“La primera temporada es absolutamente civilizada en comparación a esta precuela”. La afirmación de Martina Gusmán, avalada con la sonrisa cómplice que despliega Nicolás Furtado a su lado, no deja de ser una elocuente declaración de principios sobre el espíritu que tendrá la trama de El marginal 2, que hoy a las 22 se estrena en la TV Pública. La ficción que en su primera temporada mostró con crudeza la dinámica de poder entre las distintas bandas del penal de San Onofre vuelve a la pantalla chica, pero situando la trama tres años antes de la historia original, convirtiendo a El marginal 2 en la primera “precuela” de una producción argentina. La ficción carcelaria se propuso ser aún más cruel y violenta que la que cosechó críticas favorables y una buena cosecha de premios. “Es la ley de la selva, del más fuerte, es una temporada que tiene mucha más acción y más violencia”, insiste Gusmán. “Muestra cómo se van conformando todas las bandas adentro del penal, cómo se van consolidando a medida que pujan por el poder y el control de los pabellones”, cuenta Furtado, en la entrevista de ambos protagonistas con PáginaI12.
Coproducción de la TV Pública y Underground, El marginal 2 volverá a iluminar la dinámica social, económica y violenta de San Onofre. La precuela retrocederá tres años en el tiempo de la ficción para situarse en un momento crucial dentro de la cárcel: el ingreso al penal de Diosito (Furtado) y Mario Borges (Claudio Rissi). La trama escrita por Guillermo Salmerón y Silvina Olschansky centrará su atención en la guerra de poder de “Los Borges” con el “Sapo” (Roly Serrano), un preso sanguinario que gobierna a su antojo el penal. En ese rewind surgirá un nuevo personaje, Patricio (Esteban Lamothe), un médico acusado de un crimen que supuestamente cometió, pero por el que se autoincriminó para salvar a su amante, que sufría violencia de género de parte de su marido. De clase alta, Patricio tendrá que adaptarse a los códigos tumberos para sobrevivir, mientras el poder dentro de la cárcel se disputa sanguinariamente.
Dirigida a cuatro manos por Adrián Caetano y Alejandro Ciancio, El marginal 2 dará respuesta a muchas situaciones que se conocieron en la primera temporada, además de explicar el origen de los distintos personajes. La producción de una precuela –una historia que precede a la inicial– no sólo suma nuevos peronajes y actores (Serrano, Lamothe, Verónica Llinás, Rodrigo Noya), sino que también decreta el fin de otros (Juan Minujín ya no sera parte). La complejidad a la hora de generar una obra que mantenga una coherencia narrativa a lo largo de sus dos entregas, desarrolladas hacia el pasado, fue un desafío no solo para los autores sino también para los protagonistas.
“Tuve que rever todas mis escenas de la temporada anterior. Y cuando digo todas es todas”, confiesa Gusmán, que interpreta a Emma, la asistente social de San Onofre. “Me propuse –cuenta la actriz– deconstruir lo realizado en la primera temporada para poder construir esta etapa anterior de mi personaje. Fue un trabajo arduo, mucho mayor que en la primera, porque por mi experiencia en Leonera, para la cual había tenido un año de investigación en penales, el mundo carcelario era un universo que no me era tan desconocido. Si bien en la película mi personaje está del otro lado de la reja y acá esta en el corazón del penal, la frontera entre el adentro y el afuera es cada vez más difusa”.
