Conscientes o no, cuando transitamos nuestra vida lo hacemos atravesadxs de significaciones. Nombramos fenómenos y cosas, y al hacerlo los cargamos con determinados sentidos. Estas producciones incidirán en cómo pensamos nuestros problemas.
El lenguaje es uno de los escenarios de disputa. Como nos enseñaron las compañeras feministas: no es lo mismo hablar de “crimen pasional”, donde subyace la idea de un asesinato producto de un desborde de pasión, que definirlo como “femicidio”, lo que da cuenta de una sociedad desigual, en la cual se asesina a mujeres por su condición de mujer.
Sin embargo, el poder busca normalizarnos e invisibilizar esas disputadas ideológicas: la Real Academia Española se creó en Madrid en 1713. Desde allá, a 10,969 km, nos quieren decir qué está bien y qué está mal, qué es lo correcto y lo incorrecto. Esa corrección muchas veces responderá a una matriz cultural sexista y euro céntrica.
En ese sentido, oportunamente la RAE señaló en relación a hablar de “los ciudadanos y las ciudadanas” que “este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico”. Asimismo, sentenció “el uso genérico del masculino se basa en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino. Por ello, es incorrecto emplear el femenino para aludir conjuntamente a ambos sexos, con independencia del número de individuos de cada sexo que formen parte del conjunto. Así, los alumnos es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones”.
Ahora bien, esta norma ¿no responde a una mirada ideológica? ¿no fortalece determinada forma de ver el mundo?
El filósofo griego, Cornelius Castoriadis, afirmaba que “en el marco del pensamiento heredado, la creación es imposible”. Por lo tanto, si queremos crear algo nuevo debemos cuestionar las categorías y conceptos del pensamiento dominante. Una sociedad más equitativa y más justa requerirá nuevas formas de describirnos y de pensarnos. Para Castoriadis estamos atravesados por fuerzas instituyentes que buscan transformar las supuestas “verdades” de la sociedad y por fuerzas instituidas que buscan mantener lo establecido. En ese sentido, cuestionar el lenguaje sexista genera tensión.
Hablar sólo en masculino es producir un espacio más donde se invisibiliza a las mujeres, como lo son la mayoría de los manuales, libros de historia, los nombres de las calles o los monumentos. El lenguaje es un lugar más de construcción y disputa de sentidos.
El escritor Juan Cruz Balián sostiene que el lenguaje sexista “es nombrar ciertos roles y trabajos sólo en masculino; referirse a la persona genérica como ‘el hombre’ o identificar lo ‘masculino’ con la humanidad; usar las formas masculinas para referirse a ellos pero también para referirse a todes, dejando las formas femeninas sólo para ellas; nombrar a las mujeres (cuando se las nombra) siempre en segundo lugar”. Asimismo, según Bailán, “las indeseables consecuencias de esta desigualdad lingüística se traducen en lo que el sociólogo Pierre Bourdieu define como ‘violencia simbólica’, y esto nos sirve para comprender uno de los mecanismos que perpetúan la relación de dominación masculina.”
Es decir, detrás de la supuesta corrección lingüística se esconden y mantienen los espacios de poder que hegemonizamos los varones. A modo de ejemplo, hablar de “presidenta” generó discusiones y tensiones en nuestro país. Muchos, y lamentablemente muchas, afirmaban que debíamos usar el término “presidente”. Sin embargo, como señaló la escritora Claudia Piñeiro a un señor opositor del uso de “presidenta” en una cena: “¿Y ‘sirvienta’ tampoco decís? ¿O ‘presidenta’ no pero ‘sirvienta’ sí”? Curiosamente, hablar de sirvienta no nos molesta.
Hace unos años atrás el docente de la Universidad Nacional del Comahue, Fabian Bergero, me comentó una anécdota: frente a una cursada donde la mayoría eran mujeres, él comenzó su clase hablando en femenino. Los tres varones presentes se rieron. A la segunda clase se acercaron al docente y le dijeron, “cortémosla, ya pasó el chiste de hablar en femenino”. El profesor Bergero les dijo, “no es un chiste, así es la realidad que viven las mujeres cotidianamente”.
El desafío actual es enfrentar el pensamiento de clausura que acepta y se resigna a las injusticias establecidas. Como sostiene Castoriadis, podemos ser una sociedad autónoma, “que se da a sí misma su ley”, tomando conciencia que las reglas de nuestra sociedad son producto de nuestra construcción y, por lo tanto, podemos modificarlas.
* Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Docente de “Comunicación social y seguridad ciudadana” en la UNRN