Jura que va a parir en una bañera con agua hirviendo y, casi pelada por la saña del vapor, ofrecerá su hijo quemado a la mirada hueca de las mujeres de la urbanización blindada en la que vive. Pero Germana no habla con ellas, su discurso tiene como orden y destino ese ser que va a expulsar sin fuerza y sin amor. Ella sabe que va a viajar a la clínica en un camión hidrante para aplastar a su paso a la barbarie sublevada. Esa que la obliga a vivir en un campo electrificado, porque la protagonista de esta historia está casada con un funcionario. Su poder surge del macho que le provee la fortaleza para esconderse de la guerrilla que querrá decapitarla como a María Antonieta, o de las pistolas de su padre, el capitán Gabler al que ella copia en el gesto marcial, en el placer de sentir el arma, dar en el blanco, de practicar tiro con el cadáver de algún rebelde abatido.
En Kinderbuch el exterminio es una fuerza que el padre y la hija llevan en la sangre. Hedda Gabler entiende su sexualidad en el límite del arma que estira para alejar a Lovborg. El hombre que desea está del otro lado. Diego Manso toma la obra de Henrik Ibsen como el reflejo de un monólogo donde la historia ya no necesita el desarrollo de los hechos sino la invocación propia del acto de contar como el gesto que funda la masacre sobre los otros personajes.
Belén Blanco actúa como si el alma de Hedda la golpeara y sacudiera y ella pasara a comprender la furia de rechazar el propio cuerpo, de no querer engendrar ni ser igual a las otras mujeres de la urbanización sobre la que ella descarga la violencia de una descripción que es la suprema autoridad del texto. Narrar es una revancha, y hacer de la biografía el cuento infame para su hijo arrebatado en esa panza que apenas se nota bajo el vestido negro, es mostrarse como un ser imposible. Para ella la violación de los soldados es un desborde de hermosura, como ese momento sublime en que les entrega a Thea, su amiga inocente que después del ultraje perderá la memoria. En esa cabeza vaciada, Germana va a volcar toda la mugre de sus palabras. Porque Thea, en la obra de Ibsen era el hilado invisible que había hecho posible el libro eminente de Lovborg y la memoria capaz de reconstruirlo. Germana la degrada aquí a una lectora sumisa. Si en el texto de Ibsen, Hedda era la estratega que miraba la escena de afuera y podía decidir y delinear las acciones de los personajes, en la dramaturgia de Manso solo es vencida por la embestida de la pija de su marido que la fuerza a ser madre.
Tesman, el funcionario con el que Germana se casa para salvarse de la penuria, de la confiscación de la fortuna que la justicia emprende hacia el militar asesino que fue Gabler, es en Kinderbuch una figura mucho más fuerte, de la que ella toma su ideología ramplona como si fueran las pistolas de su padre. Porque aprender tiro fue para la joven Hedda algo así como intentar salir de las formas femeninas, ir a lo fálico para poder ganar en el la trama escrita por los hombres .
Las imágenes de la puesta de Manso se construyen en esos movimientos donde la actriz piensa a su personaje como una criatura que se derrama en la oposición entre un deseo que todavía no puede controlar y una serie de acciones altaneras que la definen como ese personaje que quiere imponer y que no logra aplacar un drama inmenso. Ese que ocurre en el interior de Hedda con la bravura de esa guerrilla donde está el hombre que verdaderamente ama y al que le escribe (una astucia intelectual que el personaje de Ibsen no tenía) una carta de amor que es la más extravagante incitación al suicidio. Las cartas son aquí el testimonio de una muerte incesante que Germana ensaya como borradores de un libro, en su sala de juegos. ~
Kinderbuch se presenta los domingos a las 21 en El Extranjero.
Valentín Gómez 3378, CABA.