Uno de los grandes culebrones de la última temporada de la NBA llegó ayer a su fin cuando los San Antonio Spurs confirmaron el traspaso del alero Kawhi Leonard a los Toronto Raptors a cambio del escolta también All Star DeMar DeRozan –junto a otros jugadores–. Así, el elenco que todavía espera por la confirmación de Emanuel Ginóbili para ver si estará vistiendo la número 20 la próxima temporada se deshizo de quien fuera su superestrella durante los últimos años.
En apariencia ilógica, la decisión de desprenderse de su jugador franquicia cobra sentido cuando se tiene en cuenta lo ocurrido en la última temporada, donde Leonard jugó sólo nueve encuentros mientras se recuperaba de una lesión. Sin embargo, el tiempo develó que la situación médica del jugador fue más pretexto que realidad, ya que el alero buscaba salir de San Antonio e irse a un nuevo equipo (preferentemente, a Los Angeles, donde recientemente firmó LeBron James). A sabiendas de que Leonard estaba en su último año de contrato y no renovaría el vínculo, a los Spurs sólo les quedaba disponer de un jugador problemático por un año o traspasarlo ahora y sacar lo máximo posible a cambio. Finalmente, fue la segunda opción. La transacción también incluyó la partida del escolta Daniel Green a Toronto y la llegada del pivote austríaco Jakob Poeltl más una elección del Draft.
En términos deportivos, el movimiento daña la faceta defensiva de los Spurs y mantiene, en el mejor de los casos, el aspecto ofensivo. Sin embargo, dada la situación en que se encontraban, el traspaso se asimila a una nueva gran jugada de la dupla Popovich-Buford (a cargo de la gerencia del equipo) con, además, un dejo a venganza. Es que Leonard pasó de aspirar emigrar al soleado Los Angeles a disputar la siguiente temporada en la nieve de Toronto, considerada una de las plazas menos atractivas para los jugadores en la NBA. En definitiva, lo que se dice una fría venganza.