El método es harto conocido pero no deja de tener efectos sorprendentes: la palabra, la evocación de un hecho por medio del lenguaje –y el diálogo que ese lenguaje posibilita–, es un poderoso elemento sanador. Con esa vieja fórmula freudiana, la periodista y escritora Belén López Peiró sacudió la escena literaria local con su primera novela. Por qué volvías cada verano es un libro entre la narrativa y la no ficción, un coro de voces y documentos recuperados –anécdotas, vivencias, testimonios judiciales– alrededor de los abusos que la autora sufrió entre los 13 y los 16 años por parte de su tío, un policía bonaerense.
El título, aunque parezca referencia al regreso del abusador, es en realidad la mirada que se posa sobre la víctima. En medio de la revolución feminista que rompe discursos establecidos, la idea es evidenciar eso que sufren las mujeres abusadas: la primera pregunta es por su actitud –¿por qué volvías a veranear con ellos si te atacaban? ¿por qué la pollera siempre tan corta?–, y luego continúa siendo revictimizada en la Justicia.
La búsqueda de la autora fue precisamente la de cerrar el dolor, la de empoderarse y tomar su vivencia como una herramienta para avanzar y ya no depender del resultado lento y por demás esquivo que la Justicia pudiera proveerle. Por eso, cuando su docente de taller, Gabriela Cabezón Cámara, le sugirió presentar un texto sobre la identidad en el concurso de Abuelas de Plaza de Mayo, ella escribió. “Fue la primera vez que escribí sobre esto. Escribía individualmente en diarios íntimos o cosas personales en papel, pero esto jamás lo había volcado. Lo que me tocó muy fuerte fue la palabra identidad: integrarlo a mi vida era también escribirlo. Era algo que me construía”, le explica al NO.
¿Ya lo tenías elaborado?
–Lo había hablado y trabajado en lo íntimo, con la familia o amigos. Me era muy difícil decir en primera persona lo que estaba viviendo. En el libro, lo que hace a mi historia es contado por cada actor. Y lo que hace al libro no es el abuso, que obvio que es lo más grave, sino el contexto familiar, el de las instituciones y el poner en evidencia esa situación.
Belén indaga en su memoria y reconstruye una trama que afecta a muchos chicos y chicas. La violencia intrafamiliar es la primera en las estadísticas de abuso. Según datos del Ministerio Público Fiscal y del Observatorio de Violencia de Género de la provincia de Buenos Aires, entre otros, entre el 70 y el 80 por ciento de los casos de abuso –en todos los rangos etarios– son en ámbitos familiares. Y hay más de 2000 policías sumariados por violencia familiar. El caso de Belén no es una isla y por eso también decidió escribirlo.
“Aunque el límite lo puse con acciones concretas como no ir más a dormir allá y buscar alternativas para vacacionar, viajar con mis papás o ir a la casa de mi novio, no fue una decisión tan directa porque me costaba reconocerlo como un abuso, no fue algo tan consciente. Recién empecé a hacerlo hace cuatro o cinco años hablándolo en terapia y con mi familia. En ese momento tenía que seguir con mi vida y traté de borrar esos momentos. Y cuando tenés que recomponer y recuperarlo, es muy doloroso. El libro fue como el espejo de esa construcción, tratando de poner en evidencia lo que es la mente de una chica abusada. Es imposible responder a lo que pide la Justicia que es ‘decime una hora, un lugar y una fecha precisa’.”
Una revictimización a la que parece obligar la Justicia...
--Fue muy doloroso sentir que no había respuesta rápida, efectiva y con acompañamiento. Es muy difícil denunciar un hecho de violencia. Acudí a la Justicia porque necesitaba cierto tipo de respuesta y contención; hoy entendí que eso lo resolví yo en forma personal.
En ese marco, la escritura fue un bálsamo para ella, y el modo en que catalizó en lucha su experiencia. Aunque no estaba del todo claro cuando comenzó, acabaría siendo el elemento que la sacara de aquella experiencia traumática. “El diferencial es el relato polifónico porque interpela a cualquiera que lo lea para decirle que estas cosas pasan y que el que lee, desde cualquier lugar, tiene que pararse de algún modo y elegir cuál rol va a tomar. Se adapta a cualquier otra situación de violencia y puede ser una herramienta para otras mujeres”, indica la autora.
¿Cómo se puede trabajar sobre el rol de víctima?
--Hay un proceso en el que primero te tenés que reconocer víctima para poder salir de ahí. A veces hay miedo de reconocer algo por no quedar marcada en ese lugar, como ‘la chica que violó el padre’, pero es fundamental reconocerse como víctima para entender que tu cuerpo fue expropiado, te manosearon sin tu permiso, ejercieron violencia sobre vos. Es necesario reconocer para entender el daño que te produjeron. Y la última etapa es el empoderamiento y entender que lo vivido no es un impedimento para el resto de tu vida sino una herramienta de lucha.
Una de las repercusiones del libro fue que en la facultad de Derecho de la UBA lo incluyeran en la bibliografía de Derecho Penal y Género, y que sirviera para pensar la Justicia y el proceso desde los ojos y la vivencia de las denunciantes. “Muchas chicas agradecían poder, a partir del libro, repensar el vínculo como abogadas con las víctimas, qué empatía precisaban y cómo trabajar estos casos. Por mi parte, quiero que las chicas que lo lean entiendan que el límite es el consentimiento, que nada puede ser más allá de tu decisión. Que se comprenda esa ambigüedad del rol de amor y de violencia, del abuso intrafamiliar, para que se entienda que puede haber amor pero que no tenés que pagar con tu cuerpo.”