“La pérdida de la inocencia no fue cuando se pegó un tiro Cobain sino unos años antes: cuando perdimos por una sobredosis a Andy. Hasta ese momento la vida había sido bastante buena con nosotros. Habíamos logrado generar esta escena en Seattle alentada por la sana competencia y la camaradería entre bandas. Hacíamos música con mucha libertad y frescura. Y Andy era como una gran luz sobre todos. A través de él, que sentía y se comportaba como una estrella de rock (y de verdad lo era), nos animábamos a serlo nosotros. Por eso entrar aquella vez al hospital y verlo todo conectado a máquinas y peleando por su vida, fue demasiado, no lo pudimos soportar. Perdimos la inocencia y ya nada volvió a ser lo mismo”. Chris Cornell de Soundgarden mira a cámara y se queda en silencio. La cita está extraída de Malfunkshun, la historia de Andrew Wood, un documental de 2005 que reconstruye vida y obra de este “ángel caído” de la escena proto-grunge de Seattle y su banda de entonces Mother Love Bone (aunque ciertamente Andy Wood tenía poco y nada de grunge y sí bastante del glam y el oropel que en teoría la escena que integraba quería desterrar). Una “promesa” del rock que según no pocos entendidos tenía casi todo para poner a Seattle definitivamente en el mapa del rock global. Y para disputarle el trono (o al menos un match) a unos Guns N’ Roses ya famosos pero aún no al nivel de los Use Your Illusion 1 y 2 que sacarían un año después, en 1991, cuando de Andy Wood sólo quedaba el recuerdo sufriente de un puñado de fans, el clásico lamento de “lo que podría haber sido y no será”, pero también –y no menos importante– el testimonio de Temple of the Dog: la banda-homenaje formada por Cornell y músicos de Mother Love Bone (luego integrantes Pearl Jam) que resultó en todo un disco inspirado en la pérdida de su querido amigo. Y cuya recepción pasó por todas las etapas: inadvertida al principio, reivindicada luego (gracias a sus canciones hondas y sentidas), y puesta en valor de nuevo ahora, veinticinco años después, cuando el álbum se reeditó con un nueva mezcla y sus responsables armaron una gira de presentación.
“Queremos contarles que por primera vamos a hacer un tour con Temple of the Dog”, avisó Cornell en ocasión del Bridge School Benefit Concert del 2014, el festival que todos los años organiza Neil Young en California. “Queremos hacer lo que nunca hicimos: salir a la ruta, dar shows largos y ver cómo se siente ser de nuevo esa banda que se formó en honor a la memoria de nuestro gran amigo”, explicó quien hace unas semanas anduvo de visita por el país y tocó en el Colón. Pero que antes se hizo el tiempo para rearmar Temple of the Dog y tocar en diferentes ciudades de Estados Unidos. La formación (la misma que hace 25 años) incluye además de Cornell y Matt Cameron (integrantes en aquel entonces de Soundgarden), a los ex Mother Love Bone y actuales Pearl Jam Mike McCready, Jeff Ament y Stone Gossard; y a Eddie Vedder, que en aquellos años era apenas un surfer recién llegado de San Diego con la intención de integrarse a la escena de Seattle, pero que terminó poniendo coros (y voz solista en “Hunger Strike”, el tema más hondo del disco) por insistencia del propio Cornell; su primera vez en un estudio de grabación. “Recuerdo de escuchar en la cinta que Eddie le había mandado a Jeff y Stone para incorporarse a su banda y eventualmente formar Pearl Jam y que enseguida me impresionara la sensación de estar escuchando una voz diferente, real. El hecho de poder imaginarte a un tipo aunque no lo tuvieras ahí enfrente”, contó Cornell en PJ20, el documental de Cameron Crowe sobre los Pearl Jam que dedica todos sus primeros veinte minutos al ascenso y caída de Andy Wood. Y tiene sentido: porque sin la sobredosis del ex Mother Love Bone no hubiera habido ni Ten, ni “Jeremy” o “Alive”, ni Vedder convirtiéndose en uno de los máximos referentes de la generación alternativa. El mayor después de Kurt Cobain. Lo cual obliga a la incómoda pregunta de si al final de cuentas, en términos estrictamente artísticos, fue una pérdida tan irreparable la partida prematura de Landrew (así también lo llamaban sus amigos), teniendo en cuenta que el tipo de rock al que apuntaba no era el que precisamente iba a estar en boga los siguientes años. Y que el mito romántico de la vida truncada, el talento que no pudo desarrollarse, suele exagerar lo que en realidad, en los hechos, no es para tanto. “Fue una estrella de rock desde que nació”, dice no obstante Cornell. “La única verdadera estrella de rock que alguna vez conocí”. ¿Fue tan así?
