En un capítulo más de la declamada política de “inserción inteligente al mundo”, finalizó ayer en Buenos Aires la Cumbre de Ministros de Finanzas y Presidentes de Bancos Centrales del G-20. El mensaje final del presidente Macri, como de costumbre, resultó lavado y vagamente optimista, echando la culpa de todos los males del mundo y de la Argentina a factores que rozan lo climático/náutico/aeronáutico: “tormentas”, “turbulencias” y “aguas agitadas” serían las razones por las cuales el mundo no llega a un entendimiento sobre el rumbo a tomar a la hora de fortalecer el proceso de acumulación del capital a escala global, y por las cuales Argentina se encuentra en una profunda crisis económica que se profundizará en el corto plazo ante la seguidilla de ajustes escritos en letra de molde en el acuerdo con el FMI.
A contramano del optimismo y la suavidad del discurso de Macri, el comunicado firmado por los Ministros de Finanzas y Presidentes de Bancos Centrales del G-20 alerta sobre los riesgos de corto y mediano plazo en la economía mundial, debido a “las crecientes vulnerabilidades financieras, el aumento de las tensiones comerciales y geopolíticas, los desbalances globales, la desigualdad, y el crecimiento estructuralmente débil”, al tiempo que señala que los países emergentes –como la Argentina– podrían seguir sufriendo por las cambiantes condiciones externas, tales “como la volatilidad de los mercados y la reversión de los flujos de capital”.
El infantil diagnóstico del presidente Macri para justificar la crisis es el siguiente: en el mundo “pasaron cosas” que han dificultado la situación económica argentina. Sin embargo, el presidente debería recordar que en el mundo vienen “pasando cosas” al menos desde 2007, con el estallido de la peor crisis económica mundial desde la década de los 1930’s, la caída de los precios de los principales productos de exportación de nuestro país, la ralentización del crecimiento de la producción y el comercio mundial, el encarecimiento del crédito internacional y, más recientemente, el comienzo de una guerra comercial de dimensiones de la cual participan las principales potencias económicas.
Ninguna de estas “cosas que pasan” han sido una novedad para nadie: la crisis económica lleva más de una década, la guerra comercial fue anunciada hace más de dos años durante la campaña electoral de Donald Trump y el aumento de las tasas de interés de los Estados Unidos ha sido informado e implementado de manera escalonada por la Reserva Federal desde mediados de 2016. Justamente, parecería que Macri y sus ministros se movieran en una dimensión paralela a lo que sucede en el escenario internacional. Se trata de un verdadero corso a contramano, del cual esperan que la economía argentina despegue a partir de la demorada lluvia de inversiones y de un eventual boom exportador, pero en un contexto de reversión de los flujos de capitales desde la periferia hacia los países centrales y de creciente proteccionismo. Realmente contradictorio e inentendible.
Ingenuamente el presidente Macri continúa pensando que poniendo el campo de juego para las disputas geopolíticas entre las potencias mundiales va a lograr beneficios para nuestro país: primero fue el fracaso de la XI Conferencia Ministerial de la OMC y ahora es el turno de la Cumbre de Ministros de Finanzas y Presidentes de Bancos Centrales del G-20; en el medio, sufrió los golpes por el rechazo del ingreso de nuestro país a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la permanente postergación de la firma de un ruinoso acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea.
En medio de ese corso a contramano, Macri hace las veces de “oso Carolina” de la economía mundial: al igual que aquel infaltable personaje de los carnavales porteños de los años 50’s y 60’s –que era llevado con una cadenita por su cuidador y obligado a danzar a los saltos al ritmo del tamboril– nuestro Presidente no sólo es conducido por las grandes potencias sino que ingenuamente ofrece el terreno para una disputa internacional en donde Argentina resulta claramente de un convidado de piedra, de la cual ni siquiera ha podido sacar réditos en materia de apertura de mercados para la exportación o como destino de las inversiones internacionales.
Si bien es cierto que existen tormentas, turbulencias y aguas agitadas hace diez años en la economía mundial, la habilidad de un buen piloto de tormentas consiste en surcar esas dificultades imprimiéndole un rumbo propio y definido a la embarcación, tratando de sortear el centro de la tormenta. Por el contrario, Macri y sus ministros han optado por ir a contramano de una tendencia mundial cada vez más proteccionista en lo comercial y más caracterizada por un “vuelo hacia la calidad” en lo financiero. Volviendo al lenguaje náutico, resulta cada vez más clara la necesidad de un golpe de timón.
* Docente investigador de UNQ y asesor de la Secretaría de Relaciones Internacionales de la CTA de los Trabajadores (CTA-T).