Escrita y dirigida por Cristian Palacios, El asado de Platón puede ser descrito como un asado filosófico-teatral o, como lo define Juan Manuel Caputo, el actor que lo interpreta, “una obra de texto performática”. En todo caso, se trata de un unipersonal que versiona en clave de humor lo que Platón describe en El banquete, uno de sus diálogos socráticos más conocidos. También es la obra de Palacios que siguió a Apología (estrenada en 2014, con Víctor Laplace en el papel de Sócrates) y que antecede a El miedo a la muerte, obra basada en Fedón, diálogo sobre las últimas horas de vida de Sócrates, antes de ser ejecutado, pieza aún en proceso de escritura que cerrará la trilogía de Palacios sobre Platón y Sócrates. Lo que singulariza a El asado… es que la obra transcurre al mediodía, asado mediante, en el galpón de El camarín de las musas de Mario Bravo al 900.
Director y actor cuentan en conversación con PáginaI12 que la idea de trabajar El banquete en el marco de una parrillada criolla surgió durante un largo viaje en auto que emprendieron en gira con varias de las obras de la Compañía General de Fósforos, el grupo que ambos dirigen. Así, quedó establecido que Palacios versionaría el texto de Platón y que Caputo se transformaría en los distintos asistentes y disertantes al encuentro donde el amor se convierte en el tema principal de reflexión. El narrador relata lo ocurrido tiempo atrás durante una cena donde estuvo presente Sócrates, introducido a escondidas dado que tenía un pedido de captura en su contra. En el desarrollo del relato, entre otros, aparecen por turno el cineasta Agatón y su actor fetiche, Paulo Porongo, la desencantada Fedra, Polifeto (Aristófanes en el original), el ofendido Alcibíades y, claro está, el propio Sócrates.
“Dado que nos gusta comer y que nos gusta el asado”, afirman los entrevistados, “dado que nos gusta la previa y la sobremesa, que nos gusta ese momento de encuentro donde se habla de todo y de nada se nos ocurrió hacer una obra que transcurra en un asado”, explican. Si bien es la primera vez que la obra se presenta en Capital, el espectáculo ya fue probado en varias provincias argentinas y en festivales de Chile y Brasil.
La escritura comenzó a tomar forma a medida que el autor iba pensado cómo sería un Sócrates que viviese en el siglo XXI: “Hay quienes dicen que hoy Sócrates no hubiese sido condenado a morir tomando cicuta”, advierte Palacios y agrega: “En cambio yo pienso que hoy hubiese corrido la misma suerte porque era un líder político independiente, un subversivo que los poderes hubiesen querido acallar, un intelectual crítico molesto”, sostiene.
A la hora de darle forma a los diferentes discursos sobre el amor que pronuncian los diversos personajes, Palacios cuenta que se basó, entre otros, en textos de Roland Barthes, Alain Badiou, Juan José Saer y Cátulo Castillo, en tanto que las historias de Ana Karenina, Príamo y Tisbe y Tristán e Isolda también aportaron detalles narrativos. En cuanto a la reunión en sí misma, autor y actor coinciden que pensaban en recrear el clima que describe Julio Cortazar en Rayuela, cuando Olivera se reunía con los integrantes de El club de la Serpiente, melómanos dados al filosofar y a ciertos excesos.
Fedra (Fedro, en el original) es la única mujer que toma la palabra. Una vez que Caputo se convierte en la aguerrida disertante tras una festiva transformación, el discurso se vuelve ácido y nihilista: “el amor es, para ella, una invención que sirve solamente para justificar comportamientos sociales vacíos de sentido, un pobre sustituto del deseo”, interpreta el actor. En gran parte, la contracara de esta intervención está en manos del ex clown Polifemo, que cree que el misterio del amor se va develando mientras se ve envejecer al ser amado. Sócrates, por su parte, celebra el amor como el acto más subversivo de todos.
“Una de las características que tienen en común mis obras es la unión de lo aberrante con lo poético. Me gusta conjugar una forma clásica de expresión con un decir popular irreverente”, describe Palacios, quien tiene en su haber una gran cantidad de piezas escritas, muchas de ellas dirigidas al público infantil. “Hace tiempo que trabajo con unipersonales porque creo que parte fundamental de la magia del teatro es la transformación del actor en muchos personajes”, explica. En éste su primer trabajo unipersonal, Caputo destaca que aún cuando cambia de espacio lo que se mantiene igual en este espectáculo es lo que aporta la presencia del espectador “tan cercano como si fuera otro actor, con la posibilidad de intervenir si quiere, porque él también está metido en lo que en el teatro llamamos la cuarta pared”.
* El asado de Platón, El Camarín de las Musas, Mario Bravo 950, domingos a las 12.