Solo paradojas para ofrecer... y no es poco. La trigésima edición de la Bienal Internacional de Escultura que, año tras año, organiza la provincia de Chaco junto a la Fundación Urunday lleva por nombre “Identidad en movimiento”… de ahí la paradoja: lo (supuestamente) pétreo de la escultura se junta con su dinámica para mostrarle al mundo maravillas de acero, mármol, bronce y madera, basado en actividades que se llevan a cabo hasta el próximo domingo. Entre ellas, la realización del Segundo Congreso Internacional de Arte, el Encuentro de Escultores Argentinos y Latinoamericanos, el concurso internacional del que participan artistas de Bolivia (León Geuer), Argentina (Raúl Gómez), Polonia (Piotr Twardowski), Alemania (Stefan Ester), Colombia (Fernando Castro), Francia (Thierry Ferreira) y China (Qian Sihua), y el premio Desafío “Hierros Líder”, destinado a jóvenes estudiantes de arte.
Las artes escénicas se revelan mediante actividades variopintas. Una de ellas es la ejecución de la obra Carmina Burana, de Carl Off, por la Orquesta Sinfónica del Chaco, dirigida por Jorge Doumont, y el Ballet Contemporáneo de la provincia fundada por Juan Perón, a cargo de Mariela Alarcón. Otra, la puesta de El conventillo de la paloma, tradicional sainete de Alberto Vacarezza, a través del elenco de actores de Galatea, fundación cultural que alberga unos doscientos artistas dedicados al circo, la música y la danza. “Nos encanta llevar el teatro al público y mostrar nuestro arte en la Bienal. Por eso nos llenó de alegría recibir la invitación para participar de esta edición” dijo Javier Luquez Toledo, coreógrafo y director de Galatea, que además es quien adaptó el sainete de Vacarezza.
Por el lado de las artesanías, la Bienal ratifica su compromiso con ellas a través del cuarto encuentro de maestros artesanos argentinos, del que participan unos ciento veinte orfebres, incluidos cincuenta maestros indígenas de las diversas comunidades del Chaco. Es el sexto año que estos artesanos de monte adentro conviven con esas esculturas de entre tres y siete metros de altura que sorprenden a propios y extraños. Una de ellas, este año, es la megaobra de Quique Gurevich (“Buscando Plaza”), que consiste en un perro de hierro de cuatro metros de ancho por dos de alto. “Lo emplazamos a la intemperie, como haciendo sus necesidades fisiológicas”, describió el escultor, quien también participa de talleres gratuitos para niños de entre 4 y 7 años. Para aquellos de entre 8 y 12, la organización también tiene algo entre manos: los encuentros “Jugo de Madera”, basados en la creación de pequeños objetos escultóricos, con aires de posteridad.