Más de uno confesó el deseo de ser velado y enterrado en la cancha donde pasó varias jornadas alentando a su cuadro. Pero seguramente nadie quiera morir apaleado allí dentro. Tal es el comienzo de Todo por el juego, serie que estrenó ayer On Directv (repite hoy a las 21 y puede verse en la plataforma del servicio). Se apagan los reflectores del estadio, nadie alienta y sobre el “verde césped” sucede un enigmático asesinato a descular. Según sus realizadores –original del servicio de tevé paga junto a Media Pro– se trata de una producción iberoamericana profundamente coral, un thriller que en sus ocho episodios plasma con virulencia lo que sucede en los contornos del fútbol.
“Dinero. Poder. Pasión. Política”, es el slogan de esta entrega en la que el juego del título está lejos del Fair Play. El epicentro es el Deportivo Leonés, club del interior español que está peleando en las últimas posiciones de la segunda división. A partir de allí se desatan muchas tramas con sus personajes prototípicos, aunque el foco apunta mayormente a Mariano Hidalgo (Roberto Enríquez). El protagonista es un empresario inmobiliario de la región obsesionado con hacer caer al corrupto presidente de la institución de sus amores, Fernando Saldaña (Pedro Casablanc), para ocupar su lugar. Todo por el juego puede ser vista como la historia de un tipo con buenas intenciones quien, más pronto que tarde, se encontrará con su verdadera personalidad. Este Walter White/Heisenberg mezcla los modismos afables de Florentino Pérez del Real Madrid con el costado más perverso del ex capo del Aleti, Jesús Gil y Gil. En algún momento Saldaña dirá que quiere un club limpio “pero con ustedes no lo voy a conseguir”. En el medio brotan hooligans de tonada castiza, futbolistas de medio pelo, directivos y managers que no hacen demasiado esfuerzo por disfrazarse de corderos y una alcaldesa que liga su plataforma a la suerte del club local. “Creemos que el fútbol es un deporte pero en realidad es una droga”, suelta otro de sus personajes.
Impecable en su factura técnica y en la siempre difícil recreación del dinamismo dentro de un partido, el mayor interés de la miniserie, en realidad, es el de hacer una radiografía del arribismo. Mientras sucede un partido, la cámara viaja hasta las salas de apuestas que mueven los resultados (y que algunos jugadores aprovechan); el estadio sirve de escenario para una batalla campal ente hinchas y también se lo verá en plano de desarrollos inmobiliarios. Como en todo relato con múltiples cuñas la puesta en escena juega a los contrastes de sus entornos: vestuarios sudorosos con boliches regados en champagne, modernas salas de reuniones con la villa 31 porteña. Ahí al costado de la autopista Illia vive Lucas Caffaro (Lucas Velasco), un pichón de crack con destino europeo, canchero dentro y fuera de la cancha. Este émulo del primer Carlitos Tévez puede llegar a convertirse en la salvación para el club ibérico y un problema para sí mismo empecinado con sus raids nocturnos.
El mayor logro de la entrega dirigida por Daniel Calparsoro es el de sortear el localismo más allá del condimento de ultras, peñas a puro chupito y bufanda antes que trapos. Todo por el juego se refiere al negocio del fútbol en un dialecto globalizado, denso y espurio. Por eso se siente a gusto en su hibridez de tensión, suspenso y drama. No hay lugar, cabe apuntar, para el disfrute ni para sonrisas por una gambeta. “El mundo del fútbol es un mundo complejo, lleno de contrastes, de zonas de oscuridad y de luz, de actitudes nobles y canallescas”, señaló Eduardo Sacheri. El autor fue el encargado de darle forma a esta historia basada en la novela El fútbol no es así, escrita por un ex dirigente de la liga española. Según el autor de Papeles en el viento y El secreto de sus ojos este caso le sirvió para “indagar en la profundidad del alma humana”. No hay aquí discursos sobre lo que mueve la pasión de un club en sus hinchas o referencias bochinescas: es un futbol con la pelota muy manchada.