Desde Ciudad de México
El 8 de noviembre de 2016 Donald Trump le puso la sepultura al Siglo XX. Con ese enunciado categórico el director del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, François Heisbourg, inicia una reflexión publicada por el diario Le Monde sobre la forma caprichosa y virulenta con la cual el presidente norteamericano se cargó el sistema de alianzas construido hace 70 años. Ese mundo nació en San Francisco el 24 de Octubre de 1945 cuando se creó la ONU bajo la filosofía del “nunca más”. Trump ha dado vuelta esa cultura. Las relaciones de fuerza y la brutalidad retórica contra la regulación mundial constituyen las semillas de su estrategia. La canciller alemana Angela Merkel es tal vez la que mejor sabe qué significa esa estrategia asumida por un hombre que, por más energúmeno que parezca, sabe muy bien a donde va. En la última cumbre del grupo de los 7 (G7), Trump le arrojó a la cara un caramelo Starburst mientras le decía: “tomá, así no vas a poder decir que no te di nada”. Estos atropellos tienen, sin embargo, dos zonas protegidas: Rusia primero y, sorpresivamente, luego de la elección del candidato progresista Andrés López Obrador, México. Ante el presidente ruso Vladimir Putin Donald Trump fue un osito dócil y mimoso mientras que, con México, Trump mandó a sus diplomáticos a la capital mexicana donde se portaron como tigres domados y sumisos.
Hasta ahora, Trump ha tenido 6 enemigos declarados: México, la Unión Europea, la OTAN, la Organización Mundial del Comercio, el TLC (Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México) e Irán. Un trío de organismos multilaterales, un acuerdo y dos países. Al primero lo humilló, lo pisoteó hasta el asco durante la campaña electoral que condujo a su elección. Luego continuó diciendo una indecencia tras otra. Con Irán rompió el pacto nuclear negociado durante varios años y firmado en 2015. Además de destruir el acuerdo, la administración Trump adoptó una serie de medidas para sancionar a cualquier empresa (sea cual fuere el país) que hiciera negocios con Irán, con el fusil apuntando sobre todo a la Unión Europea. Recién el pasado 16 de junio los 28 miembros de la UE adoptaron un instrumento de protección jurídica que actúa como un paraguas de las empresas del Viejo Continente presentes en Teherán. En resumen, los europeos rehusaron aislar a Irán como lo exigía la batuta trumpista y con ello fueron fieles a la filosofía definida por el francés Jacques Delors, ex presidente de la Comisión europea y ex ministro de Economía, cuando decía: “los europeos son una máquina de fabricar compromisos”.
El unilateralismo cubre hoy toda la política de la Casa Blanca. Los atentados anti compromisos del trumpismo arrogante han sido constantes, empezando por la destrucción del acuerdo sobre el clima alcanzado en París (COP 21) en 2015. En lo que toca a la Unión Europea, la Alianza Atlántica (OTAN) y la OMC, el jefe del Estado norteamericano ha dicho hasta la saciedad que son sus tres enemigos. En julio de 2018, justo cuando se iniciaba la cumbre de la OTAN en Bruselas, Trump escribió un tuit donde decía: “Estados Unidos gasta mucho más para la OTAN que cualquier otro país. No es ni justo ni aceptable”. El 26 de junio, en un acto celebrado en Dakota, Trump vociferó: “La Unión Europea fue creada para aprovecharse de Estados Unidos”. En cuanto a la Organización Mundial del Comercio, este ente multilateral compuesto por 164 países ha sido calificado por el mandatario de “completo desastre”. Frente al riesgo de naufragio, China (la segunda economía del mundo) salió al paso para exhortar a Washington a proteger el sistema de comercio multilateral. En esa lógica destructora se inscriben los aranceles de 25% al acero y del 10% al aluminio provenientes de Unión Europea, México y Canadá. Trump le declaró a sus aliados una guerra comercial repentina. Su primer acto de ruptura fue justamente poner en tela de juicio la pertinencia y la permanencia del Tratado de Libre con México y Canadá, TLC. Sobre esto ha dicho de todo y prometido truenos e infiernos.
