Lo que se verá en materia de campaña política dentro de unos meses para intendente de Rosario será inédito. Ya se estiman cifras millonarias para instalar candidatos con inversiones que estarán acorde a lo que se pone en juego, cifras que ponen los pelos de punta a los electores y que –de acuerdo con los recientes escándalos desatados con los aportantes truchos de Cambiemos- demandarán un extremo cuidado a la hora de respaldar lo que se recaude con los papeles pertinentes.

Serán los dos “aparatos” políticos más grandes los que pondrán en juego las mayores apuestas: el Frente Progresista, que tendrá aún el manejo del Estado provincial y municipal; y el gobierno nacional, que bajará todos los recursos para la pelea de fondo. Y desde que Robert Merton lo escribió por primera vez allá por 1968, todos lo sabemos: “El efecto Mateo es un fenómeno que indica que quien tiene más riquezas, poder o fama, está en mejores condiciones para acumular más riqueza, más poder, más fama”. Así en la vida como en la política. Esto no suprime las chances de nadie pero las condiciona decisivamente.

Rosario tiene un electorado con un alto grado de antiperonismo y las mayorías siempre –desde la recuperación de la democracia- han buscado dónde canalizar esa idea básica. Primero, en el radicalismo en su mejor momento a partir de 1983. Luego en el socialismo, desde 1989 hasta el presente; y en las recientes legislativas locales el PRO resultó beneficiario de esa corriente, también a manera de advertencia hacia la falta de innovación socialista. Con todo, no se trata de un electorado antipopular o gorila, sino más bien complejo y sofisticado en sus demandas. Ciudadanos que más allá de las necesidades básicas insatisfechas, persiguen gestiones de alta prestación.

Por eso el principal candidato peronista a la intendencia es un convencido de la necesidad de encontrar un camino frentista. “Solos no llegamos”, se lo escucha repetir a Roberto Sukerman, que sigue siendo el mejor posicionado dentro del espacio. Ya no se trata tanto de un problema interno del PJ como ocurrió históricamente (es recordado el tiempo en el que al peronismo local le decían El Líbano), sino más bien de algún grado de novedad en las alianzas necesarias para dar una buena pelea por el sillón principal del Palacio de los Leones. El problema de la “modernidad” del peronismo es común a todos los distritos, pero se nota más en grandes centros urbanos como este a pesar de que los candidatos del espacio han ido puliendo su perfil con los años.

 

Alberto Gentilcore

 

Hay que recordar que hasta la llegada de Sukerman el peronista más votado en la ciudad era un extrapartidario: Héctor Cavallero, que le dio algunas posibilidades al PJ local pero también le impuso un techo que parecía insuperable. Este es el principal desafío para esta fuerza política que busca hacer pie en Rosario desde hace 35 años.

A diferencia de lo que pasa en otros niveles, aquí el PRO tiene candidato. Roy López Molina se viene preparando para este desafío hace tiempo y superó duras pruebas para llegar a la línea de largada. Una clasificación que incluyó desplazar a Ana Laura Martínez en 2017 y que podría tenerla ahora nuevamente como animadora de unas PASO pero con el resultado cantado de antemano. El rol de partenaire en un choque interno para movilizar a los electores que también se verá en otros espacios políticos.

Pero López Molina sabe muy bien que este momento del gobierno nacional lo puede complicar al extremo. Así como funcionó exitosamente la marca Cambiemos para las últimas elecciones en Santa Fe al punto que nadie recuerda ya el nombre del ganador de esos comicios en la categoría a diputados nacionales; ahora el deterioro de la etiqueta puede influir decisivamente en el resultado.

Este escenario nacional para el Frente Progresista lo cambia todo. Es un volver a vivir en la estrategia de mínima, que es retener la intendencia de Rosario. Saben que será una tarea titánica porque deben lidiar con muchos años de desgaste en la gestión y que deberán convencer a un electorado que mostró en más de una oportunidad sus deseos de jubilar al espacio político. Por eso Pablo Javkin es una posibilidad que se viene macerando hace tiempo. Dejó su cargo de diputado nacional por esta posibilidad, transitó dos años por la Secretaría General de la Municipalidad para que lo vean en gestión ejecutiva y desembarcó en el Concejo Municipal en una dura elección que dejó tercero lejos al Frente Progresista. Hace poco renunció formalmente a la Coalición Cívica de Elisa Carrió para que a nadie le queden dudas de dónde está.

Javkin es “El” candidato del oficialismo local para los comicios del año próximo. Habrá otros de pura cepa (no más de uno) para movilizar a la militancia partidaria y animar una interna que pueda ser tan o más atractiva que la de Cambiemos en Rosario. Ese rol parece destinado por el momento para el senador Miguel Cappiello, aunque el socialismo recurra a la vieja escuela de rodear al candidato con otros candidatos. Por eso se ventilan también los nombres de Verónica Irízar, Leonardo Caruana y Enrique Estévez entre otros.

Esta vez Javkin cuenta con un plus a favor: toda la estructura del socialismo comprende el momento dramático en el que se encuentra y sabe de ante mano que no hay lugar para objetar que una candidatura de tal envergadura recaiga en un extrapartidario. Sabe también el PS que es una contraprestación. Javkin no tiene estructura propia y el socialismo no tiene candidatos propios de peso como para librar la batalla que se avecina. Una sola persona podría alterar estos planes: si Miguel Lifschitz aceptara nuevamente dar la pelea como intendente de Rosario. Algo que no va ocurrir y que –de hecho- tiene muy pocos antecedentes en el país. La carrera política siempre suele ser ascendente.

Habrá muchos candidatos con distintas posibilidades y la centroizquierda tendrá uno de peso. El concejal Juan Monteverde es el número puesto para liderar ese espacio como candidato a intendente en las elecciones del año próximo. Con todo, resta ver si Ciudad Futura puede alcanzar alianzas más amplias con sectores del peronismo y otras fuerzas del mismo espectro para ampliar sus posibilidades. Por el momento, aquella propuesta de principios de este año para establecer una suerte de “semifinal” entre Monteverde, Sukerman y Javkin -para que todos después apoyen al ganador de esa contienda previa contra el macrismo- parece haber caído en el olvido. Todos la pensaron, nadie la rechazó de plano, pero por fuera de Ciudad Futura nadie la alentó.