Debería ser mentira que a Fito Páez se le ocurrió la frase “Rosario siempre estuvo cerca” en 1994. Es mejor pensar que la escribió la noche del 28 de octubre de 1978, sentado a la mesa de un bar de Quilmes –con una cerveza, por supuesto –y súbitamente convertido en una especie de flautista de Hamelin haya salido a cantar su nueva ocurrencia. Y entonces, de a uno, de a miles, los hinchas del Cervezero hayan decidido ir en caravana al Gigante de Arroyito, la cancha de Fito Páez, a alentar y ver cómo su equipo ganaba 3 a 2 para consagrarse campeón en Primera por única vez en el profesionalismo.
Todavía faltan unas horas para que Jorge Gáspari, con apenas 20 años, convierta un golazo que le asegure a Quilmes el campeonato Metropolitano del 78. No sucedió aún que Arturo Ithurralde sancionara un penal a favor de Central y dos para el equipo visitante. Es en las horas previas al partido que se produce una charla entre Horacio Milozzi, futbolista que recién pudo ser profesional a los 26 años y ahora tiene 30, y el entrenador, José Yudica:
–José, le tengo que hacer un pedido.
–Adelante.
–Si ganamos esta tarde quiero algo especial.
–¿Qué, Milozzi?
–¿Me va a dejar comer una milanesa a la napolitana si ganamos?
Yudica, cuenta Juan José Panno en El Gráfico del 31 de octubre de 1978, tuvo ganas de abrazarlo.
Milozzi asegura que fue así, tal cual. Cuatro décadas después, detalla: “(Miguel) Filardo y yo éramos los únicos a los que Yudica nos dejaba agregar dulce de leche al flan. Sabía que no engordábamos”. La dieta estricta y un plan de entrenamiento marcial durante el bache del torneo por el Mundial de Argentina fueron algunas de las claves del éxito de Quilmes. “El plantel se preparó en ese tiempo en que no se jugó el torneo local en el balneario de Quilmes. Mientras los demás equipos aprovecharon para descansar, nuestros jugadores se entrenaban en invierno todas las mañanas”, dice Roberto Gallo, quien el 29 de octubre de 1978 estuvo en Arroyito. Gallo, que entre 2001 y 2016 fue la voz del estadio de Quilmes, aquel día fue una de las 25 mil voces de un equipo que logró mudar a una ciudad. A casi 40 años del episodio, recuerda: “Viajé en mi Peugeot 404 junto con otros tres amigos y llegamos el sábado, un día antes del partido. Teníamos entradas populares, así que estábamos tranquilos. Nos fuimos al hipódromo y 45 minutos antes del comienzo llegamos a la cancha. No pudimos entrar a la popular visitante. Las dos bandejas ya estaban repletas”. Gallo, como tantos otros hinchas de Quilmes, se mezcló entre los locales y vio el partido en la platea.
El secreto de Quilmes, coinciden sus protagonistas, estuvo en la simpleza de un grupo tan reducido que logró lo imposible: afrontar con solo 15 jugadores un torneo maratónico de 42 fechas (en rigor, 40 partidos y dos jornadas libres). Cuando volvió Yudica al club en 1978, el objetivo era salvarse del descenso. Con él como entrenador, Quilmes había evitado caer en el agujero negro de la B el año anterior. Pero en los primeros partidos en la A de la temporada siguiente, la dupla conformada por Oscar López y Oscar Caballero no le encontraba el pulso a un equipo condenado a la medianía. Yudica los convenció de lo contrario y soltó una frase que, al final del torneo, se convertiría en una epifanía: “Acuérdense que nos va a terminar transmitiendo Radio Rivadavia”. El día de la consagración, José María Muñoz, el relator de la época, no gritó el gol de Boca (le ganó 1 a 0 a Newell’s), que iba segundo a un punto de Quilmes. El hombre que solía relatar únicamente a los equipos grandes viajó a Rosario y estiró la “0” como un eco eterno en el gol de Gáspari. Era el gol que grababa en el bronce el campeonato de Quilmes.
