Desde Jewabne, Polonia
El 10 de julio de 1941 un grupo de habitantes de Jedwabne, una pequeña población polaca al noreste del país ya bajo ocupación nazi, concentró violentamente en la plaza del mercado a sus vecinos judíos, los humilló y apaleó, y finalmente los llevó hasta un granero en las afueras, donde los quemó vivos.
El 10 de julio de 2018, en el 77 aniversario del pogromo, hay un silencio absoluto en el pueblo. Calles desiertas. Una imponente iglesia ocupa el norte de la plaza. Los que llegamos a conmemorar hacemos el recorrido de las víctimas. La primera parada es la plaza del mercado, donde arrearon a los judíos y donde hoy hay un monumento que sólo recuerda a los deportados por los soviéticos después de la guerra.
Alina Gradowski vive justo en la esquina, en una pequeña casita de madera medio escondida en un patio interior, con un pesado banco de madera protegiendo su puerta. Alina es la nuera de Izrael Gradowski, sobreviviente del pogromo que junto a otros seis judíos se escapó de la plaza y se escondió durante la guerra en casa de Antosia Wyrzykowska, protegidos bajo el pesebre de la pocilga de la familia Wyrzykowska. Pero su mujer Feytshi y sus hijos Avrom Aron, Reuven y Emmanuel murieron en las llamas del granero. Perdió a todos sus seres queridos.
Después de la guerra, Antosia tuvo que huir por haber escondido a judíos, mientras que Izrael, convertido al catolicismo, se casó con Aleksandra y adoptaron a Jerzy. Alina se casó con Jerzy y tuvieron dos hijos. No quiere que hablemos en la calle, aparta el banco y nos invita a entrar. “Mi suegro nunca habló con nadie de esa tragedia. No podía. Vivió atemorizado toda la vida. Aterrorizado” Un álbum de fotos recorre el periplo familiar, plagado de amenazas y de aislamiento. Nos señala la foto de su suegro con su primera familia judía. “Las ventanas las hemos tenido que sellar con tablones de madera. Siempre a oscuras. Para evitar las pedradas, constantes durante muchos años.” Su hija Margret, en cuanto pudo, se marchó a New Haven, Connecticut, en Estados Unidos. La llama al celular al instante: “Mi papá lloraba cada vez que nos hablaba del tema. Y a mí y a mi hermano nos insultaban en la escuela y en la calle, nos decían ‘¡Judíos!’. Alina está ansiosa esperando los papeles para irse a vivir junto a su hija: ‘Quiero irme. Es muy difícil vivir aquí. Mi hijo se queda en Jedwabne, de momento. Pero queremos irnos’.”
Seguimos el peregrinaje que tuvieron que recorrer los judíos de la población y de los alrededores, y un pequeño grupo de vecinos nos observa desde la puerta de una casa en la esquina de Przestrzelska con Cmentarna. Otros acechan tras las cortinas, que se balancean a nuestro paso.
Al llegar a la calle Krasickiego, que conduce al lugar donde se encontraba el granero, un grupo de integrantes de Obu Narodowo-Radykalnego (ONR) prepara sus pancartas y vestuario. ONR es un grupo nacionalista extremista, cuyos símbolos son la cruz celta y el saludo romano. En seguida toman posiciones justo al lado del muro bajo que delimita el recinto. Muestran dos pancartas: “El pueblo polaco no pide perdón por los crímenes alemanes” y “Exigimos que se vuelvan a hacer las exhumaciones, basta de mentiras judías.”
El 30 de mayo de 2001, el Ministro de Justicia Lech Kaczynski aprobó la exhumación de cadáveres en el marco de una iniciativa encargada al fiscal Rados³aw Ignatiew (Institute of National Remembrance, Bialystok). Cinco días más tarde esos trabajos tuvieron que detenerse. Finalmente, las conclusiones del fiscal, en 2002, establecieron que al menos 340 personas habían sido asesinadas en Jedwabne en ese lugar. No se estudiaron los casos de los judíos que fueron perseguidos y asesinados por la zona. No hay todavía explicación sobre qué fue de los 1600 judíos que vivían allí en 1941. Solo una decena sobrevivió.
