Desde Nueva York y Barcelona
UNO Ni idea de dónde fueron en invierno, pero en este verano boreal ya estaban de nuevo ahí. Los patos del Central Park. Y ahí estaba Rodríguez: arrojándoles migas de pretzel y preguntándose no acerca de sus idas y vueltas sino cuántas veces más va a leer The Catcher in the Rye (le cuesta mucho decirle El guardián en el centeno; porque lo leyó por primera vez en español con el título de El cazador oculto, edición argentina, cortesía de su prima muerta, en aquel iniciático y adolescente viaje suyo a Buenos Aires).
Y Rodríguez está aún más salingeriano de lo que siempre suele sentirse en esta ciudad. Porque –en el vuelo de venida– vio una biopic de J. D. Salinger: Rebel in the Rye, escrita y dirigida por Danny Strong, alguna vez actor secundario en Mad Men donde, nada es casual, tuvo el rol del mediocre publicista Danny Siegel luego “triunfando” en el Hollywood donde se “prostituyó” como guionista el hermano mayor de Holden Caulfield.
Y Rodríguez es un especialista. Rodríguez ha leído varias biografías sobre el misterio del misterioso. Entre ellas la primera de Warren French, la judicialmente frustrada de Ian Hamilton, la traidora de la hija Margaret A. Salinger, la despechada de la alguna vez lolitesca amante Joyce Maynard, la un tanto delirante y oral/coral de David Shields y Shane Salerno con documental à côté, la muy respetuosa y lograda de Kenneth Slawenski, y la breve pero imprescindible de Thomas Beller (porque rescata la figura clave del editor de cabecera del escritor en The New Yorker, Gustave “Gus” Lobrano, muerto temprano, casi personaje de Salinger, y explicación tan sencilla al complejo enigma de por qué el escritor dejó de publicar). También, los volúmenes colectivos de ensayos; incluyendo firmas como las de John Updike y Joan Didion y Alfred Kazin y Aleksander Hemon y Philip Roth (R.I.P.), quien diagnosticó a Salinger con un “lo suyo no le ha dado la espalda a nuestros tiempos sino que se las ha arreglado para continuar poniendo su dedo sobre cualquier tipo de conflicto significativo que pueda llegar a surgir entre el yo y la cultura”. Y Rodríguez hasta consiguió un ejemplar de esa extraña e innecesaria y prohibida por Salinger secuela geriátrica: 60 Years Later: Coming Through the Rye, de un tal John David California, alias del sueco Fredrik Colting, con un Holden viejo y escapado ya no del colegio sino del asilo. Lo último salingeresco que se compró Rodríguez fue el autobiográfico Mi año con Salinger de Joanna Rakoff y –hace unos días, en N.Y.– J. D. Salinger: The Last Interview and Other Conversations, recopilación a cargo de David Streitfeld.
Y, por supuesto, Rodríguez ha leído muchas veces la breve e inmensa obra de Salinger. Porque a Salinger sólo se lo lee una primera vez para –después y enseguida– poder releerlo para siempre y jamás hasta nunca.
DOS Y Rodríguez leyó lo que sigue en una nota de ese escritor argentino con el que se cruza demasiado: “Y tal vez lo más importante: Salinger tiene que ver más con el lector que con el escritor. Salinger enseña más a leer que a escribir y quizás por eso, para muchos, Salinger es un autor ‘menor’. Su literatura existe más en función de sus seguidores que de sus colegas; de la necesidad de producir determinados efectos; de ‘atacar’ iluminando. De ahí, también, que Salinger incomode en un mundo de adultos que consuelan su desconcierto acusándolo de ‘juvenil’ o ‘enamorado de sus personajes’, procurando olvidar que ellos quisieron ser como Holden y los Glass cuando eran jóvenes”.
