Cuando tenía doce años fui a veranear a La Paloma, en Uruguay, con mi papá y su mujer. Una noche me iban a dejar a cuidado de alguien, porque habían arreglado ir al cine con unas amigas, una salida de adultos. Pero yo extrañaba a mi mamá, entonces decidieron llevarme con ellos.
La cita con el cine era La doble vida de Veronica una película del polaco Krzysztof Kieslowski de 1991; la estrenó justo antes de su famosa trilogía de los colores, Bleu, Blanc y Rouge.
Es mi película preferida. Se trata de una mujer que siente que tiene una doble. O que es una sola mujer desdoblada en Polonia y en Francia. Una que cuenta la relación con su padre y la otra que cuenta la relación con su novio. Son dos pero es la misma. La interpreta una actriz exquisita, Irene Jacob. Me encantó el planteo del drama psicológico de múltiples interpretaciones y me inquietó muchísimo. En primer lugar, porque en el pensamiento mágico de aquella niña que fui, yo también tenía una doble: una era la Marina que era con mi padre y otra la que era con mi madre, según costumbres y disfrute en cada uno de los lugares.
Por supuesto que no entendí la película, no del todo; en ese momento, tenía doce años, salí movilizada y muda.
Después, con el tiempo, le he dado otras lecturas pero la película me sigue atravesando. Entonces no había leído todavía a Dostoievski o a Poe o a Saramago que ahondan los personajes yuxtapuestos, que tratan el tema del doble. Con el tiempo, comprendí mucho más todo. Pero hay un misterio en la película que persiste y que me seduce cada vez.
Además, aquella vez en Uruguay la vi con mi padre, identificándome con Weronika. Y después la vi con mi novio, y entonces yo era como Veronique. Las mujeres podemos ser varias y eso nos hace una. Creo que lo que más me marcó y me sigue impactando es esa confesión que hace Verónica, la doble mujer: “Durante toda la vida he tenido la impresión de estar aquí y lejos”
A los pocos años de esa primera impresión, estaba con mi mamá y mi hermana, era una tarde lluviosa y decidimos ir al cine. En el mismo horario daban El extraño mundo de Jack de Tim Burton y Bleu de Kristof Kieslowski.
Nos debatimos en un in crescendo dramático, debatiendo cuál sería la película que veríamos. Peleamos, y mucho. A los gritos. ¡Por elegir una película! Yo creía que los directores filmaban en continuado, no se si porque tendría la data de que esta película, Bleu, era la primera de una trilogía o porque realmente creía que una filmografía era una gran historia toda junta, una enorme película hecha de películas. Si hiciéramos el ejercicio de pegar las películas de algunos directores, por ejemplo, tal vez aquella vieja teoría adolescente se comprobaría.
Estaba convencida de que viendo esta nueva entrega del amigo Kristof, quizás evacuaría alguna duda de La doble vida de Verónica que me había quedado resonando. Discutimos hasta el hartazgo, pero mi hermana gritaba más fuerte. Hasta que dije: “¡Está bien! ¡Vayamos a ver el extraño mundo del tipo ese!”
Pero secretamente me había quedado con la imagen de Juliette Binoche, con su cara, dando vueltas en mi cabeza. Salimos de la de Burton y mi madre, imparcial, nos ofreció meternos a la sala a ver la otra. No puedo mas que ejemplificar la emoción con aquel plano donde todo se tiñe de azul. Cuando las películas y los realizadores te atraviesan, lo hacen para siempre.
Marina Glezer nació en San Pablo, Brasil, el 17 de octubre de 1980. Su familia estaba en el exilio, poco después volvieron a la Argentina. Alumna de Norman Briski y Mauricio Kartun entre otros, protagonizó la película El polaquito en 2003 –por su actuación ganó un Cóndor de Plata y el premio a Mejor Actriz en el Festival de Montreal– y el año pasado Mecánica popular de Alejandro Agresti, entre otras. En televisión fue parte del elenco de programas como Epitafios, Mujeres asesinas, Los Sónicos, Sos mi hombre y Variaciones Walsh, entre otros. En 2017 se estrenan varias películas en las que participa como A voz do silencio, producción brasileña y Delicia, con Hugo Arana.