Primero lo primero: resultan absolutamente inentendibles las razones por las cuales la distribuidora local optó por pergeñar un título en italiano –que sería más apropiado para una confitería especializada en diversos tipos de infusiones– en lugar de traducir la bella gracia original, “El color escondido de las cosas”. De hecho, detrás de esas palabras se ocultan algunos de los elementos centrales de este drama romántico dirigido por el veterano Silvio Soldini, célebre por un par de obras de alto perfil internacional (Pan y tulipanes, Sonrisas y lágrimas) y a su vez dueño de una extensa filmografía que llega hasta comienzos de los años 80. Emma (notable, como siempre, Valeria Golino, la actriz greco-italiana que alguna vez estuvo instalada en el seno de Hollywood) es una mujer de 40 y algo de años, independiente, osteópata de profesión y no vidente. Pero el guion de L’amore con te, ingeniosamente, retrasa la presentación de ese personaje y decide arrancar en cambio con Teo (Adriano Giannini, hijo del famoso Giancarlo), un exitoso creativo publicitario con tendencias narcisistas más que evidentes, una enorme facilidad para inventar excusas y mentiras para justificarse, y un gen de donjuanismo difícil de erradicar.
Teo está dividido entre los encuentros con una mujer casada y la relación con una novia con la cual no parece demasiado convencido de querer convivir; atado, además, como buen adicto al laboro, a los constantes mensajes y llamados de su teléfono celular. El encuentro casual con Emma deriva en una sesión de masajes y posterior trago en un bar, pasos previos de una primera vez en la intimidad. Que no será tan así, a pesar de esa foto que Teo le muestra a su compañero de trabajo como si se tratara de un trofeo de caza: la película le revelará al espectador, algunos minutos más tarde que, alcohol o inhibiciones de por medio, “la cosa” no terminó de funcionar correctamente. Es en esos pequeños detalles del uso del fuera de campo, en la deriva no del todo funcional a la idea de romance cinematográfico de la primera parte del film, que L’amore con te encuentra sus virtudes. La gran interpretación de Golino, perfecta como una mujer ciega fuerte y decidida que, sin embargo, no logra esconder varias fragilidades, sirve de apoyo esencial a una trama que, en su porción temprana, prefiere una estructura de viñetas descriptivas al concepto de progresión dramática de hierro.
Más tarde, cuando la amistad con beneficios comienza a entrar en terrenos emocionales más ligados a la atracción, el deseo y eso que suele llamarse amor, la trama comienza a tropezar con la obsesión por el romance trunco de manual: las confusiones, mentiras, defraudaciones y frustraciones derivadas de la idea del triángulo amoroso. Al tiempo que las zonas erróneas de Teo –quien mantiene una relación distante con su familia, al punto de no participar en los funerales de su padrastro– son expuestas a flor de piel durante el tercer acto. Punto para Emma, que en más de una ocasión llama al caballero stronzo, con absoluta justeza, aunque parece siempre dispuesta a comprender y quizá perdonar sus ofensas. Por cierto, los personajes secundarios están construidos de manera conveniente: la novia de Teo no es un mal bicho, pero nunca logra generar la simpatía total del espectador, al tiempo que la mejor amiga de Emma –una mujer con severa hiposivisión– es heredera de la vieja tradición del “alivio cómico”. Y así se llega al cierre con papel de regalo y moño, más atento a las convenciones del final feliz que a las contradicciones y asperezas de dos personajes que sólo podrían ser capaces de complementarse a la perfección en alguna publicidad craneada por la agencia de Teo.