Este perfil guerrero tiene sin embargo dos “privilegiados”: son México y Rusia. De pronto, el país maltratado y la potencia enemiga se convirtieron en sus aliados de lujo. Luego de haber abochornado a México, humillado a su presidente, Enrique Peña Nieto, a la diplomacia mexicana y al pueblo de México, Trump se despertó un día como un perrito faldero y obediente que regresa a casa rasgando la puerta. Su jupiteriana fanfarronería se desvaneció de golpe. Cuando ni siquiera habían pasado dos semanas del triunfo de Andrés Manuel López Obrador Trump mandó a la plana mayor de su diplomacia a la capital mexicana: el secretario de Estado norteamericano, Michael Richard Pompeo; del Tesoro, Steven Mnuchin; de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen, así como el asesor de la Casa Blanca y yerno del mandatario estadounidense, Jared Kushner, acudieron a México con un perfil de lo más cauto. Obrador los hizo incluso desplazarse hasta la casa de la transición, en la Colonia Roma, donde el equipo de Obrador prepara el futuro. En términos de protocolo, el gesto es excepcional. Y no sólo los hizo desplazar a la Roma sino quien fue el mismo Obrador quien fijó el término de las relaciones futuras. El presidente electo le entregó a los diplomáticos (Mike Pompeo) “una propuesta de bases de entendimiento con los Estados Unidos” para los próximos años. El texto trata sobre cuatro temas centrales: Tratado de Libre Comercio, migración, Seguridad y desarrollo. El manual de instrucciones partió de México y no de Washington. La evidencia es manifiesta: Andrés Manuel López Obrador dirige, por ahora, la orquesta. “Estamos teniendo excelentes sesiones con México y con su nuevo presidente, que ganó las elecciones rotundamente” dijo Trump hace unas horas. Su lógica unilateralista no ha variado por ello. Su obsesión por destruir el multilateralismo en beneficio de acuerdos “personales” (bilaterales) lo condujo a la idea de elaborar un acuerdo comercial “independiente” con México, es decir, fuera del TLC. Ello equivaldría a un certificado de defunción del TLC. La estructura trilateral quedaría en el recuerdo. Pero una nuevo perfil emerge: México manda. El primer destello de símbolos es inédito.
Lo de Rusia y Vladimir Putin resultó igualmente un momento sublime. Trump el vociferante parecía un pollito recién nacido al lado del triunfante gallo Vladimir Putin, quien es hoy, en lo visible y lo invisible, el verdadero amo del mundo (foto). Si la Argentina y Brasil tuviesen una diplomacia en serio y gobiernos soberanos con capacidad de anticipación y acción mucho se podría aprender de estas anemias del acorazado Trump. Hay mucha sabiduría para extraer de estos rumbos cambiantes: Trump no pone en tela de juicio la supremacía rusa ni menos aún le resta legitimidad a la aplastante victoria popular de López Obrador. Dos pistas oriundas de canales distintos señalan los puntos flotantes del trumpismo: la de la gran potencia rusa y la de la no menos potencia mexicana. Para nosotros, América Latina, la clave empieza a cifrarse en esa frontera del Río Bravo (Río Grande) que separa a Estados Unidos de la otra América. Carecemos de medios económicos y militares para plantear una relación de igual a igual. Incluso quienes, en Occidente, los detentan (la Unión Europea) no han sido capaces de salir del laberinto salvaje del trumpismo aplanador. En el artículo antes citado, François Heisbourg escribe: “los Estados Unidos son cada vez menos aliados y cada vez más mercenarios”. Y todo mercenario, como se sabe, tiene un precio. La inteligencia diplomática está allí para encontrarlo. Se mueve en el dilatado territorio que va de Moscú a Washington, de Tijuana a Ushuaia.