No es que una, como marica, se crea hoy en día cuestión de Estado. Que el reciente giro macriano contra la separación de las Fuerzas Armadas de las tareas de seguridad interior -fervoroso consenso de la democracia- tenga entre sus objetivos a la población lgtbi. Pasaron ya demasiados eclipses de luna desde la última dictadura, cuando los que marchábamos por un desvío hacia nuestra Sodoma imaginaria -o portátil, creación semántica esta de María Moreno- éramos considerados subversivos, junto con los guerrilleros, las feministas, las que abortaban, los fumones, los sindicalistas, los artistas de izquierda y los hippies pacifistas. Eran otros tiempos, y el regreso de lo siniestro, ahora, puede ser cataclismo equivalente, pero el universo de sujetos contra los cuales apuntar el fusil ya no nos incluye en igual medida como peligro social. Al menos, no por la mera práctica de la sexualidad. Hace ya varios años que la franja ABC1 del catastro lgtbi ocupa las góndolas de las subjetividades dóciles al capitalismo tardío y, cuantas más subdivisiones y asimilaciones se produzcan, más se nos vende.
El verdadero enemigo interno del neoliberalismo es la existencia de una conciencia social transversal, aquella que contiene en sí la humillación de todos los débiles en la propia y singular experiencia cotidiana, o en la memoria que nos llega de nuestros antecesores, aquellos que soñaban con el derrumbe del par histórico opresor-oprimido, contra todos los órdenes heredados. En ese conglomerado participaba el antiguo Frente de Liberación Homosexual.
¿Volveremos a ser perseguidos? Solo quienes sobreviven fuera del modelo de acumulación de subjetividades y bienes de consumo, y se rebelan, seguramente lo serán, porque la distancia entre la rebelión anti k de Barrio Norte y la que desata la miseria en Ezpeleta es la misma que subyace en esta época entre el amigo y el enemigo interno. Desde ya que la división entre inclusión y exclusión que planteo no es ninguna novedad, pero sí lo es que cuando se habla de las sexualidades normativas y las disidentes, porque pareciera que poco aporta al catálogo en uso quien pretende preservar una alcoba tradicional. Y en el caso de los que disienten, ya no importa con qué o contra quién, sino si joden el paisaje urbano reciclado, como las travestis. El imperativo neoliberal por excelencia nos exige gozar, a lo bacán (si se tiene con qué), y a lo Lacan (una obligación que para el nuevo sujeto narcisista de la época produce más angustia que placer).
La dictadura del neoliberalismo ya no precisa de botas mojigatas. Si en la cúpula militar de los años setenta se pensaban estrategias de geopolítica económica y territorial (todas por entonces destinadas en Argentina al fracaso), acordes a la pedagogía de mercado de Milton Friedman y a los planes delirantes contra Chile o con Malvinas, quienes se ocupaban de instalar acá la Ciudad de Dios y la vigilancia de los anos impartían directrices a las brigadas policiales de moralidad, que ya no existen. Los edictos policiales anti homosexuales de entonces son hoy el recuerdo de una humillación, cuando se repiten semana a semana las cargas hidrantes en las calles sublevadas por las protestas transversales, y suena algún disparo por la espalda o un cuerpo cae al río correntoso, si el que se para de mano contra el estado de las cosas o contra el estado de su vida lo hace sin la compañía necesaria.
Como si estuviésemos ante el anuncio de la segunda parte de una película de Costa Gavras, en versión HD, ha cambiado la tecnología con la que se fabrican las violencias. El concepto de emancipación, sin embargo, resuena desde el pasado en las condiciones del presente, cuando la democracia es como una sábana demasiado corta que ni alcanza a cubrir lo que resta de las libertades.