El mes pasado, di testimonio en audiencias públicas previas a una sesión de 23 horas del Parlamento Argentino en que se trató la despenalización del aborto, un tema que pocos habrían esperado que llegara a la cámara hace sólo un año. Cientos de miles de personas se concentraron en las calles que rodeaban al Congreso, manifestando por la legalización del aborto, y festejaron el 14 de junio, cuando la Cámara de Diputados votó, por un estrecho margen, a favor del derecho de abortar.
Se trata de un debate actual también en otros países y mi experiencia muestra que la ciencia básica juega un papel en cómo la gente elabora sus puntos de vista. Estaciones de radio y televisión de Argentina reprodujeron mi exposición. El video de mi charla fue compartido más de 2,7 millones de veces en Facebook en Argentina y se extendió a España y Brasil, donde fue subtitulado en portugués.
Argentina es el país de nacimiento del Papa Francisco. El apoyo gubernamental a la Iglesia Católica está escrito en la constitución y el aborto es ilegal, excepto para casos de violación y amenazas a la vida de la mujer. Incluso si en agosto la ley no se aprobara en el más conservador Senado, el voto de los diputados representa un cambio cultural, similar al visto en la votación de mayo en Irlanda, también un país católico.
Más de 700 ciudadanos hablaron durante 7 minutos cada uno en las audiencias públicas previas a la votación en Diputados, presentando argumentos a favor y en contra de la despenalización. Yo fui invitado a hablar en la última sesión del 31 de mayo. Numerosos activistas sociales y médicos, incluido el ministro de salud –uno de los pocos miembros del gabinete a favor de legalización– centraron sus intervenciones en el problema de salud pública que representan los abortos clandestinos, una de las causas de muerte materna. Yo me concentré en cambio en la confusión existente entre el concepto de embrión y de persona: en muchos países, un estado adquirido sólo después del nacimiento con vida. Expliqué que algunos términos usados en argumentaciones basadas en valores subjetivos no tienen mucho sentido en biología. Por ejemplo, un embrión está hecho de células vivas, pero también lo están la placenta, el esperma y los óvulos. Y una persona puede ser declarada muerta cuando su corazón deja de latir o su actividad cerebral cesa, a pesar de que las células de su cuerpo permanecen vivas durante una cantidad de tiempo sustancial. Por consiguiente, no es obvio que todo lo que esté formado por células humanas sea considerado un ser humano.
También expliqué que la fecundación de un óvulo por un espermatozoide es condición necesaria pero no suficiente para producir un bebé. Somos mamíferos placentarios: los embriones sólo pueden desarrollarse hasta la madurez dentro del útero. Hasta el momento, nadie ha logrado crear un mamífero placentario completamente desarrollado fuera de un útero. Además, un embrión en desarrollo depende del intercambio placentario. El oxígeno y los alimentos pasan del torrente sanguíneo de la futura madre a la placenta y luego al embrión. El dióxido de carbono y las moléculas tóxicas pasan del embrión a la placenta y luego al flujo sanguíneo de la madre.
Por lo tanto, dije que, en mi opinión, un embrión es casi como un órgano de la madre: sus células dependen de su torrente sanguíneo para recibir nutrientes y eliminar desechos. También dije que sin el derecho de interrumpir embarazos, las mujeres son esencialmente puestas en esclavitud de sus embriones.
Para mi sorpresa, muchos legisladores, incluso los del partido del gobierno, cuyas políticas científicas y económicas he criticado, saludaron mis palabras. Al menos diez diputados de ambos lados del espectro político citaron mis argumentos en el tramo final del debate.
Recibí docenas de correos electrónicos de personas que no conocía. Una mujer me escribió para decir que, para ella, un punto culminante de la argumentación era la apreciación de cómo la excepción legal en caso de violación ya apoya la noción de que hay una diferencia conceptual entre un embrión y un ser humano formado. Sólo si un embrión no es considerado una persona podría aceptarse que uno que haya resultado de una violación tuviera menos derechos que otro resultante de una relación sexual consentida.
Por supuesto, no todo el mundo estuvo contento. Algunas publicaciones en la Web me tildaron de mentiroso por minimizar el hecho de que el huevo fecundado tiene la información genética completa de un ser humano, lo cual, para ellos, es suficiente para considerar al embrión como “vida humana” y al aborto como homicidio.
Entiendo que los argumentos biológicos básicos son, con razón, sólo una parte de cómo conforman las personas sus puntos de vista y cómo los responsables políticos toman decisiones. Tampoco puedo ignorar que mis valores coinciden con mis argumentos. Incluso antes de saber lo que era una célula, percibía la diferencia entre una persona y lo que estaba dentro del útero de una mujer embarazada, y razonaba que la continuación del embarazo no era un bien equivalente al de la vida y la salud de la madre.
Las personas no entrenadas en ciencia buscan certezas. Sin embargo, traté de no ocultar información ni exagerar. Se puede explicar con cierta certeza que un embrión no es lo mismo que un ser humano completamente formado, pero no es fácil definir un punto preciso en un proceso gradual en que un embrión se convierte en un ser humano, aunque tal vez el cambio más dramático ocurra en el nacimiento, cuando el bebé deja de depender de la placenta y comienza a respirar a través de sus pulmones y alimentarse a través de su boca.
Existe mucha presión para valorar a la ciencia sólo por su potencial para producir bienes y servicios. Por el contrario, estoy convencido del valor de la ciencia para explicar cómo los hechos pueden influir sobre las creencias. Por lo tanto, intento involucrarme de manera de alentar una opinión pública informada y el pensamiento crítico, incluyendo dudas e incertidumbres. Eso, más que cualquier aplicación práctica, es la herramienta más poderosa que aporta la ciencia para ayudar a tomar decisiones relacionadas con la vida cotidiana.
*Alberto Kornblihtt es biólogo molecular, Investigador Superior del CONICET y Profesor Titular Plenario de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Este artículo fue publicado ayer por la revista Nature, la más prestigiosa revista científica del mundo, en la sección World View, que siempre está escrita en primera persona.