De igual manera, sintiéndose juvenil y enamoradizo, Rodríguez aguantó el amorfo documental de Salerno antes mencionado; el que le dedicó la PBS para su serie American Masters; y hasta vio todas esas películas con Salinger de fondo como Coming Through the Rye. O con escritor salingerizado como Field of Dreams y Finding Forrester. O salingerianas, como casi todas las de Wes Anderson (en especial Rushmore, con su héroe contra-holdenístico enamorado de su escuela, y The Royal Tenenmbaums como parientes cercanos de los Glass) o algunas de Noah Baumbach. Y leyó en su momento a “Nuevos Salinger” como Jay McInerney y Bret Easton Ellis (quien al morir Salinger twiteó “Yeah! Gracias a Dios finalmente está muerto. He estado esperando este día for-fucking-ever. Party Tonight!!!”). Y hasta se compró un disco de una banda llamada The Wonder Years (que sonaban un poco a los irremplazables The Replacements) porque incluía una canción titulada “You’re Not Salinger. Get Over It”.
Así que Rodríguez, con vodka-tonic cortesía de Delta Airlines –a miles de metro de altura y a miles de kilómetros de su casa– no pudo negarse ni resistirse ahí, días atrás, a Rebel.... Aunque ya supiese lo que le esperaba y que eso que le esperaba no sería nada demasiado bueno. Porque, por principio y casi hasta el final, el cine no se lleva bien con los escritores. Nada menos filmable que un escritor; aunque haya notables excepciones como La Dolce Vita, Barton Fink, The Door in the Floor, Smoke, Providence, Elegy, The End of the Tour, The Affair, The Weatherman... En cualquier caso, por cada milagro tenemos decenas de engendros como la reciente Genius con Jude Law como Thomas Wolfe y Colin Firth como Maxwell Perkins. Rebel... pertenece a la última categoría. Allí, todo se concentra en el traumático período en la vida de Salinger luego de su regreso del frente de batalla en la Segunda Guerra Mundial (hay “especialistas” que aseguran que Catcher... es, en realidad, una novela de guerra subliminal y en código) donde desembarcó en Normandía, liberó campos de concentración, interrogó a jerarcas del Tercer Reich y firmó acta matrimonial con una alemana supuestamente telépata y nazi de la que no demoró en divorciarse. Aquí, Nicholas Hault (el boy de About a Boy) es Salinger y el ahora caído en desgracia Kevin Spacey es Whit Burnett, cabeza de la revista Story y profesor de escritura creativa en Columbia. También aparecen representados como figuras en un diorama de esos que recuerda Holden de una excitante excursión escolar al Museum of Natural History (Danny Strong también fue el guionista de aquel film insoportable acerca de ese mayordomo negro en la Casa Blanca donde todos eran “históricos”) la novia Oona O’Neill, la agente Dorothy Olding, William Maxwell, Gus Lobrano, los padres del escritor. Y lo que se cuenta aquí –estrategia para esquivar la cláusula eterna de que jamás se filmará la novela por expresa orden de su autor– es entonces el cómo Salinger llegó a crear a Holden Caulfield, detestador de “falsos” (o phonies, como ahora, nada es casual se les dice con afecto a los inmovilizantes telefonitos móviles) e inspirador de futuros magnicidas. Y se muestra a Salinger como a un médium/compéndium del rebelde obsesionado con la autenticidad Holden Caulfield y del prodigioso místico suicida por felicidad absoluta Seymour Glass. Y todo se ve como una representación de fin de curso por alumnos supuestamente brillantes pero listos para oxidarse al salir a la intemperie del principio de la realidad. En la película, en una escena, ante sucesivos rechazos editoriales, Salinger le ruge a su agente que no cambiará ni una coma del manuscrito de Catcher... porque “Holden no lo aprobaría”. Noticia para Danny Strong & Co.: Holden tampoco aprobaría esta película tan pero tan falsa.
TRES Y el próximo 1 de enero se cumplirá el centenario de J. D. Salinger; así que –con el hombre ausente para vigilar y demandar– prepararse para lo que se viene. Mientras tanto, Rodríguez ha leído artículos acerca de que los jóvenes ya no “enganchan” tanto con Holden (se dicen que mejor es tomar Prozac y a otra cosa y que no hay motivo alguno para “compadecer a un adolescente de fin de semana en Nueva York haciendo lo que se le da la gana”).
En el vuelo de regreso a Barcelona, de nuevo ofrecen Rebel.... Y –sin saber muy bien por qué, aunque sabiéndolo a la perfección– Rodríguez vuelve a verla. Sosteniendo otro vodka-tonic, sí, pero ni pensando aplaudirla con una sola mano.