La galería de arte Diego Obligado (Güemes 2255) viene llevando adelante, desde su fundación en 2012 y con la guía de su curador Leandro Comba, un proyecto de reinterpretación estético y valorización del arte abstracto geométrico. Si bien esto coexiste en la galería con diversos estilos y disciplinas del arte contemporáneo, basta con hacer un poco de arqueología de trastienda para vislumbrar un relato, y uno que no se parece al viejo relato moderno clásico.
Marcelo Villegas nació en 1966; María Suardi, en 1937. Son dos artistas rosarinos dedicados a explorar nuevas posibilidades de una vía que está lejos de haberse agotado. María Suardi lleva 45 años en una producción continua de excelente calidad internacional. El año pasado expuso en el ECU unas obras bidimensionales recientes donde transforma el plano en un acontecimiento en el espacio visual. También mostró piezas tridimensionales inspiradas en la arquitectura moderna y contemporánea. En 1970, con una beca, asistió a la Slade School of Fine Art de la Universidad de Londres. Allí se formó en serigrafía, una técnica que aún no existía en Rosario. Marcelo Villegas fue el curador de su gran retrospectiva de 2012 en el Museo Castagnino.
Una y otro vienen explorando las relaciones entre abstracción y espacio. Leandro Comba los unió, desde el 22 de junio hasta el 27 de agosto, en un combo de dos exposiciones en Diego Obligado que se leen en tándem. En la sala embaldosada a la calle, montada con austeridad modernista, cuelga El crecimiento se agita, de Villegas, a la que acompaña un poético texto en prosa por Florencia Walfisch.
Enchinchadas pulcramente a la pared sin vidrio se divisa algo que de lejos parece un conjunto de pinturas al temple.
Detrás, enchinchadas pulcramente a la pared sin vidrio que interfiera con el placer de observar los delicados juegos de color y brillo entre papel y tinta (aunque a cada comprador la galería le enmarca la obra sin cargo), se divisa algo que de lejos parece un conjunto de pinturas al temple pero son serigrafías, precisamente aquellas que realizó María en la Slade School en 1970. Sin fin es el título de esta muestra de María Suardi que también incluye obras tridimensionales recientes, algunas de las cuales combinan la escultura y la gráfica. En una pared insisten construyendo espacio los hexágonos y en otra las líneas curvas, formas que fue dejando de lado pero con las que se reencuentra de algún modo en las texturas visuales organicistas que recubren como una piel sus esculturas de este año.
“El Lissitsky”, susurra Marcelo Villegas como una contraseña. Y balbucea algo sobre lo espiritual en el arte. Eleazar Lisitski o Lissitsky fue un artista ruso que no sólo hizo de nexo entre diversas escuelas abstractas vanguardistas y modernas de Europa hace cien años sino que planteó un modo nuevo de concebir la forma artística. En ella convergían la escenografía, el diseño, la tipografía, la arquitectura, la pintura, la escultura, la instalación y la utopía revolucionaria. Sus “prounen” (plural del neologismo “proun”) son composiciones en el espacio real a las que concebía como “estaciones de trasbordo” entre la arquitectura y la plástica. Su idea de la obra abstracta como un “símbolo” que prefigura a realización de la utopía tiene (pese al racionalismo que se le suele atribuir a dicho lenguaje visual) algo de platónica geometría sagrada.
Esta contradicción sólo aparente entre racionalidad y misticismo resuena en la forma tipográfica, no perteneciente a alfabeto alguno (se parece a una T, a una tau griega o a alguna letra del alfabeto hebreo), que Villegas logró plasmar con un fino trabajo de carpintería y pintura por el cual le otorga espesor en el espacio. Esa T sugiere una cruz, un dolmen, algún tipo de señalización ritual. El autor está muy contento de haber obtenido una corporeidad que va un paso más allá de sus calados de comienzos de siglo. También juega con el óvalo, al que desarma y rearma en una figura que evoca el fuego. Cada figura tiene una versión hueca y una plena, obtenidas de un mismo recorte. El grosor les da una carnadura, casi una presencia.
María Suardi estuvo en lugares centrales en la época en que se retomaban ciertos planteos estéticos (no los políticos) de aquellas vanguardias. Sus composiciones en la Slade School articulan figuras geométricas formando ficciones de espacio potencialmente infinito. Leandro Comba las relaciona con algunas búsquedas arquitectónicas desarrolladas en el mismo tiempo y lugar, el Londres de los años ’70. María recordó en una entrevista de 2012 que durante su residencia en Urbino (Italia) su libro de cabecera era un manual de morfología, Modelli di geometria rotatoria (1978), editado por Giorgio Scarpa para una colección dirigida por Bruno Munari, quien revolucionó el diseño.