“Esta chica, Johana Ramallo. Ella intentaba reconstruirse. Estuvo tan cerca de poder avanzar…” Zulema Iriarte lanza nombres escogidos, los piensa con el ceño fruncido y los expande al aire de sus compañeras en una mateada que se estira hasta la noche por los borbotones de palabras urgentes y una nueva sororidad que empezaron a tejer. Isabel Almada, Isa, La Coca, ríe. “Ay, sororidad, cuánto feminismo nos falta recorrer”, como si las décadas de trabajo territorial con mujeres y niñas víctimas de violencia no fueran suficiente formación capaz de mover de un soplo cualquier biblioteca. La ronda va armando un vaivén de asentimientos en la mención de Johana, a un año de su desaparición a manos de una red de trata en el cruce de 1 y 63 en La Plata, esquina donde estrechan lazos proxenetas, tratantes y policías bonaerenses. “Esa gente de mierda que se dedica a robarnos a nuestras hijas” suele repetir su madre, Marta, que dejó de trabajar en el programa Ellas Hacen para buscarla. Habían ingresado juntas después de la inundación trágica de 2013 hasta un mes y medio antes que Johana desapareciera. No le coincidían los horarios con la escuela de su hija y ya nada alcanzaba para el sustento. “Aun así fueron años de fortalecimiento y creo que hasta de alegría, porque de esos entramados lograbas salir diferente”, asegura Teresa Medina, parte de ese círculo de operadoras sociales en prevención de las violencias y promoción de la equidad de género diplomadas en 2015 por la articulación del Ministerio de Desarrollo Social, el entonces Consejo Nacional de las Mujeres y la Universidad de La Plata, que dieron talleres a las beneficiarias del EH y también acompañamiento, contención y asesoramiento a las víctimas. Hasta el vértice en picada de diciembre de ese año, cuando el nuevo paradigma del Gobierno nacional vació de sentido social, comunitario y de recursos las construcciones que lograron las propias mujeres desde sus trayectorias y sus experiencias cooperativas. La mutación de Argentina Trabaja, Ellas Hacen y Desde el barrio en el programa Hacemos Futuro desactivó una construcción colectiva para desarticular la organización social. “Nos quitaron nuestros espacios de asistencia como operadoras y nos mandaron a casa hacer cursos que no tienen que ver con nuestra especialización”, lamenta Zulema. “Hoy nos niegan reconocimiento técnico y económico, invisibilizan el valor de la red que desplegamos en todo el país, pero las mujeres, trans, adolescentes y niñes nos siguen buscando porque no encuentran eco a sus reclamos en las oficinas que atienden la problemática ni en los ámbitos judiciales carentes de perspectiva de género.”
AHORA OVARIOS
Creado en 2013 durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, Ellas Hacen estaba destinado a 100.000 mujeres de sectores vulnerables de casi todas las provincias del país, que atravesaban situaciones de violencia de género con sus parejas o ex parejas, cobraban la Asignación Universal por Hijo, eran madres de tres hijxs o más, o de hijx con discapacidad. Se nucleaban en cooperativas de trabajo y realizaban actividades de formación integral y educativa –canalizadas en diplomaturas o el Plan FINES– para recibir una transferencia de ingresos, con la particularidad de que los espacios de formación fueron pensados con lógica colectiva, de producción social, asociativismo y prevención de las violencias de género. El programa ofrecía una formación vinculada con la salida laboral sobre todo en construcción, plomería y carpintería que permitió a esas cooperativas de mujeres la construcción de sus propias casas.
Si bien las transferencias individuales se mantuvieron en los primeros años de la gestión Cambiemos, se paralizaron todas las actividades vinculadas con el entramado comunitario y colectivo. Lo advierten las investigadoras Pilar Arcidiácono y Angeles Bermúdez en el trabajo “Cambiemos disolvió la concepción colectiva del Ellas Hacen” publicado en la columna Megáfono de este suplemento. “Se consolidó la dimensión de la transferencia de ingresos acompañada por la exigencia de capacitaciones individuales cuyos contenidos adquieren ribetes ‘new age’ y promueven el fortalecimiento de las ‘habilidades socio-emocionales’, vinculadas con la perseverancia en el seguimiento de metas y con fuerte inspiración en organismos internacionales de crédito. Se desdibujó la presencia de aquellos espacios de gestión institucional del Ministerio en el territorio, que eran centrales en la identificación de situaciones de violencia y la articulación de recursos para su tratamiento y en el armado de actividades según las necesidades de las mujeres. En su lugar Anses absorbe responsabilidades.” También se disolvieron los dispositivos territoriales de equipos interdisciplinarios en cada distrito que garantizaban el vínculo cotidiano con las cooperativistas, el crecimiento de los Centros de Atención Local (CAL), y volaron por los aires las herramientas que posibilitaban estrategias de cuidados.