En el caso de Furtado, el desafío actoral de que su Diosito viajara hacia atrás en el tiempo era aún mayor. “Nunca me pasó de hacer una precuela pero tampoco de hacer una segunda parte de algo. Nunca antes tuve que construir un personaje mirándome a mí mismo. Nunca tuve que ver un personaje que había hecho para preparar otro, o en este caso el mismo pero previamente. No fue un trabajo sencillo”, reconoce. El joven actor confiesa que, además de repasar el personaje mentalmente y volver a ver alguna que otra escena, mantuvo a Diosito “vivo” trayéndolo cada tanto a su casa. Al fin de cuentas, El marginal se había grabado en 2015, dos años atrás de la precuela. “Hacía tiempo que sabíamos que iba a haber segunda temporada, por lo que cada tanto me ponía los dientes en casa y practicaba como un niño frente al espejo la voz y los rasgos de Diosito, para saber si todavía lo tenía al personaje, para que no se me escapara. Tres años antes, el personaje podía ser diferente, pero como Diosito es casi una caricatura, un dibujo animado, había que mantener la esencia del personaje”, puntualiza.
–¿Fueron procesos interpretativos disfrutables?
Martina Gusmán: –Fue un proceso disfrutable, complejo, pero fundamentalmente necesario. Me recontra sirvió. El rol de Emma dentro de la historia es iluminar entre tanta oscuridad, es la que pone la esperanza a ese mundo que a veces parece no tenerla. Mientras que la Emma de la primera temporada fue fría al comienzo y luego se fue desarmando a medida que avanzaba su relación con Juan, para esta segunda temporada el arco del personaje es el inverso: es un personaje más idealista y rebelde al comienzo, que a medida que se enfrenta al sistema carcelario perverso se va endureciendo, tal como llega al comienzo de la primera temporada.
–Además, la fidelidad que logró el programa hace que los personajes mantengan ciertos rasgos, incluso para satisfacer las demandas del público que vio la primera temporada.
M. G.: –Emma es hija de un padre que estuvo en penales, por lo que el mundo carcelario lo conoce bien. En este temporada se va a ver a una Emma más idealista, en cuanto a sentir que puede cambiar las cosas dentro de la cárcel. Es su llegada al penal, está descubriendo ese mundo, se ve reflejada en el personaje de Verónica Llinás, que es la antítesis de lo que busca ser, todo lo que no quiere ser. Durante toda esta temporada Emma va atrabajar sobre lo que no quiere terminar siendo. Lo que le ocurre en esta precuela va a constituir el rol que ocupó en al primera temporada.
N. F.: –La esencia de los personajes es la misma, solo que se amplía el arco dramático. Diosito tiene un poco más de ingenuidad, porque muchos de los rasgos que vimos en la primera temporada son producto de estar preso en ese sistema carcelario. Si bien la ironía y el cinismo son constitutivos de él, al igual que la figura del “tierno peligroso”, es en la cárcel donde Diosito aprende muchas cosas.
–Es interesante lo que pasa con la evolución de sus personajes, porque en ambos casos la cárcel, que debería ser un ámbito de reeducación, terminó endureciéndolos y hasta quitándoles toda idea de superación. ¿Cómo juega esa mirada?
M. G.: –Esa es claramente la elección que toma la productora. Hay penales que se parecen mucho al que pinta El marginal, como puede ser Olmos o Sierra chica, donde el hacinamiento es un problema grave. Hay otros penales que intentan ser modelo, como el de Gorina, donde tienen desarrollo de oficios y rehabilitación de drogas. Pero la realidad es que hay un gran déficit en el servicio penitenciario argentino, tanto en infraestructura como en planeamiento de redes para el condenado, tanto de trabajos internos dentro del penal como cuando salen en libertad. Mi investigación para Leonera me enfrentó a esa realidad que refleja la serie. Obviamente, El marginal cuenta una historia ficcional, pero sin dejar de plasmar en pantalla una crítica social al sistema carcelario. La serie no está alejada de cierto aspecto del servicio penitenciario.
–Más allá de lo profesional, el acercamiento al mundo carcelario, aún desde la ficción, ¿les modificó en algo su mirada sobre el funcionamiento del sistema penitenciario?
