En la práctica del psicoanálisis con jóvenes, dos fenómenos se han vuelto preocupantes en el último tiempo. Por un lado, el incremento de enfermedades de transmisión sexual; no sólo la infección de VIH sino el retorno de las “venéreas” del siglo XIX como la gonorrea y la sífilis. En este punto, según una estadística reciente, el de las adolescentes es un grupo cuya vulnerabilidad crece cada vez más.
Por otro lado, entre los varones se destaca la tendencia a no cuidarse con preservativos. Algunos dicen que “no les gusta”, otros “que sienten menos”, varios “que les molesta”. Al mismo tiempo, entre los adolescentes varones se concentra uno de los principales grupos consumidores de Viagra. ¿Por qué los jóvenes recurren a la pastilla azul más que los adultos mayores que parecieran tener una dificultad más concreta con el órgano?
Para responder a este tipo de cuestiones, es preciso partir de una consideración básica: cada quien se defiende mucho más de la fantasía que de la realidad. Y la fantasía por excelencia en la juventud de las mujeres, es la de embarazo. El miedo a quedar embarazada es todavía un relato frecuente en mujeres que cuentan cómo hasta la adultez no pudieron tener relaciones sin presentir esa consecuencia como algo penoso; al punto de que muchas de ellas recién cuando el reloj biológico comenzó a apremiar, empezaron a vincularse de otra forma con la idea de la maternidad, es decir, sólo pudieron acceder al deseo de tener un hijo cuando el embarazo ya casi no es posible.
En diferentes ocasiones recuerdo haber conversado con pacientes jóvenes que me contaban que, como estaban menstruando, no se habían cuidado y preguntarles: “Pero, ¿vos para qué pensás que sirve el preservativo?”. Más de una vez me respondieron que es para no quedar embarazada; esto es algo que corroboramos de modo más amplio junto con las autoridades de una institución educativa cuando hicimos una actividad para concientizar sobre las enfermedades de transmisión sexual.
¿Cuál es el origen de la fantasía de embarazo? En principio, lo que habría que destacar es que se trata de una de las fantasías que inscribe la sexualidad en términos de culpa para la mujer. Cuando a principios del siglo XX Freud estableció la diferencia sexuada en términos de fálico y castrado, situó que cuando el varón reconoce la falta de pene en la niña considera que ahí antes hubo uno, sólo que se lo cortaron porque algo malo habría hecho. De este modo, para la interpretación fálica de la sexualidad, la diferencia entre varones y mujeres es también la diferencia entre varones y culpables. Una corroboración directa de esta cuestión se advierte cuando después de un femicidio muchas veces aparecen notas que cuentan la vida privada de la víctima, como si aspectos de su intimidad justificaran que se la hubiese matado. En el inconsciente, la mujer es culpable. Y los discursos sociales reproducen muchas veces este principio.
Ahora bien, para la joven el modo en que se inscribe la culpabilidad inconsciente es a través de la fantasía de embarazo. Esta es una consecuencia de que el sexo embarace a la mujer y no al varón. Al mismo tiempo, esta diferencia también explica por qué muchos varones se desentienden completamente de las consecuencias del acto sexual con una mujer, como si eso no les concerniera.
En estos días, de intensa discusión en torno al proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo, sería interesante pensar que mucho más que una práctica, lo que también se está pensando es la posibilidad de una subjetivación distinta para las mujeres, que como hijas no las deje solas con una culpa que, muchas veces, las lleva a la muerte. Una de las consignas más impactantes que leí fue la que sostenía una muchacha en un cartel que decía: “El varón aborta cuando se borra”.
Pienso que por este mismo motivo el proyecto conmueve tanto a las jóvenes, a muchas de las cuales veo por la calle con su pañuelo en la mochila o cartera. Porque si bien se habla de “la mujer” en abstracto, el destinatario es más concreto, como si se trata de una poner en juego una autorización de sexo diferente para las jóvenes. El derecho a decidir puede ser la ocasión de que las hijas ya no padezcan la tutela sexual que hace que los varones que están con muchas mujeres sean valorados, mientras que una conducta semejante en las mujeres es estigmatizada. El derecho a decidir puede estar en el lugar de la culpa, por eso antes que un proyecto a favor del aborto, acompañar en esta dirección puede ser la vía para que las jóvenes tengan una posición más agenciada respecto de su sexualidad. Acompañar el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo puede ser también una medida en contra de los abortos.
Por otro lado, respecto de los varones y sus diversos motivos sensibles para no usar preservativo, se trata más bien de una justificación para esconder el síntoma de impotencia. Muchos no se ponen preservativo por temor a perder la erección, es decir, donde se les para penetran porque el tiempo que lleva la profilaxis, aunque sea mínimo, los “desconcentra” (como alguna vez me dijo un muchacho). La pregunta, en este punto, debería ser entonces: ¿por qué muchos jóvenes recurren al Viagra, donde falta la capacidad para simbolizar la potencia? Responder a esta pregunta sería extenso, pero puedo dar una indicación lateral: entre los conflictos de la masculinidad se destacan el conflicto de celos (que confronta con un deseo posesivo) y el de vergüenza (que confronta con una imagen degradada de sí, tal como cuentan muchos jóvenes que consultan porque no pueden hablar con una chica porque tienen “miedo de quedar en ridículo”). Como ya desarrollé en el libro titulado Ya no hay hombres, nuestra época se caracteriza por una destitución masculina que hace que a los conflictos de la masculinidad se responda con regresiones narcisistas que no permiten que el falo sea símbolo de la castración, es decir, que potencia e impotencia no sean opuestos sino que la potencia se consume con la detumescencia. De acuerdo con una afirmación de Lacan que me gusta mucho, podría decir que para los jóvenes de nuestra época “el falo queda reducido al órgano”; y la falla del órgano que, en otro contexto podría ser leída como signo de deseo (como le ocurre al muchacho que no tuvo problemas de erección sino con la chica que más le interesaba), hoy se ha vuelto insoportable.
Para concluir, debatir e intercambiar en torno a las fantasías que viven los jóvenes y los desafíos que hoy presenta la sexualidad adolescente es una tarea que sería importante apuntalar desde diferentes posiciones y disciplinas, especialmente porque no estamos pensando aspectos de coyuntura, sino posibles modificaciones de la subjetividad.
* Psicoanalista, doctor en Psicología y Filosofía por la UBA. Coordinador de la Licenciatura en Filosofía de UCES. Autor de diversos libros, entre ellos Más crianza, menos terapia. Ser padres en el siglo XXI (Paidós, 2018).