“Era hermosa la práctica de ese proceso colectivo porque entre todas estábamos habitando el mundo con autonomía”, explica Isabel en uno de los espacios de reunión de ATE Capital, donde articulan acciones colaborativas en conjunto. “Salimos de las cuatro paredes, nos capacitamos y ayudamos a salir a otras para tejer redes de autodefensa en el barrio. Nos sacudimos el miedo y el dolor, dejamos de ser buenas y sumisas, y llevamos ese poder con nosotras cada 3 de junio en las movilizaciones de Ni Una Menos y al histórico Encuentro Nacional de Mujeres en Rosario.”
–Empoderamos a muchas que ya no sentían ni el cuerpo, de tanta violencia -acota Alejandra.
–Hicimos pedagogía de género en comisarías y juzgados –agrega Teresa.
–Escrachamos, denunciamos y echamos de los barrios a los violentos –dice Isabel.
–Somos la pesadilla de los golpeadores, promete Zulema.
¿Qué creen que se perdió?
–El empoderamiento que podíamos transferir desde las políticas públicas como operadoras y que hoy no pueden hacerlo funcionarios ni Ong´s. Las mujeres y sus hijas habían empezado a denunciar las violencias y tenían recursos económicos para poder irse si los tipos les decían ‘tomatelas’. Agarraban todo y se iban a la casa de una vecina, a una pensión, a pasar unos días con alguna de nosotras hasta que se asentaran en un lugar propio. Con Hacemos Futuro eso no está más, pese a que nuclea a 260.000 personas, un 70 por ciento mujeres. Las que trabajamos nos convertimos en estudiantes que a la tercera falta quedamos fuera, y a las cooperativas les quitaron la posibilidad como espacios integradores y organizativos. Pero somos referentes contra la desintegración y el individualismo que quieren imponernos. Nosotras vamos a salir adelante si nos unimos, solas no podemos.
ATREVIDAS POR COSTUMBRE
Dos mujeres y una comisaría. La movilización realizada ayer desde 1 y 63 hasta la Gobernación bonaerense denunció la falta de respuestas de María Eugenia Vidal por la desaparición de Johana. “El Estado es responsable” consigna una de las banderas en relieve frente a la comisaría 9ª, sospechada de complicidad. La naturalización de la violencia y el descarte de los cuerpos parecen concretarse de muchas formas. La militante Manuela Hoya, que acompaña a unas 700 mujeres del Ellas Hacen que reclaman por las viviendas construidas, dijo a este diario que “lo que más preocupa es que sea una mujer, la ministra de Desarrollo Social (Carolina Stanley), la que está clausurando la posibilidad de que estas mujeres puedan realizarse no sólo profesionalmente sino a nivel familiar, tener sus casas, su trabajo y poder pensar en tener un futuro mejor”.
Del “Informe del registro de femicidios de la Justicia Argentina”, de la Corte Suprema, surge que cada 35 horas muere una mujer. El 93 por ciento de los imputados/sindicados incluidos en las causas judiciales de todo el país eran varones con quienes las víctimas tenían un vínculo o conocimiento previo. Casi en el 60 por ciento de los casos eran parejas y ex parejas. El 80 por ciento de los femicidios fueron cometidos en espacios privados, y en el 71 por ciento de los casos en las viviendas de las víctimas. “Son datos cruciales para entender la especificidad de la violencia de género y en ese sentido no es casual que nuestra Diplomatura se haya desarrollado en el contexto de la primera movilización Ni Una Menos”, sostiene otra de las operadoras, Karina Cavallero. “Antes teníamos la cobertura de los programas de género que había en cada distrito. En algún momento del mes nos reuníamos y venía gente de todas las provincias a las mesas locales. Eso no sucede más, no hay redes porque se unificó todo. Cada distrito tiene su programa, su mesa local y no puede intervenir ninguna compañera de otro municipio. El caso es que tampoco dan respuestas.”
