Eva Duarte, Eva Duarte de Perón, o la Señora, o Evita, es uno de los iconos más poderosos de nuestra historia bicentenaria. Ha fascinado a narradores, poetas, cineastas, artistas plásticos, de dispares orientaciones ideológicas y estéticas. Sin duda, no soy la excepción a la regla. El punto de partida de “Muñecas”, el primer esbozo que escribí, se remonta al libro Historias ocultas en la Recoleta (2000), donde finalmente no fue incluido. La idea siguió rondándome, hasta que pulí y concluí esa aproximación inicial y terminé incorporando el cuento en la segunda edición (revisada y aumentada) de otro libro: Amores insólitos (2011). Sin embargo el relato no se centra exactamente (o solamente) en la pasión personal y política que unió a Perón y Eva para cambiar sus vidas y con ellas el curso de la historia argentina.
Aunque Perón sí forma parte del cuento, este surge, antes bien, de la trayectoria de un cuerpo inmortal y difunto que anticiparía otros itinerarios, otras tragedias. Un cuerpo que concentra ambivalentes valencias: muñeca y reina, títere y titiritera, ángel y humano despojo, sagrada y prisionera, inerme y frágil pero también omnipotente presencia más allá de la muerte. Esa Eva inquietante, tan desvalida como temible, fantasmal y material, no solo es mirada por Perón, su viudo, sino por dos madres: la suya, doña Juana, y Ema, la madre de Julia (que de alguna manera sucede a Eva en el encadenamiento de las elecciones y los destinos).
Las mujeres y el poder. El poder y la impotencia de las mujeres frente a las figuras masculinas. La madre, primer amor de todos los humanos, y las paradojas de la maternidad. Supongo que sobre todo eso habla esta historia individual y colectiva que se activó nuevamente para mí durante la elaboración de mi última novela: Todos éramos hijos (2014).