Desde un amplio espectro del campo popular se reconoce al neoliberalismo como el principal enemigo. Sin embargo, éste suele aparecer en mayor medida como un partido político o programa económico a vencer que como una filosofía de vida que atraviesa prácticas y modela deseos, y cuyo núcleo de sus estrategias es “un individuo solitario, centrado en sí mismo y estimulado a la competencia, que busca resolver la angustia de su propia finitud a través del consumo”, afirmó la doctora en Ciencias Sociales Susana Murillo en el marco de una conferencia sobre “Neoliberalismo y Producción de Subjetividades” en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA.
Según la investigadora, el arte neoliberal de gobierno tiene como uno de sus blancos fundamentales la modulación del deseo en una “paradoja trágica” en la que estamos construidos y encerrados. “Por un lado, la subjetividad se ve estimulada a ser completa y feliz, eternamente joven, mientras que por otro sufre una larvada amenaza de muerte, que puede ser física o social, real o simbólica; relacionada con la supervivencia y la pérdida del trabajo o el temor al otro”, detalló.
Susana Murillo, psicóloga, profesora de filosofía y titular de la materia “Saber, Poder y Gobernabilidad” de la Facultad de Ciencias Sociales, desarrolló la matriz ideológica del neoliberalismo como “proyecto cultural y civilizatorio” haciendo énfasis en la construcción de los procesos de subjetivación. Recordó además que su arribo a la Argentina se produjo en 1956, cuando el economista austríaco y considerado uno de los padres fundadores del nuevo liberalismo Friedrich Von Hayek se entrevistó con Pedro Eugenio Aramburu, pero recién pudo imponerse 20 años después cuando la dictadura cívico-militar de 1976 permitió su desbloqueo. “Antes no había podido hacerse carne en la psiquis; desde entonces, la transformación cultural ha sido lenta pero muy insidiosa”, explicó Murillo, para quien la construcción del terror no es una casualidad, sino una estrategia política y deliberada.
El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional permitió no solo la aplicación de programas antipopulares que en otras condiciones no habrían sido aceptados por las mayorías, sino fundamentalmente una profunda “revolución cultural”, teorizada desde antes de la Segunda Guerra Mundial y cuyo primer experimento a nivel mundial fue Chile, donde, resaltó Murillo, y a diferencia de lo sucedido en nuestro país, los asesinatos fueron públicos. “El proyecto de terror instalado por la dictadura opera hoy como una capa de la memoria. Tiene presencia en nuestras prácticas y cuerpos, y esto aunque la persona no haya tenido un pariente desaparecido”, advirtió. Entre sus efectos que aún perduran, destacó el borramiento de la memoria histórica y la destrucción de las relaciones sociales y los lazos de solidaridad.
Con posterioridad a los militares, la autora de Colonizar el dolor: la interpelación ideológica del Banco Mundial en América Latina; el caso argentino desde Blumberg a Cromañón, señaló la relevancia de la inseguridad, como producto únicamente del delito y éste asociado a la pobreza, para reproducir aquel imaginario colectivo de vivir en una situación constante de peligro. “El significante inseguridad se constituyó en un modo de gobierno a distancia de los sujetos. No es casualidad que uno prenda la televisión y en todos los canales alguien esté asesinado a alguien”, reflexionó. La amenaza de muerte proviene también del terror mediático.
“Ahora bien, en la medida en que el centramiento en sí mismo, la competencia, y la naturalización de la desigualdad se encarnan en nosotros, nos convertimos en sujetos que vivimos cada vez más solos, y la soledad y el aislamiento traen acoplada su inevitable corolario: la angustia. Con lo que está jugando el neoliberalismo es con la construcción constante de la angustia como una ecuación que no se puede resolver de ninguna manera, al tiempo que por otro lado estimula al consumo y a la competencia”, enfatizó. La modulación del deseo se alimenta de esta paradoja, que “no tiene resolución lógica y produce una tremenda afección a la psiquis o, dicho más poéticamente, al alma humana”.
Una mutación y profundización de la medicalización de las poblaciones acompaña estos procesos. A través del auge de las neurociencias y la patologización de conductas como desórdenes mentales, “se gestiona una nueva forma de gobierno que va a estar centrada en el uso de fármacos y en terapias focalizadas de muy dudoso carácter, cuyo efecto fundamental es el encierro en sí mismo y la denegación”. Según informes de la OMS, citados por Murillo, las personas afectadas por problemas de salud mental son notoriamente mayor entre los ciudadanos que carecen de empleo fijo y en blanco, así como en aquellos con dificultades en acceder a la educación, sumidas en la pobreza o “faltos de integración comunitaria”.
Murillo a su vez describió la estrategia discursiva del neoliberalismo a través de un recorrido por la Escuela Austríaca y demostró las raíces de aquel pensamiento, hoy hegemónico a nivel mundial, que considera que “toda actividad del Estado tendiente a la igualación material de los individuos” es una afrenta a uno de sus pilares teóricos fundamentales y único sobreviviente de los derechos universales del hombre proclamados por la Revolución Francesa: la libertad individual. Según la visión de sus intelectuales, “no solo el nazismo y el stalinismo caen bajo la forma de dictadura, sino también los Estados de Bienestar o cualquier otra forma que se proponga intervenir para paliar el ‘azote de la indigencia’, que sería inevitable”, dijo parafraseando al ya mencionado Premio Nobel Von Hayek.
Susana Murillo se refirió al particular lugar que ocupa la fetichización en la estrategia neoliberal y señaló a modo de hipótesis que en ella “los llamados procesos de subjetivación se tramitan en lo imaginario. Si esto fuese cierto, debemos enfrentar una situación en la que emerge la pulsión de muerte sin límite, centrada en un narcisismo que a la vez que deniega la propia finitud no reconoce al otro como a un prójimo. La violencia social se torna así su corolario inevitable”.