Antes de que un bebé nazca, su familia comienza a hablar de ella o de él. A partir de ese momento, basados en la división binaria –y tradicional– de género mujer/varón comienzan a fantasear con la idea de cómo será esa niña o ese niño. Pintan las paredes de la habitación de rosa o celeste, compran muñecas o autitos de carrera, piensan en un nombre típico de mujer o de varón. Desarrollarse en una infancia libre de ideas prefabricadas dejó de ser una utopía. La crianza de género abierto propone que lxs niñxs jueguen con lo que quieran, se vistan cómo desean y se comporten cómo lo sientan lejos de las construcciones sociales tradicionales. A su tiempo, podrán –o no– elegir con qué género se identifican más.
Cuando se enteró de que estaba embarazada, Melisa Gisele Cáseres decidió que daría a luz a una persona. No se imaginaba teniendo una hija o un hijo, soñaba con la idea de una maternidad libre de normativas. Con la elección del nombre de Huayra, que biológicamente nació mujer, le dejó en claro a sus familiares y amigos que lx criaría lejos de las reglas que a ella la oprimieron de chica. “Su nombre significa ‘viento hermoso’, en Quechua. No es de mujer, ni de varón. Cuando la fui a anotar tuve problemas. Me pedían que le pusiera un tercer nombre que definiera su género. Me opuse. Por suerte, una semana después salió la Ley de Identidad de Género y aceptaron mi decisión”, contó Melisa y agregó: “Desde el primer momento, pensé en su crianza como abierta y alejada de los estereotipos de género. Jamás pude decirle ‘mi hija’, la llamo por su nombre. Es una personita independiente a la que intento guiar, pero no es mi propiedad”.
Huayra no se siente una nena, pero tampoco un nene. A veces, le gusta pintarse las uñas y maquillarse. Otras, quiere salir a la calle sin remera, cortarse el pelo súper cortito y jugar a la pelota con los varones. La fluidez de género es poder vivir según el propio deseo, desafiando los estereotipos de género y evitando encasillarnos en uno. “Transitar un género fluido es ir cambiando de identificación. En el pasado, culturalmente, no tuvimos la sensibilidad para permitirlo. Ahora sí. Al igual que las infancias trans, la fluidez era imposible de escuchar. Enseguida aparecía la censura, la normalización”, contó la Subdirectora del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género de la Universidad de la Plata, Alicia Mabel Campagnoli y, sobre la sociabilización de estas personas explicó: “La persona que tienen la posibilidad de ser escuchada en su fluidez es la que está acompañada en todos los contextos. Posiblemente, si se desarrolla en un ambiente cuidado, de la mano de sus seres queridos y de los que forman parte de la escuela no tenga demasiados problemas. Si en algún momento desea abrir su perspectiva social, van a aparecer los conflictos. Lo más probable es que sienta el rechazo en la calle, cuando salga a la vida social en un sentido amplio. Esta fluidez no se la puede manifestar en cualquier país, provincia, contexto o sociedad”.
Huayra tiene seis años. Además de asistir al colegio, se divierte practicando disciplinas propias del circo en un centro cultural de su barrio, cerca de la estación de tren Tropezón. Cuando está con sus amigas, se divierte jugando con las muñecas. Cuando está con sus amigos, se siente uno más. Cuando llega a su casa, su mamá, que milita en Barrios de Pie, le cuenta su historia preferida, la del Che Guevara, e intenta explicarle lo que ocurre en la sociedad actual. Se adapta sin perder su esencia, sin definirse y encasillarse. Sabe quién la juzgará y quién no. “Este es un mecanismo adaptativo. A nivel cultural, el reclamo para las personas con género abierto es muy fuerte. Más allá del aparente progresismo, la sociedad busca la estabilidad. Lo que inquieta a los demás es que una persona no se presente siempre como mujer u hombre. No pueden soportar no saber que esperar”, expresó Alicia. Melisa reconoce que Huayra adoptó este mecanismo inconscientemente. Entendió lo que esperan de ella y elige, día a día, desafiar como puede esas reglas. “Aprendió a naturalizar muchas cosas y, especialmente, a observar al otro. Sabe lo que le gusta a cada uno y como interactuar sin que su fluidez de género le impida adaptarse. El problema mayor es que en el colegio le inculcan que los nenes hacen eso y que las nenas lo otro. Se lleva una parte de eso que, claramente, choca con lo que ve en casa. A pesar de esa lucha externa, internamente tiene muy claro que quiere ser persona”.
La mamá de Huayra tuvo que deconstruirse. A ella la educaron para que sea una mujer cis. Al comunicarle a su familia que apostaría a la crianza de género abierto, al principio, sintió la reacción que más esperaba: rechazo. Además, sus familiares se mostraron en desacuerdo con que le hable “de par a par” y le explique los conflictos sociales actuales. “Mi mamá aprendió y cambió mucho. Al principio, mi forma de criar la ponía mal. Hay cosas que a las niñas no se les suele contar. El sexo suele ser un tema tabú, es preferible que no vean los noticieros cuando son pequeñas y, más que nada, se las aleja de la calle. Las alejan de la realidad para, supuestamente, cuidarlas. Mi forma de cuidarla es verla crecer como un sujeto de derecho, contándole la verdad aunque los demás crean que le robo la mágica inocencia de la infancia”, contó Melisa.
Si bien la Argentina logró la Ley de Matrimonio Igualitario, la Ley de Identidad de Género y va por la conquista de otros derechos para garantizar la igualdad, en el día a día, la sociedad no suele mostrarse comprensiva con lxs niñxs que eligen no definirse en un único género. Si Melisa tuviera que describir su maternidad con una sola palabra elegiría “compañerismo”. No le resulta fácil, pero intenta acompañarla sin miedo, en libertad y, sobre todo, quitándole la venda de los ojos para que sea consciente de que su realidad no es la única.