“Mirando alrededor podemos detectar historias tan dignas de ser contadas como aquellas que transcurren en Londres, Samarcanda o Atenas”, escribió Roberto Fontanarrosa en su prólogo al libro de cuentos de David Viñas Las Malas Costumbres, publicado en 1963. El dato implica un lugar en la literatura, un permiso que el prologuista se dio para hablar de su propia narrativa. De todos los Fontanarrosa posibles, de todas las facetas del dibujante, escritor, ilustrador, humorista, hincha de Central, ¿cuál recordar a 11 años de su partida?

La presencia del Negro, con su humor del mismo color, fue un antídoto contra el veneno de la solemnidad. ¿Qué destino corre hoy su obra? Él hubiera cumplido 70 años en 2014, cuando Homo Sapiens publicó la primera edición de su biografía por Horacio Vargas. El libro se reeditó el año pasado, a 10 años de aquel 19 de julio de 2007 en que todo Rosario desafió el frío para ir a despedirlo.

La relectura de testimonios de otros escritores deja un gusto agridulce a deuda crítica. La renovación automática de los contratos por los numerosos libros de Fontanarrosa publicados en Ediciones De la Flor desde 1971 se desactivó al año siguiente de su muerte. Recién en 2012, la Biblioteca Fontanarrosa de Planeta hizo de su paródica novela Best seller precisamente eso. Al año siguiente, su editorial de toda la vida metió un gol en tiempo de descuento al recobrar y publicar su póstumo Negar todo y otros cuentos, mientras en Rosario se le daba su nombre a un centro cultural municipal. Un mural de Fontanarrosa con la camiseta azul y oro, dos esculturas tamaño natural en plaza Montenegro y en el bar El Cairo, o un perro Mendieta gigante en dicha plaza con motivo de la Feria del Libro donde fue cálidamente recordado, no saldan aún el reconocimiento que se le quedó debiendo como autor.

Menos mal que era un buen tipo y no anda su fantasma rabiando por las noches, como andará el de tanto escritor popular cuya cantidad de lectores y de publicaciones fue inversamente proporcional a su probabilidad de inclusión en el canon literario. Por fortuna, en vida del Negro, la revista de crítica literaria Riel le dedicó entero su tercer número, en un esfuerzo muy serio por tomarlo seriamente como escritor. Algo que él mismo en su modestia no parecía estar haciendo.

Aquello fue más o menos por la misma época en que su memorable ponencia sobre “Las malas palabras” desató carcajadas en el público del III Congreso de la Lengua en Rosario. Elvio Gandolfo dijo a Riel que si se eligen los dos cuentos excelentes de cada libro del Negro, aparecería un cuentista tan grande como Borges.

Un juicio tan favorable de tan prestigioso colega (juicio que goza de cierto consenso) merecería tal antología. Pero si a alguien no se parecía en nada Fontanarrosa como persona pública era a Borges, a quien hasta se dio el gusto de satirizar en un capítulo de la tira Inodoro Pereyra, el renegáu. “Nos desprecea, don Inodoro”, le decía el Mendieta entornando sus ojos enormes. Fontanarrosa dibujó, además de tiras en los diarios, el cuerpo del manifestante asesinado por las balas represivas de la dictadura de Onganía en el Rosariazo de 1969. Fue la tapa de la revista Boom.

En el prólogo a Viñas, dice el Negro que al leerlo descubrió “que se podía escribir algo que reflejara fielmente una forma de hablar y de comportarse totalmente nuestra y alejada de modismos hispanos”. (Lo mismo pasó con autores de la generación siguiente, al leer los cuentos de Fontanarrosa). “Comencé, de ahí en más, a tratar de percibir las cosas que, por estar delante de nuestros ojos, por familiares o próximas, no vemos. A prestar el oído a las palabras que, por cotidianas y poco épicas, no escuchamos”. Poco después, recuerda,  “empecé a narrar situaciones que yo había vivido o vivía jugando al fútbol, o como espectador en la cancha de Central o con los muchachos hablando pavadas en La Mesa de los Galanes, en el bar El Cairo”.

Ese “hablando pavadas”, fechado en 1963, debe haber sido un “hablando boludeces” en el texto original. Las viñetas de la “Mesa de los Galanes” se iban publicando en Rosario/12 y produjeron cierta magia: la de volver literario un lugar de paso de todos los días. Pero es injusto situar por esto a Fontanarrosa en un mero costumbrismo. Su escritura sobre lo cotidiano gana un giro hacia lo fantástico que la desmarca del realismo. Su humor hace reír pero, además de su eficacia, se luce en el juego de la imaginación y el de la exageración hacia el absurdo. Sus cuentos corren el límite de lo verosímil. El Fontanarrosa narrador es un hábil nueve cuyo ingreso al área pasó desapercibido. No hace el gol, pero lo posibilita. Detrás de él, vienen todos los demás.