Principios de 1990. Nirvana no existía en los términos que existió después. Pearl Jam menos. El grunge era apenas una palabrita que se repetía como talismán entre periodistas ilusionados con un poco de rock de verdad entre tanto pop de sintetizadores y rockeros más preocupados por las groupies y la peluquería que por remover con letras sentidas y un sonido denso y áspero los cimientos emocionales de la sociedad. Así las cosas, la atención estaba puesta desde hace un tiempo en lo que estaba sucediendo en Seattle, ciudad costera al extremo noroeste de los Estados Unidos famosa por su clima siempre lluvioso, sus bosques tupidos y deprimentes, su gigantesca fábrica de Boeings, sus tiendas de café por todos lados (allí se originó Starbucks) y por el Space Needle, una torre futurista que inspiró al dibujito de los Supersónicos y que cumple la función totémica de nuestro Obelisco. Sin embargo, salvo Jimi Hendrix (que igual tuvo que mudarse a Inglaterra para tener éxito y ser reconocido) nadie realmente famoso en términos rockeros había surgido de Seattle. El máximo candidato para lograrlo (el que tenía todos las fichas puestas a su favor) era Andy Wood. “Queremos que el mundo sepa que venimos a tomar por asalto al mundo y a llenarlo de deleite y placer”, proclamaba el propio Andy en una entrevista pocas semanas antes de su muerte (ocurrida el 19 de marzo de 1990) que puede verse en YouTube. Y que muestra bien el tipo de personalidad rimbombante y exagerada (de nuevo: bastante poco grunge) que irradiaba este rubión de cachetes blanquísimos y sonrisa alocada que de chico soñaba –según su madre– con encarnar una mezcla ¿imposible? de Elton John y Kiss. Y que por una temporada casi que lo logró.
“Apple tal vez sea el primer gran disco de hard-rock de los 90 y Andrew Wood podría haber sido la primera gran estrella rocker de Seattle”, señaló por ejemplo el New York Times cuando el único disco de Mother Love Bone salió a la venta de manera póstuma y la presunciones (de que se trataba de una obra de peso) se confirmaron como ciertas. Un disco rabioso y sugerente, pero también sensual. La puesta al día del Aerosmith de los setenta con el audio mucho más filoso de los ochenta. Es decir, con las guitarras del futuro Pearl Jam Stone Gossard contorneando la voz chillona de un frontman que claramente denotaba en su expresividad (y en dramones a puro piano como “Man of Golden Words”) una educación musical mucho más cercana a la brillantina de T-Rex o la androginia de los primeros Queen o Kiss que al rock taciturno y bajo perfil que fue característico en Seattle después. “Recuerdo de tener 13 y 14 años, ir a ver a Kiss en el ‘77 cuando vinieron a tocar, y que Andrew me dijera: quiero ser como ellos”, cuenta Kevin, su hermano y compañero en Malfunkshun, la primera banda de Landrew, en el documental dedicado a su vida. El grupo más durarero que tuvo (su actividad se extendió a lo largo de los ochenta) y el que –en retrospectiva– le otorgó esa fama de figura glam y carismática que luego sus compañeros de escena y generación echarían de menos. “Era capaz de hacer todo su número rockero y más aunque sólo hubiera veinte personas en el público. Y no resultaba ridículo para nada. Al contrario, era inspirador y divertido”, recuerda por caso Jack Endino, histórico productor (empezando por Bleach de Nirvana) de todo los discos proto-grunge de la época, y testigo directo de este primer grupo de Wood: un trío ruidoso a la vez que histriónico que brillaba en sus propios términos según puede confirmarse en Return to Olympus, el recopilatorio también póstumo de sus grabaciones que editó Stone Gossard en 1995, y que muestra al grupo como una rara avis de la escena. Al punto que Sub Pop, el sello responsable de haber alentado tempranamente toda aquella escena de Seattle, rechazó editarlos por considerarlos “poco grunge”. “No encajábamos”, señala Kevin.