“Ahora somos Géneros en Lucha”, guiñan Alejandra Viera y Paulina Causso Alcántara. De Claypole a la Casa de la Cultura en barracas, quieren armar organización junto con el resto de sus compañeras sin patrones ni instituciones que desalienten la chance de ayudar a otras mujeres a vivir sin la mochila de un estado de alerta permanente. Conocen los grados del daño porque sufrieron violencias sobre sus propios cuerpos y los de sus hijos o hijas. Zulema evoca al violento que le pegaba adrede en zonas que le avergonzaba mostrar a los médicos legistas cada vez que lo denunciaba. Alejandra luchó para que su hija Florencia pudiera alejarse del violento que casi las mata a ella y a su niña de tres años. Paulina llora. Recuerda que su ingreso al Ellas Hacen y la Diplomatura es contemporáneo a las quemaduras que sufrió su hija en el cuerpo. “Fue un accidente”, dice. Paola retoma el hilo, porque los hombres, empezando por su padre violento, siempre quisieron abusar de ella. Pero sabe de autodefensa. Teresa logró separarse al cabo de treinta años de matrimonio y se despojó de una violencia machista “que no siempre es física pero que marca para toda la vida”. Karina descubrió los signos de la violencia en los ojos abatidos de su madre. A Isabel la abusaron. Era chica, 5 años. A los 18 fue violada. Creció entre conflictos familiares, sufrió violencia obstétrica aun cuando a la vista de la médica que la maltrató su cuerpo era un mapa de los tormentos y tuvo hijos con un hombre que llegó a descerrajarle varios tiros. “Pero yo volvía”, confiesa.
¿Por qué?
–Porque ni las instituciones ni la Justicia estuvieron para asistirme. Volví porque también iba en juego la vida de mi madre, de mis hijos, mi hermana, mi sobrina. Por eso nunca debemos juzgar a las otras que vuelven. ¿Y adónde quieren que vayan si no tienen la fortaleza ni los recursos? Nos dicen que una familia necesita 20.000 pesos para no ser pobre cuando hay mujeres que no tienen ni para cargar la SUBE. Creo que todas estas cosas nos fueron impulsando hacia Géneros en Lucha en un armado colectivo. Hasta hoy, cada una en soledad acompañamos a las mujeres de nuestros barrios y a sus hijxs, orientándolas adonde reclamar o capacitarse para poder trabajar y juntar un dinero que les permita salir del sometimiento. No sé por cuánto tiempo, no podemos seguir mucho tiempo más haciendo todo a pulmón.
Karina: Ponemos nuestros propios recursos de sostén porque la violencia intrafamiliar y de género sigue y aumenta. Perdimos el contacto diario con las titulares de los programas sociales pero los casos nos siguen llegando y trabajamos con ellas en lugares prestados, sin recibir ningún reconocimiento económico a cambio. Aunque existen oficinas nuevas que atienden la problemática, las víctimas nos buscan porque no encuentran eco a sus reclamos. En los espacios no siempre hay personal capacitado con perspectiva de género y falta mucho camino por recorrer hasta que se logre la implementación efectiva de la Ley 26.485 -de Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales-.
Alejandra: Queremos que se visibilice y se dé valor a nuestro trabajo, comprometer al Ministerio de Desarrollo Social para que sumen capacitaciones sobre la temática y podamos realizar una tecnicatura en género. Somos mujeres con enorme experiencia en atención a las víctimas, brindamos contención, hasta ponemos plata de nuestro bolsillo para pagar el transporte a los tribunales de aquellas que habiendo escapado de sus hogares se encontraban en la calle sin un centavo. Queremos que nos tengan en cuenta. Y sabemos que el panorama es incierto: nos alarma el desmantelamiento de la Línea 144 en provincia de Buenos Aires, con el 90 por ciento de sus trabajadoras precarizadas.
Paola: Es notorio cómo nos van excluyendo de a poco de los mismos espacios donde desarrollábamos nuestras prácticas. Sabemos que intentan disciplinar a lxs trabajadorxs y a las personas que realizamos tareas específicas con perspectiva de género y de derechos humanos, pero estamos dispuestas al diálogo. En resistencia y aunque nos acusen de feministas, como lo vienen haciendo en estos últimos meses.
