En una nota publicada en La Nación el jueves 31 de diciembre de 2015, firmada por Jaime Rosenberg, estaba todo anunciado. Incluso lo que esta semana declaró el gobernador Gerardo Morales, extralimitado por demás, al seguir condenando por su cuenta a Milagro Sala (“Se robó todo, muchachos”) pero sobre todo al agregar que “Cristina Kirchner también debería estar presa”, en una expresión que acapara el desborde institucional en el que estamos hundidos. Morales es el síntoma de Macri. Y el vicegobernador Hackim es el síntoma de Massa. Para un nuevo bipartidismo a los 90, ése es el plan.
Aquella nota de 2015 se llamaba “Vamos para adelante”, un título muy La Nación tratándose de Macri. Hablaba, en aquellos primeros días de gestión, de voltear por decreto la ley de medios. Ya entonces los grandes diarios, que vienen funcionando como folletos gubernamentales, generaban una escisión ficticia en el gobierno, sólo para asignarle a Macri el rol de arbitraje necesario entre presuntos halcones y palomas, y asignarle así el don de mando. En esa materia, y en otras como Papel Prensa o el nombramiento del actual ministro de Hacienda, después fue evidente que el mando lo tenían directamente esos medios.
Según esa nota de principios del gobierno que hoy se empieza a ver como un rey desnudo, unos querían ir más despacio, otros hacerlo todo en los primeros días. “Vamos para adelante ahora”, decía la nota que había dicho Macri, nuevamente envuelto en el recién desempolvado “coraje” neoliberal que consiste en herir o desposeer a mucha gente. Visto ahora el panorama general, se entiende que esa voltereta retórica tributa a la idea de la “valentía necesaria” para tomar decisiones que generarán costos políticos, pero en esa misma nota se colaba el antídoto que vienen usando tanto Macri como Morales al hablar de Milagro.
Es éste, que en esa nota de 2015 repitieron Miguel de Godoy (“Les debemos respeto a los cuarenta millones de argentinos”), Marcos Peña (“Este es un paso que va en la dirección que la mayoría de la gente quiere”) o, en boca del propio Macri (“A trabajar. Quiero gente presa”). La nota de La Nación del año pasado le asignaba a esa afirmación un poco de seriedad y un poco de ironía. Lo de la ironía puede tomarse como la perenne protección del diario al Presidente actual.
Cómo puede llamarnos la atención que Morales siga sin advertir el baño de realidad que salió de su propia boca cuando dijo, en referencia a Milagro, “A esa mujer no la voy a liberar”. Cómo puede sorprendernos que Macri diga, con pasmosa caradurez y a la prensa extranjera, “esa mujer está presa porque la mayoría de la gente cree que cometió delitos”. No se trata solamente que estamos ante funcionarios públicos que han llegado para abolir lo público, sino también, y está inscripto en esas mismas frases, de la admisión de esa otra pata del dispositivo totalitario y antirrepublicano en el que se basa el Cambiemos: esa “mayoría de gente” de la que habla Macri y en la que se respalda Morales para aplastar la división de poderes, es la ficción que construyen diariamente los dispositivos mediáticos, desplazando la idea de pueblo por la noción de audiencias.
Todo para ellos es desplazable, porque se han creído que los medios hegemónicos tienen la palabra santa. Se han creído que los medios convencionales concentrados, dominados como nunca antes en la democracia por pautas publicitarias que están en exclusivas manos de Cambiemos, son un Superman semántico que será capaz de hacer héroe al villano, pobre al rico, ñoqui al trabajador, vándalo al que luche, necesario lo innecesario.
Un Poder Judicial intoxicado por intereses políticos, Poderes Ejecutivos operando para abrir causas judiciales a nivel provincial o federal, Tribunales Superiores de Justicia y hasta la Corte Suprema expropiados ya del prestigio del que gozaron durante más de una década, integrados como están hoy o bien por representantes de la UCR o el PRO, o bien por ex abogados de Clarín, constituye apenas una herramienta sucia y desnaturalizada, lo más alejado en décadas de un Poder del Estado indepediente, para perseguir, imputar, procesar y llegado el caso, como en Jujuy, detener a dirigentes opositores.
“La mayoría de la gente” es una abstracción que no encarna finalmente en nadie, una nube que ocupa taxis, ascensores y oficinas. “La mayoría de la gente”, que en diciembre del año pasado podía ser asimilada a una exigua diferencia electoral, en ninguna democracia decide como en un circo romano a quién le sube o le baja el pulgar. Con el correr de los meses y desdibujada además aquella exigua mayoría concreta, “la mayoría de la gente” podrían ser las visitas a TN.com, o los llamados de oyentes a Radio Mitre. Es decir: nada que racionalmente pueda ser invocado como representativo y mucho menos algo con la potestad para decidir sobre nada. Un nicho de opinión pero convertido en “voz general”.
Sin embargo, aquella frase inicial de Macri, a la que el curso de los acontecimientos le han arrancado cualquier viso de ironía, revela cuál era la estrategia ya pensada y dispuesta para deformar la democracia argentina y convertirla en su propio relato sobre Venezuela. “Quiero gente presa”, en boca de un dirigente populista, hubiese sido un disparador de acusaciones que ni vale la pena imaginar. En boca de Macri, hace un año, y según los diarios dominantes, se trató de la decisión de un hombre de Estado. Ese hombre de Estado, que a lo largo de un año ha posado más en reposeras de descanso que en sillones de trabajo, que no puede retener el nombre del pueblo en el que está, que da conferencias de prensa pero se excusa porque no domina ninguno de los temas álgidos sobre los que es consultado, que ha incumplido una por una todas sus promesas de campaña, que ha reendeudado el país a niveles hasta ahora desconocidos, que ha vetado todas las leyes que le resultaban incómodas, que está entregando a extranjeros amigos suyos las tierras que contienen invalorables recursos naturales, que arma a las policías y las hace instruir para que sofoquen cualquier protesta popular, ése es el mismo presidente que a dos semanas de asumir, y con su plan bajo el brazo, dijo “Quiero gente presa”. No es que lo quiera. Lo necesita. Necesita que nadie compita realmente con él en las próximas elecciones, porque sí necesita seguir ficcionando un Estado de Derecho. Lo que necesita es que nadie compita con él por otro modelo de país. Ni siquiera es Macri el que lo necesita. Son sus verdaderos mandantes.
Podría decirse: dime a quién tiene o quiere Macri preso, y te diré qué país tiene en mente para los argentinos durante las próximas décadas.