Ya desde la tapa y el título del último disco de Josh T. Pearson podíamos adivinar que las cosas se venían bien diferentes. Lo poco que se supo de él luego del celebrado Last of the Country Gentlemen fue la reedición a comienzos del año pasado del único disco de Lift to Experience, su banda anterior. Entonces contó en más de una entrevista que había vuelto a encontrar el amor y se había instalado nuevamente en su hogar en Texas, ¿pero hasta qué punto podía asentarse una persona que en las últimas dos décadas había oscilado sin grises entre el ostracismo depresivo más hermético y un derrape de bares, alcohol y temporadas enteras durmiendo en sillones de casas ajenas? Una pista de ello la dio hace un par de meses a la revista Uncut su amigo Warren Ellis, (¿ex?) líder de los Dirty Three y socio esencial de Nick Cave en los Bad Seeds: “Hace un tiempo nos quedamos unos días con mi familia en casa de Josh. Hasta el día de hoy mis hijos todavía hablan de cuando nos llevó de noche a visitar una universidad embrujada o cuando se ponía a disparar la escopeta en el fondo de su casa. Un día nos llevó a un cementerio a conocer la tumba de Blind Lemon Jefferson. Cuando llegamos, improvisó un pequeño pincel y se puso a limpiar la piedra y a arreglar de manera muy ordenada las cosas que había allí. También tenía una serpiente en la heladera con la que se iba a hacer un cinturón. Si no fuera porque al otro día nos teníamos que ir para Las Vegas, mis hijos se habrían quedado toda una semana con él”. Sentado al teléfono en el living de esa misma casa, Pearson larga una carcajada al escuchar la historia: “Tengo una colección de serpientes en la heladera, pero las encontré atropelladas en la ruta. ¡Tampoco es que salgo de noche a cazarlas con la escopeta!”.
Jesucristo en Texas
Hijo de un pastor pentecostal que tras una revelación se entregó full time a la providencia divina y una mujer que desde entonces llegó a tener hasta tres trabajos para sostener su hogar, Josh T. Pearson nació en 1974 en Keller, Texas, un pueblo de casas bajas ubicado a cuarenta kilómetros al norte de Dallas. Hasta hace un par de meses, Pearson era conocido (y no mucho, si vamos al caso) como un songwriter inspirado y volátil que en veinte años de carrera había grabado apenas dos discos, dos obras atrapantes y muy diferentes entre sí que le habían ganado un hype pasajero por parte de la prensa especializada europea y un frío recibimiento en su país. El primero de esos discos, The Texas-Jerusalem Crossroads lo grabó en 2001 al mando del trío Lift To Experience y fue un magnífico conceptual doble, un trance ácido-apocalíptico donde entre momentos de spoken word y otros de furia eléctrica narraba con desenfado y humor sutil la segunda llegada de Jesucristo a Texas. La banda giró durante un año por festivales de Europa hasta que en 2003 Pearson decidió volver a su tierra: desarmó el proyecto y con el dinero de la gira se compró una casa en medio del desierto texano donde se enclaustró durante nueve meses, “Un viaje interno para mirar a la locura a los ojos”, según él mismo cuenta. Poco después llegaron sus años salvajes, una década que lo encontró entre Texas y Berlín en una batalla personal contra el alcohol y la depresión, tocando cada tanto en bares perdidos y llegando incluso a limpiar baños para ganarse la vida. Todo hasta que en 2011 se encerró en un estudio en Berlín con una guitarra para grabar en dos días un disco solista, Last of the Country Gentlemen, una gema acústica que más que disco post-ruptura suena como el relato en tiempo real del fin de una relación con todos los errores, temores, despechos y contradicciones del caso. Más allá de haber recibido excelentes críticas (fue incluso seleccionado entre los discos del año por la Melody Maker y la NME) el disco no tuvo grandes ventas, lo que fomentó aún más una reputación de artista de culto que él mismo alimentó presentándose contadas veces en vivo.
Pero hace un par de meses la cosa cambió. Y buena culpa de ello la tuvo, justamente, Warren Ellis: “Warren es como un tío, un hermano mayor para mí. Siempre me decía ‘Josh, cortala con toda esta cosa de autoreflexión y grabá más discos’. Es un tipo sabio y muy talentoso, y un intérprete de puta madre. ¿Viste a los Dirty Three en vivo? Ojalá puedas verlos, son increíbles, mi banda en vivo favorita de todos los tiempos. Así que bueno, decidí hacerle caso. Prendí fuego mi pasado, colgué afuera mi reputación y dejé que se secara a ver qué pasaba”. Lo que pasó fue The Straight Hits!, el disco por lejos más accesible de Josh T. Pearson a la fecha, una colección de melodías pegadizas y letras siempre lúcidas con las que el texano se propuso meterse en la piel de un personaje con el fin de entretener y entretenerse, todo a través de diez canciones que escribió en tres días bajo la restricción de cinco condiciones que se autoimpuso, cinco reglas que basó a conciencia en varios clichés de la escuela tradicional del viejo y querido rock and roll. A saber:
1. Todas las canciones deben tener verso, estribillo y puente.
2. Las letras deben tener dieciséis líneas o menos.
3. Tienen que tener la palabra “straight” en el título.
4. Ese título debe tener cuatro palabras o menos.
5. Esas palabras deben remitir a la canción por sobre cualquier otra cosa. Hacés lo que ella pida, lo que sea que la canción diga. Te arrodillás vos ante ella y no al revés.
