Desde Londres
El serbio Novak Djokovic venció en la final de Wimbledon al sudafricano Kevin Anderson por 6-2, 6-2 y 7-6 (3) e ingresó ayer en el club de los inmortales, un selecto grupo de jugadores del que forman parte otras leyendas como Roger Federer y Rafael Nadal, con un mismo denominador común: reconquistar el territorio Grand Slam después de una travesía por el desierto debido a las lesiones cuando nadie creía en ellos.
No ha vuelto, porque nunca se marchó. Es lo que se desprende después de conquistar un Grand Slam dos años más tarde. Y es que el serbio no había levantado una corona de esta categoría desde el pasado Roland Garros 2016.
Después de lograr en París el último de los cuatro grandes que faltaba en su vitrina, el balcánico sufrió un desgaste emocional, al cubrir el objetivo de toda una vida, y físico, por los problemas en el codo que lo obligaron a pasar por el quirófano.
A comienzos de 2017 llegaron los primeros avisos. Una sorprendente derrota en el Abierto de Australia en segunda ronda frente a Denis Istomin y la retirada en Copa Davis frente a Daniil Medvedev en la eliminatoria de primera ronda ante Rusia fueron el preludio del desastre.
Las derrotas aparecieron con más frecuencia de lo habitual y en los torneos importantes no lograba avanzar hasta las últimas rondas. Y cuando lo consiguió, como en Roma 2017, un joven Alexander Zverev detuvo su progresión. Sólo el título de Eastbourne puso algo de color en una temporada gris que bajó el telón mucho antes de lo habitual en los cuartos de final de Wimbledon tras retirarse ante Tomas Berdych.
“Han sido unos largos 15 meses para mí, tratando de superar diferentes obstáculos. Así que estar donde estoy en este momento es bastante, bastante satisfactorio”, reconoce un año más tarde Djokovic. En el mismo escenario donde hace un año se despidió para no jugar más hasta enero de 2018, ayer levantó el trofeo.
“Hay momentos de dudas, de frustración, de decepción, donde te preguntás si querés seguir de esta forma u otra”, confesó sobre su lucha. “No conozco a nadie que sea capaz de mantenerse positivo siempre, tener confianza en sí mismo siempre al 100 por ciento”.
Su desembarco en el nuevo curso no fue fácil. Con una protección en el codo, volvió a caer en Melbourne en cuarta ronda con el coreano Hyeon Chung. En Indian Wells no pudo superar al japonés número 109 del mundo Taro Daniel en su estreno. Y en Miami fue Benoit Paire el que puso final a su camino en su primer partido.
Tras un primer trimestre para el olvido, en abril de 2018 tomó una decisión vital: recuperar la confianza del hombre que le acompañó en sus mejores momentos Marian Vajda. El técnico eslovaco reactivó la mejor versión de su pupilo, su genética competitiva, su garra y su carácter ganador.
En Roma, donde cayó ante el número uno del mundo Rafael Nadal en semifinales, y Roland Garros, aunque cedió con Marco Cecchinato en cuartos de final, fue tomando temperatura. Empezó a fraguarse la amenaza que se desató en Londres.
Fue la hierba la que trajo de vuelta al mejor Djokovic. Después de firmar la final en Queen’s, donde cayó en la definición ante Marin Cilic, su rendimiento sobre césped termina con 11 victorias en 12 partidos, además de su primer título en un año y el Grand Slam número 13 de su carrera.