• Alberto Díaz (editor de Piglia en Siglo XXI y Seix Barral): “Lo conocí en 1974, cuando trabajaba en Siglo XXI y le publicamos Nombre falso, que apareció en 1975. Ya había publicado La invasión en Jorge Alvarez, su primer libro de cuentos. Ese libro fue un acontecimiento para la época. Ricardo fue un autor muy afortunado, porque sus primeros libros fueron muy comentados e influyentes. Nombre falso lo posiciona en la escena porque reivindica la prosa y visión de Roberto Arlt, cambiando la visión que había de Arlt dentro del canon argentino. Luego, Respiración artificial, su primera novela, lo confirma como el gran escritor argentino. Su condición de historiador, esa formación universitaria, tiene fuerte presencia en su obra. No sólo porque en Respiración… aparece la historia, sino porque Ricardo cultivó un estilo narrativo muy preciso y cuidadoso de las cronologías. Es uno de los más grandes escritores que hemos tenido, y uno de los ensayistas y críticos argentinos más lúcidos. Sus libros de ensayo son brillantes, era un género en el que se sentía muy seguro. Tuve la suerte, ya en Seix Barral, de publicarle toda su obra, hasta hace unos años que pasó a Anagrama. En los últimos tiempos, tal vez producto de su enfermedad, tuvo la valentía de publicar más seguido: le costaba soltar los textos porque corregía mucho, podía tardar años en publicar antiguas narraciones. Pero en el último tiempo, en menos de tres años publicó Blanco Nocturno (2010) y El camino de Ida (2013), dos novelas consecutivas teniendo en cuenta que la anterior había sido Plata quemada en 1997. El dolor de su partida hace mella en dos aspectos: en lo personal, porque siento que se fue un amigo; y en el mundo de las letras, porque es una pérdida importantísima no sólo para la literatura argentina sino para toda la literatura en lengua castellana. Deja un gran vacío en la cultura.”
  • Marcelo Piñeyro (director y adaptador –junto a Marcelo Figueras– de Plata quemada): “Es el escritor contemporáneo argentino más importante. Su estilo narrativo, su mirada y reflexión sobre el mundo, y el reconocimiento que alcanzó… Es una pérdida enorme. Lo admiraba por su obra antes de conocerlo. Cuando surgió la posibilidad de llevar al cine Plata quemada, ni bien Oscar Kramer me ofreció el proyecto, acepté la propuesta con una condición: que tuviera el aval de Piglia. ¡No quería entrar en conflicto con alguien a quien admiraba! Tuvimos una reunión muy larga en la que le expuse mi primera mirada sobre la adaptación. A Ricardo le pareció fantástico que no fuera la mirada más obvia. Lo único que me dijo fue que su mirada estaba en la novela, por lo que no me preocupara porque la película iba a tener la mía. Me dijo que trabajara con libertad, que no se iba a meter y que si quería le mandara algunos textos. Esas palabras fueron aliviadoras. Hubo como diez versiones del guión, y cada una se lo llevé a Piglia. Nos hacía una devolución, algunas sugerencias, pero siempre nos aclaraba que sus comentarios los hacía como un amigo y no como el autor. Tenía una mirada muy lúcida sobre todo. ¡De hecho, nos pasó de entender lo que habíamos escrito nosotros gracias a las devoluciones de Ricardo! Cada charla con él, en cualquier formato, era sumamente enriquecedora.