Ante las discusiones que el tema aborto suscita aparecen personas que afirman “que lo tengan y después lo den en adopción” ¿Cuánto saben del “dar en adopción”? ¿Cuántas veces hablaron con las mujeres que cedieron a sus criaturas en adopción? ¿Cuándo aprendieron la diferencia entre aquellas mujeres que padecieron la desdicha de ceder una criatura amada y la otra que entregó a un ser que la violación le impuso? Para esas personas todo es igual, por ejemplo para las preadoptantes que quieren “tener” un hijo a cualquier costo y por otro lado la existencia de otra mujer que pudo “tener” el niño que las otras precisan. Tener quiere decir poseer una cosa o disfrutar de ella.
Resulta claro el lenguaje que posiciona a quienes desean adoptar a estas “cosas” resultantes de un aborto fallido, al mismo tiempo que asumen el enfrentamiento con otra mujer que no quiere “tener” a ese producto que otras necesitan.
Los preadoptantes actuales, a pesar de estas otras preadoptantes que sobrevuelan como caranchos, son personas que han aprendido que no se adopta “porque tienen mucho amor para dar” como se decía antes, sino porque hay niños que tienen derechos y necesidades, y disponer de una familia es uno de esos derechos. No son una cosa que se lleva a casa porque “yo preciso satisfacer mis ansias de maternidad”. Los adoptantes en serio, han avanzado y saben y cultivan lo que antiguamente se pervertía regulado solamente por el deseo personal. Salvadas sean algunas excepciones. En este punto podrían introducir la trampa: “¡Ah! Entonces reconoce que se está gestando un niño y que el aborto asesina a un niño que se podría dar en adopción”. Ni en sueños entraré en ese desfiladero tramposo. Por el contrario, afirmo que la mujer decide aquello que desea, que quiere hacer con su cuerpo.
Lo oculto
Aquello que el actual debate oculta, más allá de las importantes contribuciones que hemos escuchado acerca de la interrupción voluntaria del embarazo, lo oculto –o escasamente mencionado– es la figura de la mujer antes y después de ser protagonista del tema, la mujer cuyo deseo sexual la condujo a establecer una relación coital con un sujeto por el puro placer de gozar. Si pensó en mantener una relación estable con él o no, no lo sabemos ni interesa.
Entonces nos encontramos con la realidad, que ella podría presuponer –o no, según fuera su información– acerca de lo que sucedería si el sujeto se negaba a impedir la irrupción de espermatozoides violentos e invasores. O que sin negarse sólo pretendía ejercer su papel de macho dominante.
De allí a la primera falta de menstruación, para confirmar luego el embarazo y verificar, con desesperado arrepentimiento, que tendría que abortar, innumerables ideas y proyectos de abortos se sucedieron en sus días. Ni podía ni quería un hijo. Ella tan solo había ejercitado su sexualidad. Este es el punto que el tema de la interrupción voluntaria del embarazo oscurece: el placer sexual de la mujer. El patriarcado se ha sentado en el trono del Zigoto para oficializarlo. Y para sancionar, por su intermedio y pretendidamente para siempre, el castigo por la decisión femenina de gozar con su sexualidad, cuándo quiera, con quién y cuándo lo quisiera.
Lo que otros prefieren
Veamos si, como ejercicio contradictorio y fantasioso mantuviésemos la idea de gestar una criatura sojuzgando de alguna manera a la gestante –que no quiere mantener el embarazo– y de esa decisión se produjera una criatura, esa criatura llevará consigo la maldición de no haber sido deseado, más aun, de haber sido vituperado mientras ensoñaba en el útero.
Entonces, al nacer, surgiría la maldición bíblica, “parirás con dolor…” ¿Quién ha dicho que se refiere exclusivamente a los dolores físicos del parto? La maldición habla de dolor y el recuerdo duele, como duelen los arrepentimientos por los que esta mujer que pretendió gozar deberá atravesar sin ninguna necesidad, solamente porque a alguien con poder se le ocurrió que ella “debería tenerlo para entregarlo en adopción”. Pretendiendo morigerar la violencia de la frase “que lo dé en adopción” con un imaginario programa de acompañamiento que, de acuerdo con la interrupción del embarazo, los uruguayos –desde hace décadas– transformaron en realidad.
Decir la verdad
Si alguien arriesgara esta índole de adopción, a “esa cosa”, en su momento habrá que contarle “la verdad”. O sea decirle: “En realidad vos deberías haber sido un aborto porque la mujer que te tuvo quiso matarte antes de nacer. Pero nosotros (padre y madre adoptantes) te salvamos la vida”. Decirle algo distinto sería mentirle.
Pero claro, no haría falta ser tan directos. Podría dulcificarle el relato ¿Cómo?
En el horizonte, siempre la temida sexualidad de las mujeres. A la que de todas maneras se busca neutralizar, ahora capturándola para convertirla en una madre que reniega de su hijo y lo mata ¿Podrían inventar algo peor? Seguramente sí, transformando a la mujer en una usina productora de “cosas adoptables” resultados de la manipulación ética del Zigoto. Como lo escribe María Moreno: La propuesta de adopción (…) ha sido pensada borrando a las mujeres y enajenando su libertad a una coacción que las convierte en objetos bajo la forma de incubadoras.
El propósito es anular el deseo y el derecho sobre su cuerpo de esta mujer que es prioridad y es anterior a la intervención de quienes pretenden atarla definitivamente a una experiencia de amor, o a una jugada de placer, pero siempre a un compromiso con su cuerpo que ella eligió libremente para disfrutar de su sexualidad. Pero no para cambiar definitivamente su historia personal.