N. F.: –Todo lo que uno puede llegar a imaginarse sobre las cárceles y sobre la privación de la libertad es poco cuando se pone en contacto con esa realidad. Yo me podía imaginar algo, pero después de visitar cárceles y algún que otro recluso tomé real dimensión. Hay un hecho que puede ser anecdótico, pero es muy descriptivo: nosotros grabamos durante muchas horas, meses enteros, en la vieja cárcel de Caseros, y nos pasó de sentirnos presos, en un sentido. Uno no puede abstraerse de un lugar que condiciona la estabilidad emocional de cualquiera, aún cuando uno no esté condenado. Uno experimenta ese encierro, que es ficticio pero simbólico a la vez. Esa vivencia –actoral pero en cierto punto real– hace que lo que ocurre en una cárcel supere a todo lo imaginado.
–¿Hay una mirada más contemplativa de aquél que pasa por la privación de la libertad en algún momento de su vida, después de este tipo de experiencias profesionales?
M. G.: –Totalmente. Los relatos más terribles que escuché alguna vez fueron de gente que estuvo privada de su libertad. En todo lo que eso implica. Adentro de un penal, los cinco sentidos se te transforman. Es una vivencia muy fuerte. No hay horizonte, lo monocromático de los colores, el olor, los gustos de la comida, los sonidos... todo es muy perturbador. No tiene que ver solo con que hay otros que deciden sobre tu vida. Detrás de cada recluso, por lo general, hay situaciones de mucha vulnerabilidad, historias muy terribles. A mi lo que me pasa es que no me siento capacitada para juzgar la vida de nadie. Cuando empecé a investigar el mundo carcelario, tenía muchos preconceptos aprehendidos desde la mirada de los medios, y me encontré con situaciones dramáticas. No se qué hubiera sido de mi vida si hubiera nacido en cualquiera de los zapatos de las mujeres que yo entrevisté. Por un lado me siento muy agradecida de la vida que me tocó, y por otro no me siento capacitada para juzgar. Siento que cada uno hace lo que puede. En todo caso, la pregunta es qué hace uno con lo que hicieron de uno. Estaría buenísimo tener más recursos para que quienes nacen en condiciones tremendas puedan hacer otras cosas. Hay gente que tiene esa capacidad y otra que no.
N. F.: –Nuestro trabajo como actores es tratar de mostrar la complejidad que mueve al mundo. En este caso, tratamos de humanizar a estos tipos que a simple vista son “malos” y hacen cosas “malas”. Lo primero que tenemos que hacer es no juzgarlos, para representarlos. Hay una seriedad en el abordaje que no debemos descuidar. En El marginal buscamos encontrar el lado bueno a eso malo, porque creemos que esa idea vuelve verosímil al personaje, porque no solo hay gente buena y gente mala. Ojalá fuera así de fácil la diferenciación, pero todo es mucho más complejo. En esas ambigüedades es donde estos personajes polémicos pueden empatizar con el público.
–¿Por qué creen que una serie tan cruda en el abordaje que hace sobre el mundo carcelario tuvo tanta repercusión, tanto en la TV Pública como en Netflix?
M. G.: –La serie tiene una calidad artística y técnica superlativa. Y eso la gente lo ve. Después, El marginal tiene un montón de ingredientes, que cada espectador toma según sus propios intereses. Tiene un poco de entretenimiento, un poco de acción, otro tanto de violencia, no deja de haber amor, personajes con matices que se vuelven empatizables por alguna razón, hay toques de humor, hay una crítica social muy presente... Esa conjunción de elementos es la que hace que diferentes tipos de personas gusten de la serie. Generó fidelidad transversal. Desde el trapito que me reconoce y me grita “creo que me metan preso para que seas mi asistente social”, hasta el taxista o el médico.
N. F.: –Generalmente, este tipo de historias se limitan al policial puro, y creo que El marginal le aporto una cuota dramática interesante, con personajes muy desarrollados, a los que se los ve vulnerables, haciéndose planteamiento existenciales o filosóficos. Eso no lo ves en una serie de cárceles.