Alejandra: Por ejemplo, en Almirante Brown funciona la Unidad de Fortalecimiento Familiar (UFF). Es una red de asistencia que hace un trabajo extraordinario pero no da abasto con violencia de género porque el distrito es grande: Claypole, Don Orione, Burzaco, Adrogué, Rafael Calzada, Mármol, Longchamp. Hace falta más operadoras en prevención. Una mujer muere cada 30 horas por ser mujer y la violencia machista no da tregua. Tenemos que diseñar juntas las estrategias para habitar nuestros territorios como queramos y para empoderarnos como personas libres y autónomas, con derecho a vivir una vida libre de violencias.
Los nombres vuelven a precipitarse sobre la mesa. La condena reciente de Daniel Lagostena a veintidós años de prisión por el femicidio de Erica Soriano se abre en debate con la prisión perpetua de Nahir Galarza. Surge un fallo emblemático de 2012, cuando el Tribunal Oral en lo Criminal N° 1 de Lomas de Zamora condenó por homicidio simple a los victimarios de Roxana Núñez. “Son avances y retrocesos, pero siempre estamos hablando de identidades en conflicto y de cuerpos de mujeres lacerados y desaparecidos”, insiste Zulema. “Es terrible el abandono en que nos encontramos las de todas las franjas sociales. Víctimas que nunca se sentaron en un bar a tomar una gaseosa. Jóvenes que todos los días salen llorando de sus casas. El violento es un semáforo en rojo. No lo cambiás. Un día, una comisaria de Ezeiza nos dijo “chicas, cuando el violento te dice que te va a matar, lo va a hacer. Ustedes les tienen que pasar esa información a las víctimas”.
Alguna recuerda a la Comisión Adrogué de la Diplomatura de operadoras sociales en prevención de las violencias, y los relatos sobre las transformaciones que experimentaron en la piel a medida que recobraban la sensación de volver a estar seguras. Dora ya no dejaba que le dieran órdenes. El médico le había sacado las pastillas y le bajó la presión a la mitad. “Ahora hablo más fuerte”, avisaba. Moni entrecruzaba los brazos cada vez que describía cómo se le iba yendo la angustia del pecho. Liliana mostraba cómo se le había transformado la cara. A todas les arrancaba una carcajada la idea de gozar. “Es fundamental y sobre todo urgente hablar del cuerpo –escribieron en un manifiesto colectivo–, porque todo lo que le pasa a una mujer pobre en la vida le pasa por el cuerpo, desde sentir hambre, tener un mal trabajo, el parto, la violencia, una violación, un aborto, la falta de placer. No sólo las pensamos, las vivimos en el cuerpo. La revolución no sólo es política y social: tiene que pasar por mi cuerpo.”
En una plenaria reciente de la Comisión de Inclusión y Desarrollo Social del Instituto Patria, la ex directora nacional de Formación de Cooperativas del Ellas Hacen, Iris Pezzarini, remarcó que el logro principal del programa fue que el Estado reconoció las luchas de uno de los sectores más postergados, las mujeres. “Las convocó a recuperar sus voces, a levantar sus miradas, a reconocerse en otras y a compartir espacios colectivos de confianza y aprendizaje mutuo. Fue relevante cómo el Estado vio esa necesidad que estuvo latente durante décadas en esas mujeres y creó la herramienta del programa, pero más revolucionario aún fue el modo en que ellas se hicieron cargo activamente, asumiendo como derecho propio el compromiso del espacio social que iban reconociendo.” Pezzarini, que trabajó junto con Vero Marzano poniendo hombros y voces a esos espacios de compromiso compartido, concluyó que “fue una política pública que se responsabilizaba de ser provocadora pero también soporte, sostén y promoción de las mujeres, un grupo social históricamente castigado y postergado, pero que lejos de victimizarse demandaba y exigía más política. Las mujeres del programa Ellas Hacen producían movimiento, cuestionaban y con eso comenzaban a desnaturalizar zonas cristalizadas de las relaciones de poder y del patriarcado estatal.”
Teresa lo dijo al comienzo, perdida en el barullo de los saludos. “Somos ese movimiento que derriba muros.” Menuda frase. Es noche ya, pero no se despide hasta dejarlo claro. “Cientos de casos que vemos en los medios de comunicación nos marcan una realidad que exige actuar. Si el objetivo de Hacemos Futuro es brindar a los titulares de programas sociales una mejora de su perfil laboral, ¿por qué no tomarnos en cuenta nuestro trabajo si hace décadas nos desempeñamos como referentes barriales? Por más cambio, ajuste, achique del Estado, hay instancias que el Gobierno no puede desestimar, porque en el caso de violencia de género estamos hablando de la diferencia entre la vida y la muerte.”