Algún día los eruditos reconocerán a La Plata como la ciudad que rescató la cultura rock argentina de la terapia intensiva pos Cromañón. Si en alguna debía producirse la refundación, nada mejor que una donde no sólo convergen las diagonales trazadas por los masones sino también las incandescencias intelectuales de artistas, estudiantes universitarios y migrantes de toda la provincia de Buenos Aires. Pero para que este potencial tuviera utilidad y sentido fue necesario además un lugar capaz de articular semejante diversidad y energía. Y ése fue Pura Vida, el bar fundado en 2007 sobre Diagonal 78, frente a la facultad de Bellas Artes, que comenzó siendo trinchera de ignotos, luego potrero de atrevidos y finalmente un espacio que trascendió la ciudad. No por nada el realizador Osvaldo Sudak tituló su fabuloso rockumental de dos horas como El templo del rock, a secas, sin referencias geográficas.
En ese local se columpiaron desde El mató a un policía motorizado y normA hasta El Perrodiablo y Las Piñas, y allí también se reescribió el contrato moral que el rock debía instituir obligatoriamente si deseaba refundarse a través de un espíritu anarquista pero cooperativo y mediante la celebración de la diversidad de estilos y sexos que encontraron al Pura en la vanguardia de las reivindicaciones de género.
Durante dos años, Sudak fue religiosamente a Pura Vida para registrar todo lo que sucediera ante su lente: grupos teniendo su heroica noche debut, incendiarias fiestas LGTB, resistencias pacíficas ante intromisiones policiales, los monólogos provocadores del performer Alberto Bassi, encuentros y zapadas mágicas y un clima de ceremonia en el que todos parecían elevarse hacia estadios superadores. “En el género documental el guión no se escribe de antemano sino a medida que se filma. En este caso creo que fue un gran acierto, porque todo lo que me encontraba era mucho mejor de lo que imaginaba”, afirma Sudak, quien inscribe El templo del rock dentro de una trilogía que comenzó con Alto bardo (en base a una fiesta que hizo en su casa con bandas locales) y concluirá con una peli sobre la escena platense.
Hay dos revelaciones que Sudak considera fundamentales para el tono y el volumen de su obra. El intento de clausura que el gobierno de La Plata encabezó junto a la policía en 2015, que despertó una conmovedora adhesión espontánea de miles de músicos y parroquianos de Pura Vida y que finalmente logró torcer la decisión a través de protestas y marchas, todo notablemente filmado y compaginado. Y por otro lado la figura magnética y emblemática de Caio Armut, uno de los encargados del bar junto a Diego Cabanas, fallecido en febrero del año pasado, en pleno rodaje.
“El Pura fue idea de Diego, quien trabajaba cuando el bar tenía otro nombre y otro perfil, y tras el cierre decidió abrir uno que le diera cabida a bandas nuevas. Caio se sumó después, cuando lo conoció y encontró el espacio ideal para canalizar sus ganas de agitar y habilitar a artistas emergentes. Su sociedad fue mágica, como lo es el ambiente del Pura Vida”, afirma el realizador. En otro aspecto, la peli es también un homenaje a la generosidad sin parangón de Armut, un rockero sin banda capaz de colaborar económicamente con artistas o realizar festivales en cárceles. Tan consciente estaba Caio de su vida intensa que festejaba su cumple dos veces al año.
Para Sudak, el Pura Vida entrañó una versión argenta (bonaerense) de la escena Madchester. La evidencia está en los cientos de testimonios en las dos horas de peli. Ahí se ve y escucha a 60 bandas, pero también a personal de seguridad, sonidistas, encargados de barra, habitués varios y quienes dirigen la radio online del bar. Un desfile de personajes que parecen sacados de la ficción porque resulta difícil creer que todo ese clima de desborde catalizado por el noble estímulo del rock sea posible.
“Lo que hizo crecer al Pura fue la diversidad”, refuerza un músico mientras en las escenas se advierte un notable protagonismo de bandas lideradas por mujeres y fiestas drag que se convirtieron en clásico del lugar. En otro pasaje comparten escenario Viedma Tripulación y Las Armas Bs As, dos grupos que desde su bautismo ratifican al Pura también como un horizonte aspiracional del rock bonaerense. Julián Ibarrolaza, de Embajada Boliviana, agrega que el lugar incita a “buscar la belleza en la perseverancia”. Porque está claro que lo que delimita la frontera entre la genialidad y el disparate es la prepotencia del trabajo.
Pura Vida demuestra, entre tantas cosas, que el rock debe ser cuestionado y –si es necesario– también dinamitado para seguir siendo novedad y no solo pieza de museo. “¿Qué es el rock?”, se pregunta retóricamente Osvaldo Sudak después de haber entregado dos años de su vida a filmar, recortar y editar: “Algo que todavía está en construcción”.
* Habrá proyecciones de El templo del rock mañana en Pura Vida, diagonal 78 y 61, La Plata; y el sábado 4 de agosto en el Salón Pueyrredón, Santa Fe 4560.