PáginaI12 En Estados Unidos

Desde Nueva York

La era del desarme ha concluído. Después de 30 años de esfuerzos globales por reducir los arsenales nucleares en un intento de disminuir las chances de una conflagración que acabara, virtualmente, con la vida en todo el planeta, el 2017 comienza con un panorama diferente: la retórica reciente del presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, y del mandatario ruso Vladimir Putin, dejó en claro que las armas de destrucción masiva vuelven a estar en la mesa de discusión entre las grandes potencias, como nunca desde la Cumbre de Reykjavic entre Ronald Reagan y Michail Gorbachov, en 1986. 

La incertidumbre que se adueñó del panorama geopolítico en los últimos meses se vio reflejada también en la decisión de China de aumentar sus capacidades militares no convencionales; Corea del Norte sigue engrosando su polvorín y una futura suspensión de los acuerdos entre Washington y Teherán podría volver a poner a Irán en la carrera. Incluso Alemania y Japón podrían construir una bomba atómica en pocos meses si se lo propusieran (y pronto podría haber suficientes incentivos para que se lo propongan).  Según los expertos, el mundo se está adentrando en un escenario potencialmente más riesgoso que los momentos más álgidos de la Guerra Fría.

Estados Unidos “debe fortalecer y expandir su capacidad nuclear hasta que llegue el momento en el que el mundo entre en sentido en lo que refiere a armas atómicas”, tuiteó Trump en los últimos días del año pasado. Luego, en un diálogo off-the-record con una periodista de tevé, agregó: “Que haya una carrera nuclear. Los superaremos en todos los aspectos y venceremos”. Esta postura, inédita para un mandatario norteamericano en el último cuarto de siglo, no sorprende tanto en la boca de Trump, que ya durante la campaña había hablado sobre aumentar la capacidad nuclear de Estados Unidos.

“¿Si no para qué tenemos armas nucleares? ¿Para qué las construimos?”, dijo el entonces candidato republicano en una entrevista en agosto del año pasado, consultado sobre la posibilidad de que ordene un ataque de este tipo. “Hay que ser impredecible”, agregó. Incluso, llegó a decir que países que hoy en día no poseen esa tecnología, como Corea del Sur y Japón, deberían desarrollarla para poder defenderse “por si mismos” de otras potencias nucleares en la zona, como China, Corea del Norte y Rusia, y no depender de la protección de Washington.

Lo cierto es que en los últimos años, durante la administración Obama, Estados Unidos ha llevado a cabo una política de desarme nuclear unilateral por la cual hoy Washington cuenta con un arsenal más pequeño y más antiguo que Moscú, donde Putin lleva una década y media renovando y reforzando la capacidad nuclear. El líder ruso, en un discurso de fin de año, dijo que buscaba “mejorar la capacidad de las fuerzas nucleares estratégicas, principalmente fortaleciendo los sistemas de misiles para garantizar que puedan penetrar cualquier defensa actual o futura”.

Si bien la escalada en las relaciones entre las dos potencias del último mes probablemente llegue a una pacificación, al menos en el corto plazo, tras la asunción de Trump, que ayer volvió a manifestar en las redes sociales que “tener una buena relación con Rusia es algo bueno, no malo”, la decisión de ambas potencias de fortalecerse en el aspecto nuclear tendrá seguramente consecuencias en el resto del mundo, que, con contadas excepciones, durante los últimos treinta años había acompañado el desarme establecido por las principales potencias.

El estado más activo actualmente en ese sentido, y que durante los últimos años viene desarrollando y agrandando un arsenal nuclear, es Corea del Norte, que en los primeros días del año probó un sistema de misiles balísticos intercontinentales (ICBM) con el que en cuestión de años estará en capacidad de alcanzar con sus cabezas atómicas la costa oeste de los Estados Unidos. China, por su parte, viene desde hace años fortaleciendo su capacidad en cuanto a armas no convencionales, al igual que todo su aparato militar, para estar a la altura de su nuevo status de superpotencia. 

Japón, el único país que sufrió bombardeos nucleares en la historia, tiene la no-proliferación nuclear como principio constitucional, pero en los últimos años hubo algunas fuerzas políticas y referentes que por primera vez debatieron este tema en público. En caso que decidiera armarse, y debido a la tecnología que maneja ese país en otros usos de la energía atómica, tardaría pocos meses en general un arsenal considerable. 

La situación en Europa es particular: luego del Brexit, abandonó el espacio común una de las dos potencias nucleares de la Unión Europea. En caso de que Francia, triunfo de Marine Le Pen en los comicios de este año mediante, siga los mismo pasos, la UE dejaría de tener un arsenal atómico propio. Ante esa perspectiva, y con la solidez de la OTAN en duda ante el acercamiento Trump - Putin, Alemania, otro estado que decidió voluntariamente abstenerse de construir este tipo de armamento, podría revertir esa política histórica.

La proliferación nuclear en la época de la telecomunicaciones globales trae aparejado otro problema: la posibilidad de que más países, o incluso grupos irregulares, adquieran en el mercado negro acceso a esta tecnología.