”De todos los bienes que se procura la sabiduría para que la vida sea feliz, el mayor es la amistad”. Sentencias, Epicuro.

El 20 de julio de 1969, hace 49 años, un hombre pisó la Luna por primera vez. Ese día Enrique Ernesto Febbraro, argentino, odontólogo, músico y profesor de psicología, filosofía e historia tuvo una idea repentina: conectarse con el resto del mundo a través del envío de cartas. La nave Apolo 11 todavía estaba en órbita cuando decidió enviar 1.000 mensajes. Todos a diferentes personas de diversos países. La respuesta no tardó en llegar: 700 individuos le respondieron su misiva y, de esta forma, quedó instalada esta fecha.

Don Epicuro, allá por el año 323 a.C, alentaba a sus seguidores a disfrutar de la felicidad basándose en los vínculos de la amistad. Había nacido en el año 341 a.C. Creía que las personas no debían esperar de la divinidad premios o castigos sino que debían apoyarse en sus propias fuerzas.

Pero, según su pensamiento, el poder de los sujetos se acrecienta cuando se une a sus semejantes para tener una vida agradable y serena.

Escribió más de trescientos papiros, algunos sobrevivieron a la erupción del Vesubio (79d.C) y aún hoy se sigue intentando recuperar sus textos. Son famosas sus cartas, en las que exponía su doctrina.

Como el título lo anticipa quiero contarles a los que me leen cómo y donde ponía en práctica su filosofía. Con 35 años se asienta en Atenas, donde funda su escuela: el Jardín y pasará allí casi todo el resto de su vida.

Este lugar no era, como su nombre lo define, un jardín con plantas y flores sino que albergaba un huerto que permitía el autoabastecimiento de los miembros de la escuela. En esa escuela había dos espacios definidos: el Jardín y la casa donde se elaboraban los textos filosóficos.

Epicuro proponía el cultivo de árboles y otras plantas pero fundamentalmente que se labrara la mente y el espíritu humano a través de la palabra y el análisis, contando siempre con el sostén de amigos y amigas. Y digo amigas porque a pesar de que la Grecia antigua era una sociedad patriarcal, donde las mujeres no alcanzaban el status de ciudadanas y eran consideradas iguales que los esclavos y los niños, este filósofo fue un innovador de las tradiciones.

Friedrich Nietzche encontró una imagen que ilustraba muy bien la doctrina epicúrea al indicar que “un pequeño jardín, higos, un poco de queso y además tres o cuatro amigos, esta fue la opulencia de Epicuro”. Esta imagen representa una escena de simpleza, humildad y bienestar. Ser epicúreo implicaba ser templado, tener una existencia simple, porque la felicidad es siempre de este mundo y se saborea en compañía de los amigos.

Viajando en el tiempo, y ya en el aquí y el ahora, circula en las redes sociales un proyecto de transcurrir la vejez con amigos y amigas bajo un mismo techo. Que no sería lo mismo que un geriátrico en el que imagino también se puede hacer vínculos de amistad con los residentes del lugar.

Parece que este filósofo fue un visionario de algo que en realidad existió desde que el hombre comenzó su vida en este planeta.

Analizándolo desde el lugar de la antropología,  Tzvetan Todorov en su ensayo “La vida en común”, en el que la filosofía se acerca al psicoanálisis, demuestra que el ser humano aspira al reconocimiento y que su ser, incluso en soledad, está hecho de encuentros con los otros. A pesar de que concluye diciendo que la vida en común solo garantiza una felicidad endeble, dice en varias de sus páginas que toda coexistencia es un reconocimiento.

Habla de dos formas de reconocimiento: el de conformidad y el de distinción. El primero de ellos se asocia más a la infancia y a la edad madura. Tanto una etapa como la otra se consideran satisfechos cuando pueden matizar su conversación con apropiadas y cuando prueban su pertenencia  indefectible al grupo.

Y por allí merodea la amistad. Aparece de muchas maneras. Como la de esos amigos que uno ve pocas veces al año pero sabe que puede contar con ellos, la de la llamada en plena madrugada con el llanto a flor de labios, queriendo ser escuchado, la de los cafés o los mates, de las risas cómplices, la guardadora de secretos que no se pueden compartir más que con el amigo, la del consejo en el momento justo, la del abrazo cuando más se lo necesita.

Febbraro murió el 4 de noviembre de 2008. En su última entrevista, dada al diario La Voz del Interior, aseguró que "la amistad es la virtud más sobresaliente porque es desinteresada de todas maneras". Uno más de los pensamientos que estimulan a acercarse a los amigos con todo nuestro ser.