Décadas antes de la edad dorada del mundo drag que estamos viviendo, antes de que RuPaul se convirtiera en la referencia LGBT más importante de las últimas décadas para pasar a integrar nuestro panteón junto a ABBA y Madonna e incluso antes de que la reina inmaculada popularizara el voguing, hubo un documental. Ese documental es Paris is Burning y fue dirigido por Jennie Livingston, una chica de Texas que se educó en Yale y luego se mudó a Nueva York, donde se fascinó por el universo de los balls y el arte de las drag queens del Harlem al tiempo que se descubría como cineasta y lesbiana (aunque hoy prefiera llamarse genderqueer, en esa época se definía como lesbiana o simplemente queer).
A casi 30 años de su estreno comercial y de su primer recorrido por el circuito de festivales que la llevó a ganar premios en Sundance y la Berlinale, Paris is Burning es una especie de Esperando la Carroza para las audiencias LGBT que son capaces de recitar escenas de memoria. Es un retrato de la escena drag del Harlem en los 80 y de cómo sus integrantes, predominantemente gays latinos y negros, encontraban en esos espacios un lugar para ser libres y desafiar, al menos por unas horas, el lugar marginalizado que les dejaba la cultura hetero. Hoy, con el imperio de Drag Race ya consolidado y la aparición de Pose, la serie ficcional del creador de Glee y Feud sobre ese mismo universo, Paris sigue ardiendo. La película está hace poco en el catálogo internacional de Netflix y Livingston es invitada a participar de algunos festivales, como el de Edimburgo, en el que tuvo lugar esta conversación con SOY y en el que se movió como una rockstar, o mejor dicho, una popstar. Tras una proyección a sala llena en el espacio más importante del festival, Filmhouse, fans de todos los géneros y edades se le acercaron para contarle cuán importante ha sido la historia para sus vidas y hasta para invitarla a una noche drag en CC Blooms, uno de los pocos pubs gays de la capital de Escocia que queda a unas poquitas cuadras de allí.
“En aquella época no sabía que estaba haciendo una película que se convertiría en un clásico, simplemente quería terminarla”, dice Livingston al día siguiente en una conversación con SOY. “Mi deseo de hacerla surgió por mi vinculación directa con esta gente que fui conociendo. Vi que esta gente tenía tantas cosas que contar, que había tan pocas representaciones queer en la cultura y que eran personas que enfrentaban más dificultades por provenir de orígenes latinos y negros en los márgenes de Nueva York”. La cuestión de clase es uno de los temas que atraviesa toda la película, al mostrar como la cultura drag se reía, subvertía y se apropiaba de la lógica del consumismo impuesta por las grandes marcas y celebridades. “Realness”, un término con el que hoy estamos familiarizados por RuPaul, surgió de ahí: una drag queen podía servir realness, ofrecer realidad, si en su personificación podía “hacer de cuenta que” era una ejecutiva, una ama de casa o una miembro del jet set. En ese jugar a lo que no las dejaban ser Livingstone vio que había una forma de resistencia. Y un arte. Las catwalks y competencias eran lo más cerca que iban a poder estar de ese imaginario de riqueza y fama que vende la cultura hetero dominante en el mundo real.
El foco del film está puesto en los balls, en las competencias, en el trabajo y preparación que conllevan y en la importancia que tienen como espacios de socialización. En su ensayo “Gender is Burning”, que fue publicado en su libro Bodies that Matter (Cuerpos que Importan), Judith Buttler reflexiona acerca de las diversas maneras en que los personajes del documental cuestionan la pobreza, la homofobia y el racismo cotidiano con el que conviven, al tiempo que construyen camaradería y comunidad. Las drag queens se organizan en houses, casas, que las cobijan y les proveen de un espacio para el traspaso intergeneracional de conocimiento. Esas casas y esas familias, con esas mamás drag como matriarcas, son en algunos casos un reemplazo de sus familias biológicas que los rechazaron por ser diferentes. En esos gestos de desobediencia y ruptura, las drag queens de Paris is Burning –Pepper La Beija, Venus Xtravaganza, Willi Ninja, Freddie Pendavis, por nombrar solo algunas– nos recuerdan, una vez más, que la vida es una lucha y una fiesta.
Si tuviera que hacer una película sobre la escena drag de hoy, ¿cuán distinta sería a Paris is Burning?
–La escena drag y los balls son muy distintos, la cultura ha cambiado muchísimo. La música es distinta, las categorías son distintas, la manera en que los anunciadores hablan es distinta, el lenguaje… Pero la escena sigue viva. Al momento de rodar, tenía en mente la importancia de seamos conscientes de que más allá de que tengamos 20 u 80 años, ninguno de nosotros inventó a la comunidad LGBT y que todos estamos parados sobre los hombros de quienes nos precedieron. Paris is Burning cuenta la historia de un momento específico, quería enfocarme en lo que pasaba entonces.
