Una pared con tres pares de zapatos, cuatro vitrinas pequeñas con objetos, algunas fotografías, un video. Son los mínimos elementos sobre los que se apoya una muestra exquisita.
Se trata de la exposición Sylvie Geronimi. El arte del calzado, una exposición notable, de esos productos que todo curador admira por la precisa contundencia en las decisiones tomadas y por los múltiples relatos en los que se puede penetrar sin recurrir a los despliegues megalómanos, tanto espaciales como de recursos, que suelen cundir en este momento, en este medio.
Nacida en Malasia de padre francés y madre argentina, Sylvie Geronimi vivió y estudió en París. Se radicó en Buenos Aires en los años noventa. Sus conocimientos sobre diseño de zapatos la ubicaron rápidamente en la vanguardia de su oficio.
A nivel internacional, diseñó para la marca francesa Akena, labor que fue reconocida con los premios L’Escarpin de Cristal, París 2003 y Le Lyon d’Or en la ciudad de Lyon, en el año 2004, ambos obtenidos en la categoría “Mejor Creador”. También colaboró en “Chicago: el musical” y obras de teatro a cargo de Alfredo Arias, tanto en Buenos Aires como en París.
Más tarde participó en una obra en el Teatro Nacional de Chaillot, en París, para la actriz Marilu Marini y en la película La ciudad de tu destino final, protagonizada por Charlotte Gainsbourg, bajo la dirección de James Ivory.
La exposición, organizada por Caroline Coll, directora cultural de la Alianza Francesa y, en cierto modo parte del equipo curatorial, junto con Geronimi y la diseñadora de montaje Josefina Somoza, gira en torno a Carmen Paris-Buenos Aires –un modelo emblemático de Geronimi– como recurso para contar el camino de la construcción de los ejemplares únicos a los que se dedica la diseñadora. Así, las cuatro vitrinas Moldería, bordado a mano, cortado; aparado, armado; suela y taco; deformado y empaque; abren literalmente un zapato y dan cuenta de un proceso que conduce, en breve espacio, a los modelos finales fijados en la pared. Las fotos refuerzan ese proceso en el taller. El espacio por su parte, un pasillo institucional, es ahora unificado por un discreto ploteado que cierra la sala sobre sí misma.
Geronimi se propuso “llevar el taller a la alianza” sin que el taller esté allí.
Vienen luego las decisiones tomadas. Se cumplían 125 años de la Alianza Francesa en Argentina y para Caroline Coll, sabedora de que lo mismo que un libro o que un film la exposición tiene un lenguaje especifico para contar una historia en el espacio, la elección de Geronimi era hablar de ese dialogo cultural que sintetiza el modelo Carmen.
En efecto, Geronimi realiza una producción sostenida en su conocimiento y en la revalorización de los artesanos argentinos que saben tanto como ella, que son quienes atesoran en su persona una historia de saberes y habilidades: desde el mínimo corte sobre el borde del cuero para rebajarlo hasta el amoroso encolado que acaricia el mismo estirándolo hasta hacerlo hace abrazar una capellada o un taco perfecto.
La exposición propone entonces no la fetichización de un objeto de lujo sino de la mostración de un cúmulo de saberes y haceres. Rigor en el conocimiento, y calidad en la presentación al espectador. Pero, y no somos inocentes, la institución refuerza al mismo tiempo una imagen de Francia ligada a la moda y la cultura.
Hay un punto, fuera de lo mostrado al espectador, que resulta interesante señalar: el modo en que los zapatos están montados en pared recuerda o es tomado de una experiencia de la diseñadora de 1997 que la vincula con el arte argentino. En efecto, ese año una exposición en la galería de Alejandro Furlong curada por Silvia Ambrosini –la fundadora y editora de la revista Artinf– reunía a Geronimi trabajando sobre la obra de artistas como Jorge Pirozzi, Nora Correas, Ernesto Ballesteros y Pablo Siquier, entre otros.
En definitiva solo cuando se tienen claro qué se quiere decir y cómo se lo quiere decir, si hablar la antigua lengua del hermetismo elitista para el círculo de los divinos o si, como sabemos, lo central de una buena exposición, cualquiera sea su índole, es poder conducir al espectador hacia nuevas experiencias, asombro, despertar su curiosidad y su deseo de conocer y descubrir nuevos horizontes. El aprendizaje, luego, puede ser el resultado de una exposición, ésta quizás.
En la sala de exposiciones del primer piso de la Alianza Francesa, Córdoba 946, hasta el 27 de julio, de 9 a 20, con entrada gratuita.
* Curadora.