“Nos decían que iban a venir 5 mil o 10 mil personas. Un amigo me dijo que viajarían 20 mil. Pensé que estaba loco. Al final fueron 25 mil”, rememora Horacio Salinas, el 10 de aquel equipo, vía telefónica con Enganche. El viaje previo fue una odisea colectiva que terminó en un acampe en Rosario, convertida en una Woodstock futbolera. Los hinchas se habían trasladado en camiones, colectivos y autos. Algunas imágenes pueden verse en Youtube y son elocuentes de que se trataba de otros tiempos, con otro sentido de la seguridad. Los hinchas de Quilmes viajaban colgados de los estribos y hacinados en las cajas de los camiones. “Muchos hicieron noche en los autos o en las plazas”, cuenta Gallo. Los bares rosarinos eran pedacitos de Quilmes, una ciudad que había experimentado el éxodo de sus habitantes. La primera edición del diario Crónica del día del partido tituló en una de sus notas “Invasiones Quilmeñas”. Según las estadísticas de 1978, en esa localidad del sur del Gran Buenos Aires vivían unas 420 mil personas. Para ver al equipo dirigido por Yudica viajó el seis por ciento de la población. Ni en la antigua cancha de Quilmes hubiese entrado tanta gente.
“Nosotros estábamos relajados”, dice Milozzi, un defensor goleador: en Quilmes convirtió 55 tantos; ninguno en aquella tarde, pero marcó 10 en el torneo de 1978, en el que Luis Andreuchi, autor de dos goles de penal en Rosario, terminó con 21 gritos. Apenas uno menos que Diego Maradona, el goleador de ese Metropolitano con la camiseta de Argentinos Juniors. Milozzi recuerda con nitidez la secuencia y la sorpresa por la llegada masiva de hinchas. “Antes del partido, los jugadores de Primera nos acomodamos en la platea para ver a los de la Reserva. Cuando terminó el primer tiempo nos fuimos para el vestuario. En ese momento, la bandeja superior de la tribuna visitante estaba en un 70 por ciento. Yo pensé: a la hora del partido va a estar llena. ¡Y eso ya era un montón de gente!”. Después, mientras lo masajeaban en la camilla, Milozzi espió por una ventanita del vestuario y vio cómo un policía le hacía “piecito” a los hinchas de Quilmes. En las dos bandejas de la popular visitante no entraba más nadie, así que tuvieron que pasar a la platea. Desde ahí vio el partido Gallo: “Hasta en el lugar de la hinchada de Central había una bandera de Quilmes. Es imposible calcular cuanta gente fue”.
La cantidad es la manera de los hinchas de medir la pasión por los colores, la fidelidad, el amor por el club. Lo más sorprendente es que en aquella época ningún equipo era acompañado por tantos hinchas fuera de su radar. De Quilmes a Rosario la distancia es de 321 kilómetros, pero no se llegaba por autopista como ahora. La ruta de doble mano implicaba largas horas de viaje, sobre todo si el tránsito era como una fila interminable de hormigas. Gallo cuenta las sensaciones del día anterior a que Quilmes jugara en el estadio mundialista, donde Argentina había goleado 6 a 0 a Perú cuatro meses antes: “Cuando cargábamos nafta, la gente nos decía que el entusiasmo era como el que se había vivido durante el Mundial”. Quilmes era la revolución.
La pelea mano a mano de aquel equipo sin grandes figuras fue contra el Boca del Toto Lorenzo, que venía de ser campeón del mundo al derrotar 3-0 al Borussia Monchengladbach, en Alemania. Quilmes vivía su primavera y estaba a punto de consagrarse, pero el rival era tan poderoso que el imaginario colectivo no dejaba de señalarlo como el candidato, aun cuando Quilmes llegó a la última fecha con un punto de ventaja. “Nosotros queríamos salir a la cancha hasta que no lo hiciera Boca”, detalla Salinas. En ese momento, el periodista Beto González, que hacía campo de juego para Radio Rivadavia, les avisó a los jugadores de Quilmes que Roberto Mouzo y compañía ya saludaban a sus hinchas en la Bombonera. “Recién entonces nos habló Yudica”, recuerda Salinas.