El documental la colocó como activista. ¿Está de acuerdo con ese lugar?
–Yo soy una activista, ya era una activista en los 80 cuando peleaba para que se enfrentara la crisis del sida (pensá que Reagan ni siquiera lo nombraba) y lo soy ahora teniendo en cuenta todo lo que está pasando. Soy una activista en cuanto ciudadana; no me considero una activista en cuanto cineasta. Muchas personas han utilizado a Paris is Burning como un insumo para el activismo; por ejemplo una organización de jóvenes negros se llama FIERCE! Y hace unos años organizaron una proyección para un aniversario de las revueltas de Stonewall. El film se volvió muy significativo para activistas de todo el mundo y eso me pone honestamente muy feliz, pero la verdad es que mi idea no fue hacer un film activista. Porque pienso que las mejores películas son aquellas que cuentan una historia, y si después se vuelven útiles para movimientos de activistas, es buenísimo. Pero es algo que viene después.
Muchos jóvenes se están acercando ahora al mundo drag por el programa de RuPaul, ¿cuál es su mirada sobre ese fenómeno?
–Vi algunos episodios, no muchos, porque no me gusta mucho el género del reality show. Cuando miro televisión, trato de engancharme con alguna historia ficcional porque tengo poco tiempo y prefiero ver eso. Hace poco, me invitaron a una de las conferencias que organiza su producción, DragCon, pero como no me pagaban no fui. Tengo que ganarme el mango (risas). Si me invitaran al programa o ahí y me ofrecieran un cachet, iría sin problema.
Y hace un mes se estrenó en Estados Unidos Pose, en este caso una ficción que vuelve sobre aquel mundo que retrató usted en la película…
–Me reuní con Ryan Murphy, el creador de la serie, a modo de consultoría y le aconsejé que contratara a personas de la comunidad, que tratara de armar el equipo más diverso posible, porque si no la comunidad no le iba a dejar contar la historia bien. De todas maneras, Pose es una versión muy pop de la escena drag, no es el show que yo haría. Yo soy más de un cine realista: me encanta el neorrealismo italiano y me enamoré del cine viendo a Fellini, Fassbinder y Herzog.
¿Cuál es su posición frente a quienes advierten sobre el peligro de que las expresiones de la cultura LGBT, en su tránsito hacia lo masivo, sean apropiadas por la cultura hétero?
–La historia de la cultura es la historia de la apropiación. La música africana dio origen al jazz y al blues, que a su vez dieron origen al rock and roll… No estoy diciendo que no haya ningún problema con la apropiación, puede haberlos. Pero me parece que cuando ponés imágenes queer, cambiás el mundo. No podría decir que la apropiación es mala per se porque creo que contribuye a generar un mundo con menos violencia, y eso es lo más importante que podemos hacer en un momento como este.
AMERICA IS BURNING
¿Trump representa un peligro para el mundo queer?
–No solamente para el mundo queer, para los derechos civiles en general. Y el cambio fue muy fuerte porque pasamos de lo mejor, que fue Obama, a lo peor. Obamacare (el sistema de salud que buscó ampliar la cobertura) no era perfecto, para nada, pero iba en la dirección correcta. Y ahora los republicanos se preocupan solo por darle más dinero a las corporaciones; es algo que no termino de entender porque no les sirve ni siquiera a sus propios intereses de clase. Si al discurso del odio le sumás que además tienen las armas, es todo aun más preocupante. El veto contra los musulmanes va contra todo valor americano que conozco, es un discurso de la supremacía blanca que me da mucho miedo. Trump es un genio del mal porque fue hábil al construir sobre el miedo de mucha gente que dice “Por fin hay alguien que habla por nosotros”. Los supremacistas blancos siempre existieron pero ahora salieron de las cuevas. Yo soy lesbiana, mi familia viene de Alemania y soy judía. Cuando escucho a un líder político diseminar un discurso de odio se me encienden naturalmente todas las alarmas.
¿Hay conexiones entre el momento político y la nueva película en la que está trabajando?
–Sí, es un proyecto que espero terminar el año que viene y conecta dos esferas, la personal y la colectiva. Hablo por un lado de mi experiencia de haber perdido a cuatro miembros de mi familia en el lapso de cinco años y de cómo la cultura norteamericana lidia con la pérdida. Es un retrato familiar y un análisis sobre las perdidas colectivas, en un momento que estamos perdiendo la verdad y la democracia.