Dos reporteros de la TV estatal Media Narodowe (MN), que acompañan en todo momento al grupo ultra, irrumpen en los corrillos: “No fueron los polacos los que mataron a los judíos, fueron los alemanes. Ustedes no tienen pruebas”. Se dirigen especialmente a cuatro miembros del Komitetu Obrony Demokracji (KOD), que sujetan dos pancartas: “Pedimos disculpas a los judíos por los asesinatos y pogromos cometidos contra ellos por los polacos” y “Lo sentimos, Europa y amigos judíos, por el antisemitismo y fascismo de la ONR y la secta Prawo i Sprawiedliwoœæ”. Los miembros del KOD no sucumben a las provocaciones de los reporteros y estos se dirigen hacia un hombre muy mayor que prepara una foto de familia.
Se llama Icchak Lewin y viajó desde Israel, por primera vez junto a sus tres nietos, que sostienen en alto una hoja: “Gracias a la familia Dobkowskich, las siguientes generaciones de la familia Lewin vivimos.” No hablan polaco y, en medio de la emoción, solo quieren que hable su abuelo. “Nací en Wizna en 1930. Mi madre se ocupaba de la casa y mi padre era un buen sastre, confeccionaba sotanas para curas y uniformes para soldados.” El 22 de junio de 1941, las casas de los 600 judíos de Wizna fueron incendiadas. Los judíos huyeron y sus vecinos polacos los persiguieron. Los judíos regresaron a principios de julio, y unas docenas fueron atacados y asesinados por los alemanes. Finalmente el alcalde ordenó la expulsión de los judíos que quedaban ante la escasez de viviendas no destruidas por los alemanes, y unos 200 se desplazaron hasta Jedwabne, a unos diez kilómetros, donde se creía que a diferencia de otras poblaciones no tendrían problemas.
“Cuando llegamos a Jedwabne, ya habían quemado a todos los judíos. Tenía muchos amigos de la escuela allí. Todos murieron. También mi hermana menor. Fue horrible.” Icchak llora y es consolado por sus nietos. Pero quiere seguir su relato. Ha venido de Israel para rezar un Kadish por su familia y amigos asesinados, y para contar su historia. “Mis hermanos mayores fueron asesinados en los bosques de Gielczyn.”
Gielczyn se encuentra al sur de Lomza, principal centro económico y administrativo de la zona, y en cuya Audiencia Provincial fueron juzgados, entre el 16 y el 17 de mayo de 1949, 22 vecinos de Jedwabne de entre los 50 arrestados y los 7 fugados en enero del mismo año. Ocho de ellos fueron absueltos, y el resto recibieron condenas de entre 8 y 15 años de cárcel, y una condena a muerte. La mayoría serían amnistiados al cabo de poco y el resto cumplió menos de la mitad de la condena. Las casas de los judíos y sus negocios pasaron a manos de sus vecinos. En dicho juicio, Izrael Gradowski declaró: “Yo me encontraba en la plaza del mercado, y excepto dos miembros de la Gestapo, no había más que polacos. Yo fui empujado al centro de la plaza para quitar las hierbas. Había muchos guardianes, puede que cinco por cada judío. Alrededor de la plaza había también niños polacos. Escuché a dos polacos decirse: ‘Hay que garantizar que no quede ni un testigo de todo esto’.”
