Por qué se escribe un cuento. El reflexivo se intriga. Podría preguntarme, mejor: por qué escribo un cuento. O más precisamente: por qué escribí este cuento y no otro. Tal vez la pregunta, replanteada, debería ser: por qué escribir. Así como la pregunta puede ser replanteada también las respuestas posibles podrían serlo. Y por más inteligentes que puedan parecer no creo que vayan a dar en el clavo. Las razones que un escritor puede dar acerca de por qué escribe esta o aquella historia suelen ser misteriosas. Una respuesta sencilla, y que lo exime de responsabilidad, es que la historia le pidió ser escrita. No si es cierta o es falsa. Había, hay algo en esa trama que le exigía ser. Una necesidad, digamos. Lo de la necesidad también puede ser relativo. Nadie está esperando esa historia, así que la necesidad pasa a un segundo plano, o un tercero. Tal vez ni siquiera es relevante la existencia de un probable lector. Uno es el que necesita contarla. Y probarse algo que no sabe con certeza qué es. Estaba una noche de invierno en el bar de la terminal Retiro. Dos mujeres esperaban en una mesa. Llovía torrencialmente.  Las dos, a pesar de una leve diferencia de edad, eran muy parecidas, casi iguales. Podían ser hermanas, pero no. Hablaban poco. Entre ellas el silencio era un alambrado de púas. Un parlante anunció la partida de un micro a la costa. Las dos mujeres abandonaron la mesa, caminaron hacia las dársenas, se apuraron en la tormenta, subieron a un micro. No supe más de ellas. Como las diferencias de género me resultan una curiosidad a veces antropológica, me pregunté cómo sería ser ellas. Al rato las cuestiones de género me importaban menos que una cuestión mayor, una cuestión que las comprendía, las relaciones de poder. Quienes oprimen y quienes padecen la opresión. Más que a dónde iban, al rato me preocupaba a dónde serían capaces de llegar. Ese viaje me interesaba. Y ya no me importaba - y a ustedes, seguramente, les importa menos - por qué escribí un cuento con esas dos. “Women, shit”, the tall convict said, termina William Faukner Wild Palms.  No daré más vueltas. El cuento está en “Cuando temblamos”, mi último libro.