Cuando Nicolás García Uriburu (1937-2016) coloreó las aguas del Gran Canal de Venecia en 1968, al mismo tiempo que se llevaba a cabo la 34ª Bienal, colocó su obra en sintonía con los ecos del land art y del conceptualismo y al mismo tiempo se anticipó a la militancia ecológica.

El Museo Nacional de Bellas Artes presenta en estos días la exposición “Venecia en clave verde-Nicolás García Uriburu y la coloración del Gran Canal”, con curaduría de su directora artística, Mariana Marchesi.

La muestra, artística y documental, da cuenta de la audacia del artista que condensó sincronías y anticipaciones con el mundo (del arte), a partir de 1965, cuando gana en Buenos Aires el Premio Braque que lo lleva a vivir a Francia; pasando por su vida y múltiple actividad en Europa, Estados Unidos y América latina, hasta la donación al MNBA, a fines de 1974, de varias de las obras resultantes de aquel intenso y feliz episodio veneciano.

García Uriburu, que vivió quince años en París, construyó una geopolítica de la coloración, trazando diferencias entre el Norte y el Sur. Esa geopolítica incluyó –muchos años después que Torres García, aunque sin conocer el antecedente, según afirmaba– la inversión del mapa de América, colocando a América del Sur arriba y a América del Norte, abajo. Porque toda política supone un espacio y un territorio, y no hay espacio o territorio al que no le correspondan ideas políticas. El accionar de Uriburu no fue ajeno a este apotegma. El lugar –personal, geográfico– desde donde se enuncia (parece decir la obra del pintor), siempre debe definirse como centro de esa enunciación.

Coloreó ríos y fuentes de treinta lugares del mundo, para denunciar y dejar clara una conciencia ética como actitud inherente a la conciencia estética. Además de colorear de verde su cara y su sexo en 1971, tiñó de verde las aguas del East River en Nueva York; del Sena, del Río de la Plata, del Lago Vincennes (Bienal de París, 1971), del puente Trocadero (París), de 14 fuentes (Documenta, Kassel, 1972), del puerto de Niza (1974), de las fuentes de Trafalgar Square (Londres, 1974), entre muchos otros lugares.

En 1981, junto con Joseph Beuys, coloreó el Rin y plantó siete mil robles en la Documenta de Kassel (1981).

También plantó miles de árboles autóctonos en Buenos Aires desde comienzos de los años ochenta.

El artista sintetizó la actividad del pintor en el gesto de colorear y “redujo” –provisoria y estratégicamente, el concepto de pintura al de “aplicación del color”–, por ejemplo sobre las aguas de un río, o sobre las paredes de un museo; en especial del verde. 

La década que concentra la exposición va del pop al conceptualismo, y de la moda a la política, con una clara consigna de estetización y preservación del mundo. 

La acción de avanzar desde el cuadro hacia la naturaleza misma fue para García Uriburu un paso, justamente, natural. Y allí continuó su larga lucha contra la idea de civilización como destrucción del entorno.

El de Uriburu era un proyecto artístico ampliado que desbordó la pintura hacia la naturaleza y el paisaje. Vista en perspectiva, su obra adquiere una nítida consistencia y una gran coherencia estética e ideológica.

García Uriburu consiguió cambiar de función su arte al desbordar hacia la militancia ecologista, porque allí cruzó su obra con la denuncia, la pedagogía y la política, sin perder de vista la estetización del entorno y la salvaguarda de la naturaleza.

“La ecología –decía el artista– ha sido el eje de mi carrera así como la protesta social […] Del mismo modo como la ecología es la armonía del hombre con la naturaleza, la ecología política es la armonía que debería existir entre los ciudadanos y sus representantes. Aquellos que utilizan el poder en beneficio propio son tan depredadores como los que acaban con los recursos naturales.[…]”

En 2010, en colaboración con Greenpeace, coloreó el Riachuelo.

Entre otras distinciones, García Uriburu obtuvo, además del mencionado  Premio Braque, el Prix Lefranc (París, 1968), el Gran Premio del Salón Nacional (Buenos Aires, 1968); el Primer Premio de la Bienal de Tokio (1975) y el Premio a la Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes (Buenos Aires, 2000).

* En el Museo Nacional de Bellas Artes, Libertador 1473, hasta el 30 de septiembre.