Icchak es provocado por el periodista de la TV MN pero no tiene ninguna intención de discutir con ellos. “Finalmente en septiembre de 1942, unos soldados de Armia Narodowa nos llevaron a casa de los Dobkowskich, en Zanklew, a mitad de camino entre Wizna y Jedwabne.” Era el nombre de la familia que constaba en el cartel de los nietos. Boleslaw Dobkowskich tenía una granja, que compró gracias al dinero que ahorró después de trabajar unos años en EEUU. El padre de Icchak y Boles³aw eran amigos porque eran veteranos de la guerra polaco-soviética. “Estuvimos tres años escondidos”, continúa Icchak, “éramos cuatro. Los primeros meses debajo del guardarropa de la sala de estar.” Pero el problema surgió el día que apareció un oficial alemán que se instaló en la habitación bajo cuyos tablones del suelo estaban escondidos. La familia Dobkowskich estuvo a punto de entregarlos pero, ante el miedo de ser asesinados por esconder a judíos, finalmente consiguieron llevarlos hasta el nuevo refugio, excavado en un campo cercano a la casa. “Boleslaw y su familia, al terminar la guerra, fueron apaleados, les robaron la casa y tuvieron que huir.”
Los discursos están a punto de empezar dentro del recinto del granero. Hace poco borraron las esvásticas del monumento y la inscripción “quemaron fácil” en el muro bajo que lo protege. La parte frontal del monumento, con unos fragmentos de tablones de madera quemada, ya no tiene ninguna inscripción, solo los laterales. Atrás quedaron las discusiones por el texto que debía contener. En 1962 el texto era “Lugar de martirio de la población judía. La Gestapo y la gendarmería hitleriana quemaron vivas a 1600 personas el 10 de Julio de 1941”. Durante decenios se culpó exclusivamente a los nazis de la masacre ocurrida en el pueblo, hecho que no se correspondía con las declaraciones de los principales imputados en el Juicio de 1949, como los de Zygmunt Laudanski (“Yo fui el encargado de vigilar, por orden del alcalde Karolak, a los 1500 judíos concentrados en la plaza”) o Antoni Niebrzydowski, que fue el encargado de ir a buscar ocho litros de líquido inflamable para rociar el granero.
En 2001, en la conmemoración del 60 aniversario organizado por el Gobierno polaco, se discutió una propuesta de modificación del texto que explicitaba la implicación de los vecinos polacos en el pogromo. A pesar de que fue negociada por las autoridades con Ty Rogers (abogado afincado en EE.UU. y cuyo padre y 26 familiares fueron quemados en el granero), finalmente no fue aceptada y quedó en un neutro: “A la memoria de los judíos de Jedwabne y de los alrededores, hombres, mujeres y niños, habitantes de esta tierra, asesinados y quemados vivos en este lugar el 10 de julio de 1941”, que se mantiene actualmente. Ello a pesar de que el Primer Ministro Jerzy Bukek, el 6 de marzo de 2001, reconocía que “la participación de los polacos en el crimen de Jedwabne es indiscutible.” La delegación de familiares de judíos de Jedwabne, invitados por el gobierno polaco, mostraron su repulsa a esa y otras maniobras que culminó en una rueda de prensa en Varsovia en la que la filósofa argentina Laura Klein, cuyo hermano de su abuela materna era Izrael Gradowski, ante la imposibilidad de poder hablar en el acto en Jedwabne, denunció: “No nos necesitan para la ceremonia de público arrepentimiento”. Sin embargo, aprovechaba la oportunidad para decirles: ‘No se metan con las víctimas –nuestros muertos– sino con los victimarios –vuestros propios padres’”.
Icchak se sitúa al lado del monumento, junto al representante del Presidente de la República de Polonia Wojciech Kolarski, el Presidente del Parlamento regional Jacek Piorunek, el Presidente de la Comunidad Religiosa Judía de Varsovia Leslaw Piszewski, representantes del Consejo polaco de Cristianos y Judíos, el vicepresidente del Institute of National Memembrance Mateusz Szpytma y la fiscal Katarzyna Opacka. El Gran Rabino de Polonia, Michael Schudrich, manifiesta que no le “parece bien la ausencia de autoridades locales en este acto.” Ningún vecino ni autoridad local se acercó hasta el granero de la familia de Bronislaw Sleszynski, que fue quien lo cedió para quemar a los judíos en 1941 y cuya nieta, hace unos años, hizo negocio con la venta del terreno a las autoridades. El alcalde Michael Chajwski se excusó así: “La comunidad organiza su propia celebración”. El representante católico del obispado pidió “disculpas” y dijo que era “el momento de hacer una plegaria todos juntos, porque fue una enorme tragedia.”