Y es que mientras pares como Skin Yard, Soundgarden o Green River (de los que luego saldrían Mudhoney y los propios Mother Love Bone, o sea Pearl Jam) iban puliendo y dándole forma a ese hard rock denso, melódico y áspero que luego terminó explotando en diversas variantes, Malfunkshun ponía en escena una especie de ópera punk con Andy Wood saliendo a tocar con su maraña de pelo naranja y todo maquillado de blanco. Y con muchísimo sudor, distorsión y potencia, pero también con lágrimas, melodías dulces y una teatralidad que podía ser vista como demodé (remitía al glam de los 70) pero que en realidad respondía a la esencia artística de Landrew, un ángel caído ya entonces. “La verdad es que llegó un punto en que no se podía respirar ni un segundo más en casa. Todo el mundo estaba o bien empastillado o borracho. No había nadie con quien hablar. No me extraña entonces que mis tres hijos, pero sobre todo Andy, el menor, hayan salido así, con problemas”, cuenta su mamá Toni en el citado documental sobre su vida, revelando el medio familiar en el cual se criaron los Wood. Y que tuvo como figura paterna a un ex combatiente de Vietnam que nunca pudo garantizar una estabilidad económica ni conjurar del todo los demonios traídos de la guerra. Aún así (o tal vez por eso), la tendencias artísticas de Andy salieron tempranamente a la luz. Cuenta Kevin: “Recuerdo un casete que le mandamos a papá cuando estaba en la selva en el que Andy con tres años ya le cantaba una canción como si fuera Elton John tocando en el piano. Amaba a Elton”.
Evidentemente, algo de toda crianza entre estimulante y conflictiva logró expresarse de manera talentosa después, tanto en Malfunkshun como en Mother Love Bone. Pero también servir de aliciente para músicos contemporáneos y bandas amigas que tal vez aún no poseían la autoconfianza que sí emanaba Landrew. “Hay determinadas personas que cuando las conocés al instante amás y sabés que harías cualquier cosa por ellas. Es verlos y pensar: estoy en tu equipo, quiero estar cerca tuyo. Andy era así”, describe Jeff Ament en el citado documental mientras Cornell, que fue “roomate” de Wood y que en Temple of the Dog escribió todas las letras recreando el vínculo con su amigo, pone en valor: “En aquella época todavía no lo sabíamos pero lo que se conocía como hard rock estaba implotando. A nadie parecía importarle las canciones. Alcanzaba con vestirte de determinada manera, sonar de tal otra, y listo. Y si bien Mother Love Bone ‘pertenecía’ a ese género, era una banda muy distinta. Era una banda real. Y desde que ellos no están no volví a ver una banda así nunca más”. Su ausencia, está claro, se sintió. Y tuvo que venir Eddie Vedder desde San Diego (y bueno, también la genialidad de Kurt Cobain desde Aberdeen, pero esa ya es otra historia) para reanimar a esa naciente pero precaria movida de Seattle con todavía mucho para dar. “En ocasiones me pregunto qué hubiese pasado si Landrew hubiese contado con algo más de tiempo para acomodar sus problemas y encontrar algo de paz y felicidad”, reconoce Stone Gossard en la misma película. “Pero tampoco tanto. Porque enseguida recuerdo su sonrisa y las cosas lindas que vivimos. Y se me pasa”. A veces por suerte no se necesita más.