Licenciado en Letras de la UBA, titular del Seminario Cultura Popular y Masiva de la carrera de Ciencias de Comunicación de la UBA, y autor, entre otros libros, de Fútbol y Patria, Pablo Alabarces se ha destacado por sus trabajos acerca del impacto social del fútbol y las culturas juveniles.
Doctor en Filosofía e investigador del CONICET, Alabarces ha participado recientemente de la Noche de la Filosofía, iniciativa que, en un contexto mundialista, aprovechó para reflexionar en torno a la competencia deportiva y sus conexiones con el pasado, el presente y el futuro de la comunidad, como una forma de acercar la filosofía a la gente. Asimismo, se refirió a las valoraciones que se hacen sobre las ciencias sociales y el rol de la investigación en temáticas de cultura y sociedad, y su pertinencia en el campo científico.
Sos autor de la frase “la pregunta no es por qué la sociología se puso a trabajar sobre el fútbol, sino por qué nadie lo había hecho antes”. En este sentido, ¿cómo ves el vínculo entre la academia (sociología) y una práctica tan vernácula como el fútbol?
Nunca vamos a ganar los grandes premios nacionales ni a ser reverenciados como intelectuales, pero también es cierto que toda la gente que trabaja conmigo lo viene haciendo con becas CONICET, con investigaciones, con subsidios de la universidad. Ya no podemos seguir con el argumento de que nos ningunean y nadie nos da bola. Ahora podés decir: este tipo de trabajo ya tiene cierta legitimidad académica.
Hace algunas semanas participaste de la “Noche de la Filosofía”. Un evento que busca acercar las prácticas intelectuales a las conversaciones cotidianas. Algo que también venís haciendo con la sociología. ¿Considerás que esto es un objetivo alcanzado?
Ese es un buen ejemplo, más allá de lo que entienda sobre quienes organizan o eligen a los participantes. A mi me invitaron para hablar de banalidades. Entonces no puedo seguir diciendo que nos ningunean, nos olvidan o nos menosprecian. Es interesante porque cuando fue la andanada de los trolls en el 2016 contra las investigaciones del CONICET dedicadas a cultura y sociedad, no en vano nos eligieron a nosotros. Eso te habla de que todavía hay cierto sentido común para el cual nuestro trabajo es absolutamente prescindible.
Sin embargo, nosotros podríamos haber seguido haciendo brillantes carreras académicas, limitados solamente a las reglas del trabajo académico: publicando papers, yendo a congresos, publicando libros que leyeran sólo nuestros alumnos y nuestros colegas, pero salimos a dar la pelea en el debate público. Por ejemplo, en estos tiempos de “mundialitis”, aparece el lugar común de la cortina de humo, la distracción de masas o la alienación.
Cada cuatro años salimos a recordar que esto no es así, que ya ha sido probado y muy debatido. Practicamos dos lógicas simultáneamente: lo académico y la divulgación. Un día estamos entregando un paper para ser publicado internacionalmente y ese mismo día nos llaman por la radio para explicar al gran público.
Esa es la vuelta que le pudimos dar, no somos vendedores de libros, nuestro trabajo no es ese. Nuestro trabajo es siempre centralmente académico. Lo que nosotros hacemos es divulgación sobre la base de la investigación y reivindicando la investigación.
Hegel decía que la filosofía o las ciencias sociales piensan lo que ocurre cuando esto ya pasó. De alguna forma, si algo pasó, es porque ya estaba fermentando en la sociedad. ¿Considerás que el avance del movimiento feminista y de la discusión por la despenalización del aborto en el Congreso son parte de un cambio cultural consolidado? ¿Cómo evaluás el papel de los medios masivos de comunicación tradicionales en relación a dicho cambio cultural?
La problemática está despertando una potencia fantástica. La ley siempre va detrás pero la sociología y las ciencias sociales no necesariamente. No todo es trabajo hacia el pasado. Se está haciendo un trabajo muy fuerte sobre el presente. El feminismo es posiblemente el movimiento social más potente que ha surgido en los últimos años en Argentina. Siempre me acuerdo que entre las grandes feministas argentinas está una colega, Alejandra Ciriza, y ella podía estar simultáneamente trabajando sobre las precursoras del feminismo en la Inglaterra victoriana y, al mismo tiempo, estar activando contra el conservadurismo mendocino que es solo equiparable al salteño. Más que nada tiene que ver con la práctica en la que te metas como intelectual, más que como académico. La gran mayoría de las compañeras lo que hacen es intervención en tiempo real. la mayoría de las que están cerca mío, que trabajan conmigo, lo hacen sobre fenómenos muy del presente. Eso les permite el pasaje a la militancia y la acción de manera muy sencilla.
Volviendo al fútbol. Solés aclarar que el deporte es una gran mercancía transmitida como parte de un espectáculo. ¿Cuáles son los elementos sociales que este espectáculo nos empaña?, es decir, ¿qué elementos hay en el fútbol relacionados con lo social y con la identidad de los argentinos?
Te encontrás con una práctica que ya a mediados del siglo XX era una de las mercancías más grandes de la cultura de masas. Esa condición de mercancía de la cultura de masas implica un montón de cuestiones: la industrialización, la mercantilización, la explotación, la corrupción. Sin embargo, lo que permanecía a lo largo y a lo ancho del continente era el hecho de que, en torno al fútbol, siempre estaba la cuestión del deseo y la fantasía. El deseo, nos enseñan bien los psicoanalistas, es deseo de lo que no está, y lo que no estaba era la igualdad, la meritocracia, el éxito, la identidad, la comunidad. El fútbol se reveló como un lugar fantástico para eso, para soñar con aquello que no tenés, no para reproducir lo que tenés, sino para soñar lo que no tenés. Eso sigue siendo lo que lo mantiene vivo. Si uno se pone a sumar los elementos negativos, nadie iría a la cancha. Los futboleros siguen yendo sabiendo todo lo anterior y pensando que, sin embargo, todavía puede ser posible alguna otra cosa. Después hay otros elementos que tienen que ver con que el deporte es bello de ver, exige desempeños corporales fantásticos, pero ese terreno de la fantasía popular sigue siendo muy potente.
Pensar que un sociólogo le destina gran parte de su tiempo a trabajar cuestiones ligadas al deporte, replantea el rol mismo de los académicos. En otras palabras, combinar una pasión como el fútbol con una disciplina como la sociología puede entusiasmar a aquellos jóvenes estudiantes. ¿Qué le recomendarías?
Es cierto que como regla general es muy difícil ponerse a trabajar sobre algo que te causa rechazo. Tenes que tener un nivel de empatía importante, pero tener un nivel de empatía desbordante tampoco te deja analizarlo. Hay una cuestión concreta: he dejado de ser hincha tal como era hace 30 años. No es que uno se mete en el mundo de los afectos y sale indemne, lo que sí es cierto es que cuando uno trabaja en sociología de la cultura, inevitablemente tiene una relación casi natural con su objeto de estudio. Cuando trabajás en sociología de la cultura de masas, no estás trabajando sobre algo que te es ajeno, en lo más mínimo. El desafío está en poder dar cuenta de la distancia entre tus afectos y tu posición de analista.