En su trayectoria de vida, desde hace 40 años, cuando lideró la huelga de trabajadores más importante en contra de la dictadura brasileña, Lula ha recorrido un camino paradigmático de lo que es la nueva izquierda latinoamericana. De líder sindical a fundador de un partido de los trabajadores; de primer dirigente sindical candidato a la presidencia de Brasil a primer obrero presidente del país; de mejor presidente que Brasil haya tenido a elector de la primera mujer presidenta del país como su sucesora; de principal dirigente de izquierda en el mundo en el siglo XXI a favorito para volver a ser mandatario de Brasil; y de víctima de un proceso sin ningún fundamento a preso sin pruebas.
Una trayectoria que evidencia el potencial que la izquierda y el movimiento popular poseen y, a la vez, los riesgos que corren, al desafiar el poder de las oligarquías tradicionales y los instrumentos que poseen para resistir y retomar la dirección de los países. Porque si Lula expresa, en grado mayor, esas circunstancias, su suerte es similar a la que corren otros dirigentes políticos de la izquierda latinoamericana, entre ellos Cristina Kirchner y Rafael Correa.
El capitalismo de la era neoliberal no tiene nada que proponer a Latinoamérica que no sean ajustes fiscales y exclusión social, sin capacidad de volver a tener dirigentes políticos y gobiernos con legitimidad y apoyo popular. Tiene entonces que maniobrar para impedir que líderes populares lleguen y permanezcan en los gobiernos. El neoliberalismo revela cómo desemboca necesariamente en acuerdos con el FMI, sin ni siquiera lograr el control de la inflación y el equilíbrio de las cuentas públicas.
Quedan entonces los intentos de descalificación de las imágenes públicas de los líderes que representan la lucha en contra del modelo neoliberal, líderes que ya han demostrado que la superación de ese modelo es la única vía del desarrollo económico con distribución del ingreso y la inclusión social. Que es la única vía de rescate de la soberanía y de la dignidad de nuestros países.
De ahí la brutal ofensiva en contra de esos líderes y de que la situación de Lula sea paradigmática: a la vez amplio favorito para ganar las elecciones presidenciales de octubre de este año y preso, condenado, sin acusaciones ni pruebas. No podría haber situación más paradójica, más significativa, de que la alternativa democrática y popular para Brasil esté imposibilitada de concurrir a las elecciones –siendo que el pueblo quiere que sea candidato y que triunfe–, por absurdas maniobras jurídicas y de los medios.
Ya no le importa a la derecha ser acusada de atentar en contra de la democracia y la voluntad mayoritaria de los pueblos de nuestros países. Lo que le importa es intentar mantenerse en el gobierno o impedir perder ese control, de la forma que sea. No importa la condena internacional, de la gran mayoría de la opinión pública, incluida la de prácticamente la totalidad del medio jurídico. Importa buscar el mantenimiento de un modelo antipopular, que refleja el interés del 1% representado por los bancos privados y el capital financiero, respaldado por el FMI.
Latinoamérica ya no será la misma después de que los gobiernos progresistas han señalado el camino de la superación del neoliberalismo y que la derecha obstruye el camino democrático mediante los procesos de judicialización de la política y guerra legal con persecución política en contra de los lideres populares.
El destino de Lula es, en gran medida, el destino de América Latina. Su situación extrema las condiciones de otros líderes latinoamericanos. También por ello Brasil es el eje de la lucha actual de nuestros pueblos. López Obrador quedará muy aislado para enfrentar las ofensivas brutales del gobierno de Trump, en caso de que no pueda contar con otros aliados de peso en el continente. Bolivia y Venezuela tendrán más dificultades para resistir a las ofensivas imperiales.
Nixon habia dicho una vez que hacia donde va Brasil, va América Latina, cuando EEUU tenía la expectativa de que el camino de Brasil fuera el de ser la subpotencia subimperialista que ellos necesitaban. Hoy sus palabras tienen otro sentido: que el destino de Brasil, que se juega este año, en los próximos meses, ayude o dificulte al continente a asumir un destino democrático, de justicia social, solidario. En aquella celda de Curitiba reposa en gran medida ese destino.