La corrección política –el “mal” de estos tiempos– aletea sobre el horizonte del mayor reconocimiento literario a nivel global: el Premio Nobel de Literatura. Después del escándalo de acoso sexual, filtraciones y corrupción, la Academia Sueca decidió en mayo pasado posponer la entrega del premio para 2019. Como si estuvieran aquejados de una abstinencia galopante, un centenar de escritores, periodistas y artistas suecos no quieren esperar un año y optaron por lanzar el Premio Nobel Alternativo, que será otorgado por la “Nueva Academia”, una organización sin fines de lucro que le encargó a libreros y bibliotecarios suecos la preselección de los 47 candidatos: 30 mujeres y 17 hombres. No hay representantes de la lengua española en ese listado. Entre los preseleccionados, que se podrán votar hasta el próximo 14 de agosto en la página web dennyaakedemin.com http://dennyaakedemin.com/, están Joyce Carol Oates, Margaret Atwood, Patti Smith, J.K. Rowling, Siri Hustvedt, Haruki Murakami, Paul Auster, Cormac Macarthy, Ian McEwan, Thomas Pynchon y Don Delillo, entre otros. De esta votación popular electrónica quedará una lista de cuatro autores –2 mujeres y 2 hombres– sobre la que dictaminará el jurado de expertos, presidido por la editora Ann Pålsson, e integrado por la profesora Lisbet Larsson, el editor y crítico Peter Stenson y la librera Gunilla Sandin. La ganadora o el ganador se anunciará el próximo 14 de octubre.
Las “buenas intenciones” –querer cambiarle la cara a un premio cuya transparencia y reputación están profundamente cuestionadas– pecan de ingenuidad, como si la candidez fuese una consecuencia indeseada de la corrección política. La “Nueva Academia” aspira a que el “Nuevo Premio de Literatura 2018” esté en las antípodas del Nobel, una distinción de un viejo mundo carcomido por los “privilegios, los conflictos de intereses, la arrogancia y el sexismo”, según postulan los “neoacadémicos”. En cambio, el nuevo galardón celebra los valores de la democracia, la empatía y el respeto. La periodista Alexandra Pascalidou, cofundadora de la “Nueva Academia”, siguió el escándalo que involucra al fotógrafo y dramaturgo francés Jean-Claude Arnault, esposo de una de las académicas, Katarina Frostenson, denunciado por 18 mujeres por violación y agresión sexual. El sujeto en cuestión, además, anticipó en público el ganador del Nobel al menos en tres ocasiones, cuando lo obtuvo la austríaca Elfriede Jelinek (2004), el británico Harold Pinter (2005) y el francés Patrick Modiano (2014). Frostenson renunció al igual que seis miembros más, incluida la secretaria permanente, Sara Danius. La Academia quedó entonces con 11 miembros de 18, y sin reemplazo efectivo, porque según su estatuto, la vacante se cubre solamente por fallecimiento. La crisis logró que interviniera hasta el rey de Suecia, Carlos Gustavo XVI, quien pidió un cambio en el estatuto para que los renunciantes puedan ser reemplazados.
Ocho veces en la historia se suspendió la entrega del Nobel de Literatura. En 1914 y 1918, el comienzo y el fin de la Primera Guerra Mundial; en 1935, el único año en que fue declarado desierto; tampoco se entregó entre 1940 y 1943, las cuatro ediciones por la Segunda Guerra Mundial; y no se entregará en 2018. Pascalidou, cuando se anunció la suspensión del Nobel de este año, se preguntó: “¿por qué los autores tienen que pagar el precio de este desastre?”. Entonces se le ocurrió motorizar esta “Nueva Academia”, organización que planean deshacer una vez que se entregue el premio, unos 112.000 dólares que se consiguieron a través de una financiación participativa y de mecenazgo, según expresó en una entrevista para The New York Times, porque el objetivo es llamar la atención hacia lo que está mal en la Academia Sueca. “Lo que nos gustaría es ver algo nuevo: una Academia Sueca que sea contemporánea, abierta al mundo, inclusiva, transparente”, planteó Pascalidou y aclaró que no esperan que en el futuro la Academia haga participar a los bibliotecarios y mucho menos al público en sus decisiones. “No creo que adopten lo que estamos haciendo, ya que son personas que expresan puntos de vista muy elitistas sobre los bibliotecarios. ¿Por qué creen que las personas en la academia son las únicas que conocen sobre literatura”, agregó la periodista sueca.