Desde afuera parece que la calma llegó a la CGT luego de que el Consejo Directivo le renovara la confianza y el mandato. Sin embargo y como aseguró un integrante del cuerpo colegiado “una CGT sin internas es como la iglesia sin curas” y no se equivoca. Por caso, el grupo conocido como “no alineados”, que lideran el Smata, la UOM y pilotos, tiene prevista una cuarta reunión para el próximo 24 de julio. Si ese sector crece en cantidad de sindicatos bien puede determinar el futuro inmediato de la central obrera durante el plenario de secretarios generales previsto para fines de agosto porque podría modificar el actual perfil de la central obrera transmutando el excesivo dialogismo que hoy predomina por uno de mayor firmeza ante el gobierno de Cambiemos. Por lo tanto, aquella supuesta tranquilidad conseguida el pasado jueves dista de ser real.
La contundencia del paro general del 25 de junio pasado no es discutida por ningún dirigente de la CGT, ni los que están en el Consejo Directivo y mucho menos aquellos que no lo integran. Todos, con razón, se sienten responsables de ese éxito. Los triunviros leyeron la huelga como el hecho que fortaleció su alicaída conducción y apostaron suspender el congreso que se habían comprometido a realizar en un momento de máxima debilidad. Entendían, con certeza, que la tendencia histórica en la CGT es tomar una decisión por consenso en desmedro de una votación que, en ese universo, es considerada como una suerte de garantía de fractura. Es una media verdad.
Por lo tanto, sabían los triunviros que ninguno de los dirigentes más bravíos del Consejo se animarían a plantear una votación para determinar si había no congreso. No se equivocaron.
Sin embargo es posible que la opción elegida para abroquelar la decisión de darle continuidad al esquema de conducción tripartito, esto es el plenario de secretarios generales, no les garantice el resultado que ellos esperan. Es verdad que el plenario no tiene una potestad decisoria como el Comité Central Confederal e incluso un congreso de la CGT pero sirve para saber qué es lo que piensan y reclaman las cúpulas sindicales, federaciones o uniones gremiales. En ese espacio no hay representación proporcional a la cantidad de afiliados y todos valen lo mismo. Si se quiere, todos valen un voto. Allí se escucharan las voces de estos dirigentes que encabezan sindicatos más o menos grandes, más o menos estratégicos a la hora de una medida de fuerza pero conducen gremios y ninguno escapa a la malaria que distribuye sin miramientos el plan económico.
Si se quiere, el peligro que representa para el triunvirato, respaldados por gordos e independientes, los “no alineados” es la influencia que ejerzan sobre el resto de los dirigentes acuciados por las pérdidas de fuentes de trabajo y, por ende, de afiliados. El grupo que conducen Ricardo Pignanelli, Antonio Caló y un par de escalones más abajo Pablo Biró de pilotos, es cada vez más numeroso y es donde Pablo Moyano también recaló junto a sus gremios aliados. Estos pretenden, con más o menos énfasis, una CGT que negocie con el Gobierno desde una posición de fuerza y ese perfil en estos tiempos que corren ha ganado terreno entre la dirigencia sindical. Es verdad, no todos comparten tal vez la intensidad que debe tener ese perfil. Pignanelli y Caló no tienen la misma vehemencia que Moyano hijo y, por así decirlo, son muchos más políticos. Pero como suele repetir Caló: “Para saber cómo está el país hay que mirar a la UOM” como gremio que representa la industria nacional. Pues bien, el metalúrgico le entregó el viernes pasado al ministro de la Producción, Dante Sica, un documento donde afirma que su sindicato tiene registrada la pérdida de 30 mil puestos de trabajos y otros 20 mi obreros suspendidos. Entonces así está la Argentina.
Más allá de lo que surja del plenario de secretario generales los triunviros deberán tener en cuenta el humor en las regionales de la central obrera que ascienden a 78. La mayoría de ellas fueron normalizadas mientras la UOM, representada por Francisco “Barba” Gutiérrez, ocupó la Secretaría de Interior de la CGT. Una tarea que genera vínculos, relaciones, amistades y, sobre todo, lealtades para el dirigente normalizador. A eso hay que sumarle que un pequeño número de esas regionales responden a Camioneros que, por esas casualidades de la vida sindical, Hugo Moyano y Caló están juntos en los “no alineados”. Es un detalle que se deberá tener en cuenta por si en algún momento se convoca a un Comité Central o un congreso.
Mientras los dirigentes tejen y destejen alianzas por lo bajo, entre los cuerpos de delegados hay también movimiento. Si bien responden a sus conducciones no dejan de tener sus preferencias y de tanto en tanto esas se escapan por el lugar menos pensado. Hace pocas semanas estuvo en Buenos Aires la presidenta destituida por un golpe, Dilma Rousseff, quien participó de un acto organizado por los sindicatos de Sanidad, Alimentación y Encargados de Edificios que se realizó en el salón Felipe Vallese de la CGT. En un momento de su discurso, la ex mandataria brasileña nombró a Cristina Fernández de Kirchner y para sorpresa de todos la platea estalló en aplausos y vivas a la ex presidenta. Poco después Rousseff citó a Néstor Kirchner y otra vez la misma reacción. Los que vivaron no era un público cualquiera sino militantes y delegados de esos gremios. Desde un punto de vista estadístico tal vez no sea un dato excluyente pero da cuenta de lo que está ocurriendo entre los cuadros medios sindicales y es muy probable que los dirigentes lo consideren a la hora de proyectar el perfil de la central obrera. Son elementos que dan cuenta que en la CGT las aguas pueden parecer tranquilas pero están lejos de ser mansas.