Hay que situarse en el túnel del Gigante de Arroyito. Los jugadores de Quilmes esperaban la orden de su entrenador. En ese pasillo estaban los once que arrancarían el partido: Bernabé Palacios; Milozzi, Pedro Gaño, Guillermo Zárate, Gáspari; Alberto Fanesi, Filardo, Horacio Bianchini; Andreuchi; Salinas y Héctor Milano. Salinas lo cuenta como alguien que va a decir algo revelador, entonces hace una pausa para repetir las palabras de Yudica que jamás se olvidó: “Muchachos, ustedes armaron este lío. Ahora vayan y arréglenlo”. Con eso, dice el ex 10, les dijo todo. “Fue el único día en que me flaquearon las piernas”, reconoce Milozzi. El hombre que al otro día sería invitado al programa de Mirtha Legrand junto con Susana Romero, Roberto Giordano, dos jugadores de Los Pumas y una bailarina polaca de flamenco, confiesa lo que le dijo a Fanesi cuando vio que las tribunas estaban superpobladas por hinchas de Quilmes: “Si no ganamos nos tenemos que volver nadando por el Paraná”.
Quilmes hizo el primer gol y después Central revirtió el resultado, aunque la incertidumbre duró apenas cinco minutos. Luego del segundo gol del conjunto rosarino, convertido a los dos minutos del segundo tiempo, empató Andreuchi a los tres y Gáspari a los siete lanzó al Cevecero a la historia. El equipo de los milagros había hecho lo que sabía: otro milagro. “La vuelta olímpica fue una cosa tremenda. En cuestión de segundos estábamos desnudos”, cuenta Milozzi, que logró conservar los botines y la camiseta de mangas largas con la que jugó en el primer tiempo.
La vuelta a Quilmes fue en cámara lenta. El viaje que hoy se hace en tres horas y media, al plantel le llevó ocho. “Fue como volver desde Tucumán”, compara Salinas. En la cancha de Quilmes esperaban 15 mil hinchas que no viajaron, pero que habían escuchado el partido por los altoparlantes. “Hubo gente desde las tres de la tarde que se quedó a esperarnos para dar la vuelta olímpica con nosotros a la madrugada”, dice Salinas. Los jugadores recién se asomaron al campo de juego de la cancha que estaba ubicada en Guido y Sarmiento a las dos de la mañana. Cuando se acabó la resaca de un festejo que parecía interminable, Salinas, Juan Carlos Merlo y el doctor Carlos D’Angelo se fueron caminando a la estación de Quilmes para tomar el tren hacia Constitución. Mientras caminaban por el andén, el diariero gritaba “Quilmes campeón”. Ellos pasaron por al lado, sin ser reconocidos, como sombras anónimas de una multitud que se había convertido en la auténtica protagonista. “En Quilmes no quedó nadie”, exageran los hinchas. Lo dicen los que fueron a Rosario y también los que no viajaron. Antonia, la esposa de Yudica, lo recordó en el programa Fuimos Héroes, de Fox: “Ese día viajó todo Quilmes. Casi toda la ciudad fue en caravana”.
Es lunes 7 de mayo de 2018. Siempre es lunes cuando se juntan los miembros de la Asociación de Ex Jugadores. Dos de los que brindan y aplauden son Salinas y Milozzi, los únicos que jugaron los 40 partidos de aquel Metropolitano del 78. Esta vez el asado debajo de la tribuna visitante del estadio de Quilmes es para homenajear a Yudica, el arquitecto de un equipo obrero, que ganó 22 partidos, empató 10 y perdió 8. El Piojo fue el padre de la criatura que engendró un monstruo de miles de cabezas que tomó como suyo el estadio de Central. Aunque Yudica también fue campeón como técnico con San Lorenzo (1982), Argentinos Juniors (1985) y Newell’s (1987/88), la gente, su gente, lo que le recuerda esta noche es ese Quilmes irrepetible y multitudinario. Porque como dice Salinas, “el apoyo de los hinchas fue fundamental para ganar el campeonato”.
Si Fito Páez hubiese escrito “Tema de Piluso” 16 años antes, cuando debió ser, entonces hubiese dicho la verdad, que “Rosario siempre estuvo cerca… de Quilmes.