Hay imágenes fotográficas que perforan la conciencia por grotescas y dolorosas. Son reales, son noticia, denuncian una profunda injusticia, pero son tan fuertes que podrían vulnerar la barrera del buen gusto para instalarse en el terreno del morbo y la explotación sensacionalista de una persona. Es el caso de una imagen de los cadáveres hinchados y semipodridos de una mujer y un niño, ella vestida y él desnudo, flotando sobre una tabla de madera en medio del mar. 

La imagen fue obtenida ayer por la agencia Reuters después de un naufragio frente a la costa de Libia y reproducida en distintos medios extranjeros. “Hemos decidido publicar estas durísimas imágenes porque consideramos necesario evidenciar, por un lado, el drama y la desesperación que esconden los fenómenos migratorios, y, por otro, que quienes migran, poniendo en riesgo sus vidas, son personas, incluidos niños, y no meros números fríos y sin rostro,” editorializó uno de esos medios, el diario español Público.es. Otras fotos de similar tenor circulan en distintas agencias internacionales.

Este diario eligió ilustrar la historia del naufragio en esta página con una foto que muestra al bebé muerto en brazos de un rescatista y el cadáver de la mujer en segundo plano, esperando ser levantado por un grupo de personas que se acerca en lancha. Quizás no era la más cruda o violenta entre las opciones disponibles pero sí la más informativa, ya que sin ocultar nada, agregaba una pátina de humanidad a la tragedia, al mostrar el lenguaje corporal de los rescatistas. ¿Fue la elección correcta?  

Hace dos años editores de todo el mundo enfrentaron un dilema similar con la imagen del cadáver desnudo del bebé sirio Aylan Kurdi en posición fetal lavándose en una playa de Turquía. Al principio muchos medios fueron renuentes a publicarla por el impacto que causaba, pero la foto se viralizó en las redes sociales y terminó convertida en una imagen icónica de la desaprensión europea ante el drama de los migrantes de Africa y Medio Oriente.  

Como sucedió entonces, nuevamente la publicación de una imagen fuerte (o la no publicación de otra más descarnada), en este medio y en otros, renueva el viejo debate periodístico sobre la delgada línea entre la denuncia y el morbo, el realismo y el sensacionalismo, la transparencia y la invasión de privacidad, el deber de informar versus la innecesaria exposición de víctimas en situación vulnerable o humillante. Y demuestra una vez más que en este tema no hay fórmulas infalibles.

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