El último mail que recibí de Ricardo los primeros días de diciembre de 2014 decía: “Querido Arturo, cuando quieras, va a ser una alegría verte. Ando con la voz un poco baja –la voz tomada, le dicen– pero nos arreglaremos igual para charlar. Puede ser cualquier día de la semana que viene a la tarde. Un abrazo grande, Ricardo”. En un mail anterior, me había contado un sueño donde conversaba conmigo. Y añadía que lo curioso para él era que Beba, su mujer, también esa noche había soñado que se encontraba conmigo. Esa condición de visitante de los sueños de ellos me había dejado perplejo. Pero lo que es peor: a partir de esos dos encuentros imaginarios, fue una abnegada cobardía la que me fue tomando: la sola idea de la terrible enfermedad de Ricardo me hizo comprender mi capacidad negativa para dar alegría. Mi capacidad negativa para revertir mi lamentable investidura de sujeto “soñado” por esos dos amigos que yo adoraba y que aún ahora adoro. Ricardo y Beba fueron dos ángeles protectores para mí y para mi familia. La generosidad enorme de Ricardo y Beba se volvió siempre extensiva a todos los amigos. Aquí o en Princeton. Aquí o en España. Aquí o en Italia. Aquí o en Pringles. Aquí o en la tierra de los sueños. La palabra de Piglia desborda sus textos y viene hacia los amigos a decirnos “bsbsbsbsb”.... La anécdota de Bonevardi, la de Macedonio, la de Borges, la de amigos que no conocimos pero que quedaban imantados en su redecilla de presencias… Porque era precisamente esa especie de intuición constante de presencia lo que lo volvía mucho más verdadero y real como escritor. Sus Diarios y últimos escritos muestran hasta qué punto su obra no es tanto la fórmula de un pensamiento sino más bien la prueba de una pasión y de quien la volvió perdurable.
Abomino toda especie de cobardía. Y le pido disculpas al querido Ricardo y a la adorable Beba por no haber sabido “arreglarme para charlar”. Para cumplir con el amigo y la amiga el sueño despierto de la alegría incontestable.
* Poeta.