“Tenía ganas de divertirme, jugar un rato mientras enterraba mi reputación, que ya se estaba volviendo pesada”, afirma Josh. “Y elegí la palabra ‘straight’ un poco porque quería hacer canciones directas y otro porque quise ser un poco políticamente incorrecto, jugar con esa palabra que hoy en ciertos ámbitos vanguardistas está prohibida, es como que no la podés decir. Supongo que quise hacer como esos artistas con los que nunca sabías con qué iban a salir ni terminabas de entender quiénes eran en realidad”. Otra de las particularidades del álbum es el humor con que está encarado, algo que ya estaba presente en sus otros discos pero nunca tanto como acá: “Cuando estoy solo tiendo a hundirme más profundo de lo que me gustaría, pero entre amigos soy el que siempre trata de hacerlos reír. Quería mostrar un poco ese lado, repartir un poco de alegría, algo que creo que también hace falta en estos tiempos nefastos de Trump. Y escribir las canciones bajo estos parámetros me resultó liberador. Vengo de una tradición de canciones que nunca sabés hacia dónde van, y esto es como subirte al escenario y pum, verso-estribillo-verso y todos contentos. Es como ir a Hollywood o algo así. Sacaría un disco por año si pudiera, de hecho tengo otro que ya grabé que es un album de comedia. Por supuesto, nadie quiso publicarlo hasta ahora”, confiesa, y enseguida agrega: “Pero es súper gracioso”.
DIRECTO AL HUESO
The Straight Hits! arranca con un verso contundente (“Rápido como una bala/ apuntada hacia Dios/ disparado hacia las estrellas/ no me van a detener/ así que inclinen sus cabezas/ porque voy directo a la cima”) y tres canciones que son por lejos las más animadas de todo su repertorio: “Straight To The Top”, “Straight At Me” (estribillo silbado incluido) y “Give It To Me Straight”. Pero la euforia le dura poco, y luego de ese impulso ganador el disco se desacelera en una serie de baladas en voz impostada donde el country y el folk coquetean con coros tipo doo-wop. Así es como ese ánimo entusiasta en pose avasallante de los primeros temas se amaina poco a poco hasta regresar a su melancolía habitual con “Straight Down Again”, el tema que cierra el disco. Apenas una canción, “Love Straight To Hell”, suena como un regreso a las fuentes de ese shoegaze bien arriba de su primera banda, pero el punto alto del álbum es “A Love Song (Set Me Straight)”, una pieza de casi siete minutos en la que Pearson se aparta por un rato de sus reglas para coronar un viaje climático que estremece como los mejores momentos de sus trabajos anteriores: “En ‘A Love Song’ bajé la guardia y me alejé un poco de esas reglas que me impuse”, cuenta. “Si hay un Josh T. Pearson real, esa sería la canción que más se acerca a él. Es una canción muy emocional, y realmente creo en ella. Todavía siento que la música tiene el poder de transformar, y creo que esta canción puede ser una de esas que le hagan bien a la gente”.
Con sus reglas de composición intencionalmente anticuadas y sus homenajes a géneros del siglo anterior, The Straight Hits! suena como un artefacto del pasado anclado en tiempos de futuro continuo. ¿Un guiño al papel que jugará el rock en los próximos años? “No creo que tengamos mucho futuro en general y no estoy seguro de la parte que jugará el rock en todo eso”, contesta Pearson sin vueltas, y concluye: “Sí sé que en los próximos años encontraremos la manera de aplicar tecnología a la corteza de nuestro cerebro y estaremos perdidos dentro de ese mundo digital. A eso apunto con las letras ‘ai’ subrayadas en la tapa del disco. Tendremos que estar muy atentos a todo lo que suceda en ese sentido y a la tecnología de estimulación que decidamos colocar en nuestro cuerpo. Es un tema grande. No sé bien cómo sigue esto, pero sé que igual que con este disco voy a seguir abierto a cualquier fuente de creatividad que me conecte con los modos románticos del siglo pasado. La música que sonaba en la radio, el arte de los discos, esa cosa de encontrar una tapa que te gustaba y agarrar el disco de la batea aún cuando no sabías nada de la banda y averiguarlo todo de ella después, todo eso está pasando a ser una vieja forma de romance. Ahora estamos cada vez más conectados a algo que por un lado va a abrir nuevas puertas de creatividad y por el otro nos llevará a perder algo de las artes más elevadas... Pero está bien. El mundo es lo que es. Seguiremos evolucionando. Y yo continuaré así, con un pie en el hoy y otro en el viejo mundo romántico hasta que venga un viento y se lleve lo que queda de él”.