esa genealogía, G. Neri construye en Tru & Nelle una encantadora novela juvenil a partir de la amistad real de dos nenes en un aburrido pueblo sureño. Los nenes se llaman Nelle Harper Lee y Truman Streckfus Persons, más conocido como Truman Capote.
Los verdaderos Nelle y Truman compartieron años de infancia a principios de la década de 1930 en Alabama, en un pueblo llamado Monroeville. Nelle era hija de un abogado importante, Truman vivía con la familia de su madre, un poco abandonado por un padre estafador y una madre con veleidades de estrella, en una gran casa llena de primos. Nelle era una nena poco dispuesta a asumir su rol de princesa y ofició de protectora para el extravagante y pequeño Truman. Juntos leían historias de detectives, compartían aventuras más o menos imaginarias, iban a ver juicios como quien va al cine y juntos escribieron sus primeros cuentos en una vieja máquina de escribir Underwood N° 5. La amistad continuaría hasta muchos años después de que Truman fuera arrancado “por Los que Saben” (como consigna con amarga ironía en su “Recuerdo de Navidad”) que decidieron que su lugar no era la granja en Alabama sino un colegio militar. Harper Lee fue la asistente y compañera en la investigación que culminaría con la escritura de A sangre fría, y según testimonios continuó en esos años protegiendo a Truman de su propia extravagancia: si los testigos hablaron con él, fue gracias a las sonrisas de Nelle. Según parece, la amistad se resintió recién en esos años, mediados de los 60, en parte por la falta de reconocimiento de Truman al trabajo de su amiga, quizás por cierta envidia que le produjo el éxito de la única novela de Nelle, Matar a un ruiseñor. De todos modos, en su correspondencia, aunque Capote la nombra pocas veces, es siempre con expresiones cariñosas. Y si bien han circulado comentarios amargos atribuidos a Harper Lee, su reclusión en Monroeville y su rechazo a hablar con la prensa, que mantuvo hasta su muerte en 2015, no permiten más que especulaciones. Mejor es conservar la imagen de esos dos nenes descubriendo el mundo y la literatura, y eso es lo que hace G. Neri en su novela.
Tru & Nelle cuenta la infancia de Harper Lee y Truman Capote. Entre episodios más y menos históricos, el modelo del libro es el de un género que dominó por décadas la literatura juvenil hasta que llegaron las grandes sagas, los magos y los vampiros elegantes: el policial protagonizado por niños o adolescentes, probablemente inaugurado por Mark Twain en Tom Sawyer, que tuvo un explícito Tom Sawyer detective. Más allá de su fascinación con Sherlock Holmes, Truman y Nelle leen, y resulta verosímil por las fechas de publicación, las series de libros de Tom Swift, los Hardy Boys y Nancy Drew: libros que, dicho sea de paso, podían encontrarse en las bibliotecas infantiles de cualquier lector argentino que haya pasado los cuarenta.
Aunque G. Neri cuenta en su bibliografía con una biografía ilustrada en verso de Johnny Cash y se ve que no lo asustan las extravagancias, True & Nelle es, sin dudas, un proyecto un tanto extraño: contar la infancia de dos escritores como una novela juvenil de detectives. Sin embargo, no hay que pensar que todo es fantasía. Aunque el epígrafe de Picasso nos advierte que “el arte es una mentira que dice la verdad”, en las notas finales que acompañan la novela nos ofrece otra clave: “cuanto más escandalosa e inverosímil es una escena, más se asemeja a la vida real”.
Buena parte de los episodios que se cuentan en Tru & Nelle fueron también narrados por Lee y por Capote, que no dejaron de volver a ese pueblito de Alabama. Aparece el conflicto racial de Matar a un Ruiseñor, en que tanto el encantador padre de Harper Lee como el propio Truman se reconocen como personajes. Aparece la adorable Sook, esa prima solterona y aniñada que fue la mejor amiga de Truman y se queda en el recuerdo de cualquiera que haya leído cuentos como “Un recuerdo navideño”, “El invitado de Acción de Gracias” o “Una Navidad”. La diferencia fundamental, más allá de las obvias y canónicas, está en el punto de vista. Aunque se concentren en recuerdos de infancia, los relatos de Harper Lee y de Truman Capote incluyen una mirada adulta: incluyen la tragedia, la pérdida y una profunda tristeza. Tru & Nelle no esconde el sufrimiento: Harper Lee, años después, hablaría de la infancia triste y nómade de Truman, y esa pena está presente. Sin embargo, es un libro luminoso, porque está escrito como si el narrador no conociera el futuro: como si los juegos de la infancia fueran el mundo.