“Ahora te puedo decir que me gusta el tango, pero cuando empecé este proyecto no era realmente por el género, sino por Rovira: su música me fascinó”, explica el contrabajista Ariel Eberstein al desandar la historia que derivó en el flamante Eduardo Rovira: la otra vanguardia. Ese disco será el que presentará junto al quinteto Sónico hoy a las 21 en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 772), y el que llevará luego por Rosario, La Plata y Córdoba, antes de despedirse con una última presentación en agosto, en el Festival de Tango de Buenos Aires. Lo de Sónico en el Festival, además, suma la particularidad de tratarse de la primera formación de origen belga que se presenta en ese escenario. Porque aunque Eberstein nació en la Argentina, completó su formación como músico clásico en Europa y reside en Bruselas. Y pese a la distancia, asegura que no hubo ningún tironeo sentimental ni nostálgico en su acercamiento al tango. “No fue una crisis personal tanto como profesional: me había agotado tocar exclusivamente en orquestas y necesitaba nuevos horizontes”, recuerda.
De visita en el país, Eberstein dispara nombres de colegas que lo fascinan y destaca el momento que atraviesa el tango. Se entusiasma con el inminente FA CAFF y cuenta que quiere llevar el formato del festival Nuevo Baires Tango (de tango académico y de vanguardia) a Bélgica. “Para mí, la gran diferencia entre la Argentina y Europa es que allá tenés magníficos intérpretes, pero la creatividad pasa por ahí y no tanto por lo compositivo. Entiendo que la gente no se entere de lo que está pasando acá, pero para mí es alucinante”, confiesa.
A la obra de Rovira, en tanto, llegó medio de casualidad. Por querer ayudar a un amigo músico callejero a consolidar un proyecto, se puso a buscar partituras y se encontró con una del bandoneonista para la formación que tenían en ese momento: violín, guitarra, bandoneón y su contrabajo. El descubrimiento partió al medio el derrotero musical de Eberstein. Ahora, cuenta, vive a la caza de nuevas partituras de Rovira (una buena cantidad se perdieron con la gran inundación a La Plata, hace algunos años, así que hay que rastrearlas en bibliotecas y colecciones particulares) y profundiza en su obra. Algunos de los músicos de ese proyecto, como el violinista Stephen Meyer y el bandoneonista Lysandre Donoso siguen con él. Y se sumaron la pianista Anke Steenbeke y el guitarrista Patrick de Shuyter. “Con Stephen, en realidad, tocamos diez años juntos en la Opera de Bruselas y en ese tiempo jamás habíamos hablado de tango, hasta que nos encontramos en un festival”, comenta Eberstein.
“El proyecto busca volver a darle vigencia a la obra de Rovira”, explica el contrabajista. “Nosotros no componemos, no creamos, pero tampoco estamos como conservadores, porque esto es algo prácticamente desconocido”, plantea. “Es la parte del tango que no se revisó”, opina. Y asegura que, como sociedad, “seríamos muy tontos si nos permitimos perdernos a tener otra vanguardia; si podemos tener a Piazzolla y al mismo tiempo este otro tipo que creó otra vanguardia, diferente, sin que uno sea mejor que el otro, abrimos el abanico de lo rica que fue, y nos abre nuevas posibilidades para los que están creando ahora y lo que el público puede atreverse o aceptar a futuro”, plantea. Entre las novedades que Rovira incorporó al género, considera el contrabajista, figuran el uso de la guitarra eléctrica y el dodecafonismo. “Puedo entender que en su momento la gente decía ‘¿qué es este amorfo?’, pero hoy por hoy es mucho más ameno y fácil de digerir porque tenemos más información”, reflexiona.
La comparación, o mejor, los paralelismos entre Rovira y Astor Piazzolla se vuelven inevitables. “Sin dudas, lo de Rovira es más intelectual. Sin dejar de ser pasional, porque no es una cosa fría. Pero digamos que exige más del oyente que la música de Piazzolla”, opina. “Para un músico clásico que quiere hacer el verdadero paso hacia el tango, Rovira es la puerta más fácil porque su música está mucho más conectada a la música académica que la de Piazzolla. Rovira miró mucho a la vanguardia de los años ‘50 y ‘60: tiene mucho de polirritmia, mezcló cosas binarias con ternarias, fue mucho de compases irregulares a regulares. Piazzolla tiene cosas rítmicas interesantes, pero siempre dentro de la estructura grande”, profundiza Eberstein.
Las diferentes personalidades de ambos músicos también marcan las diferencias entre sus obras y, probablemente, el reconocimiento público posterior, pues si Piazzolla se posicionaba en el centro de la escena, Rovira esquivaba flashes y entrevistas. “Piazzolla te dice ‘soy Piazzolla y esta es mi historia’, Rovira te dice ‘tengo esta historia, y esta otra, ¡ah! Me acordé de que también tengo esto’”, compara el contrabajista. “Para no reconocer a Piazzolla, tenés que ser muy tronco musicalmente. Rovira es reconocible cuando lo conocés, pero su marca registrada es el collage. Eso te puede despistar y exige atención porque son muchas ideas que va mechando en un período de tiempo muy corto”.