Siempre bajo la mirada del grupúsculo de la ONR, la embajadora de Israel en Polonia Anna Azari insistió en que “a pesar de las disputas, es cierto que cientos de judíos fueron asesinados aquí, y en los últimos años Jedwabne, que probablemente fue anteriormente un ejemplo de las buenas relaciones de vecindad, se ha convertido en el símbolo del mal, el odio y el antisemitismo.” Fue el momento en el que las campanas de la iglesia de San Jacobo Apóstol (asesinado a espada por Herodes) empezaron a repicar, rompiendo el silencio absoluto que acompañaba al acto.
Al terminar, la respuesta de la embajadora a las peticiones de los ultras fueron que “la cultura judía no permite la violación de la paz de los muertos y por lo tanto no hay acuerdo sobre una posible re-exhumación de las fosas comunes de Jedwabne”. Porque, como anteriormente mencionaba, los alrededores del pueblo fueron objeto de persecuciones durante y después del pogromo, donde hubo decenas de casos de torturas, violaciones y asesinatos, según constan en las declaraciones de los testigos de los dos juicios de Lomza. Partiendo de esa base, el número de judíos asesinados sería superior a los 340 del fiscal Ignatiew, aunque no llegase a los 1600 apuntados por Jan Gross en Vecinos (2001).
Gross, juntamente con los documentales de Agnieszka Arnold, Sasiedzi (Vecinos, 2001), los trabajos de campo de Anna Bikont, My z Jedwabnego (Le crime et le silence, 2004), y más recientemente el film de Wladyslaw Pasikowski, Poklosie (Aftermath, 2012), pusieron en el mapa del horror a esta pequeña localidad polaca y divulgaron una realidad que genera debate sobre la construcción de la memoria del pasado en Polonia, como se evidencia con la reciente Ley sobre el Holocausto, aprobada en el Senado por 57 votos a favor y solo 23 en contra, y defendido por el Presidente polaco Andrej Duda. A pesar de que las presiones internacionales de Israel y EE.UU. consiguieron anular las penas de cárcel, el gobierno sigue con el resto de sus disposiciones, que sirvieron para que el psiquiatra y psicoanalista Federico Pavlovsky fuera el primer periodista internacional en ser denunciado, por la Liga Polaca contra la Difamación, por un texto sobre Jedwabne publicado en PáginaI12 el 18 de diciembre de 2017.
Jedwabne no fue la única población de la zona que sufrió uno o varios pogromos: Bielsk Podlaki, Choroszcz, Czyzew, Goniadz, Grajewo, Jasionowka, Kleszczele, Knyszyn, Kolno, Kuznica, Narewka, Piatnica, Radzilow, Rajgród, Sokoly, Stawiski, Suchowola, Szczuczyn, Trzciane, Tykocin, Wasilkow, Wasosz, o la Wizna de Icchak Lewin también los padecieron.
Jerzy Laudanski nació en 1922 de Jedwabne. Solo estudió hasta los 7 años. En 1949 era zapatero cuando fue detenido, juzgado y condenado a 15 años de cárcel por su implicación en el pogromo. Cumplió 8 años. El 16 de enero de 1949, durante el juicio declaró: “Nosotros los polacos vigilábamos que los judíos no se escaparan. En un momento dado, Marian Karolak, el alcalde de Jedwabne, nos dio la orden de hacer correr a todos los judíos presentes en la plaza hacia el granero de Bronislaw Sleszynski. Y nosotros es lo que hicimos. Hicimos correr a los judíos hasta el granero y les ordenamos que entraran. Entonces los judíos fueron obligados a entrar. Y después de su entrada en el granero, lo cerraron y le prendieron fuego. Yo volví a mi casa y los judíos fueron quemados. Había más de mil.”
Los asistentes al acto se retiran en sus vehículos después de unos rezos en el cementerio judío, situado justo delante del memorial. Las calles de Jedwabne vuelven a cobrar vida. Como si nada hubiera pasado.