De esa casa de Paraná en la que aprendió a crecer, el primer recuerdo que se le viene a la mente es esa montaña que le provocaba una felicidad típica del chico que ama al fútbol. No era precisamente una montaña de juguetes. Era mejor. Eran las pelotas de todo el barrio que esperaban ser remendadas por su abuelo Camilo, el hombre que le enseñó el oficio de arreglar, aquello que terminaría siendo el elemento que marcaría su vida. Porque en ese universo de pelotas pinchadas y rotas, el pequeño Roberto supo ser el dueño temporario de las mejores bochas del barrio. Con algunas de esas salía a esperar a sus amigos para despuntar el vicio en las tardes de la ciudad. Muchos años después, el Ratón se sienta a hablar con Enganche para hacer un repaso de esa infancia, de sus entrenadores y de su vida actual, que transcurre entre los campos de futgolf y el arte.
-¿Qué recordás de la noche previa a tu debut en Primera?
-Siempre cuento la historia de mi debut en Ferro. No estaba nervioso por lo que me iba a enfrentar en el campo de juego, sino que estaba nervioso porque no me había enfrentado nunca a una cámara, a qué me iban a preguntar. Entonces, toda la noche previa me la pasé pensando que me podían llegar a preguntar para más o menos armar lo que iba a decir. Eso me pasó durante toda mi carrera. Por supuesto, que uno va aprendiendo y se maneja mejor. No me gusta dar muchas notas por mi forma de ser, soy más introvertido y en este momento, que por ahí las doy más, me gusta pensar que si hablo con vos es darte la exclusividad a vos. Después de la nota seguro habrá otros llamados para hacer otras. Pero si lo repito pierde valor.
-¿Te acordás de esa primera entrevista?
-Fue con un grabador, de esos viejos que se usaban en esa época. Antes, nosotros terminábamos de ducharnos y los periodistas entraban al vestuario y hacían las notas desde ahí. Una cosa increíble. Hoy es imposible. En esa época éramos más cercanos con los periodistas. Pero estaba bueno porque había más cercanía con el jugador, el periodista entendía y manejaba los códigos que te hacen saber qué podés contar y qué no. En un momento eso se rompió, pero yo lo disfruté. Mantengo buena relación con esos periodistas hoy en día.
-¿Qué recordás de esos tiempos?
-Yo vivía en Paraná con mi abuelo Camilo y mi abuela, los padres de mi papá, y una hermana de mi papá. Mi papá ya había hecho su familia y tenía hijos, así que yo me crié con ellos. Fue una infancia a la que recuerdo sin grandes lujos, pero en la que nunca me faltó nada. En su casa tenía sus herramientas e iba a buscar pelotas rotas a las casas de deportes de la zona. Las arreglaba y las cosía. Después la gente empezó a llevárselas directamente a él, por lo que yo crecí rodeado de pelotas. De vez en cuando, agarraba una pelota que me gustaba y me la llevaba para patear, ante el enojo de mi abuelo, que me decía: “Eso no se hace”. ¡La cantidad de pelotas que habré perdido en mi infancia!
-¿Cómo fue tu primera pelota?
-La tengo grabada en la mente. Era blanca y negra y tenía 32 gajos. Tuve muchas, pero las perdía porque las dejaba afuera y desaparecían. Pero a la tarde, después de la escuela, era salir al campito a esperar al resto de los chicos para jugar. Era el dueño de la pelota. Era el más chico, siempre tuve compañeros más grandes que yo y eso me ayudó a no tener miedo de meter la pierna ante gente más grande.
- ¿Cuándo te diste cuenta de que tenías condiciones?
-A los 16 años un amigo de mi papá le dijo que si quería irme a probar a Buenos Aires porque él tenía los contactos y, según él, yo las condiciones para hacerlo. Ahí me dije que si algo vieron es porque el talento estaba. Si no se me daba, seguiría estudiando y laburando con mi viejo, que tenía una distribuidora de reparto de fiambres y lácteos. Yo lo ayudaba en la moto. Decidí ir porque mi viejo me propuso probarme en Ferro y quedé.
-¿Sufriste el desarraigo?
-Fue difícil. El primer año todo bien. Pero fue difícil. En el segundo año, antes de empezar, le dije a mi viejo que si no metía algún partido con Reserva o saltaba a la Cuarta me parecía una pérdida de tiempo seguir y me volvía. Pasaron los meses y llegaron las citaciones a Reserva, algún partido en Cuarta, y eso me animó. Vendieron a Sergio Vázquez y el Viejo Griguol decidió subirme a Primera. Fue muy rápido, porque a los 18 estaba debutando.
-¿Cómo fue esa charla con Griguol?
-Por lo general iba Mario, su ayudante, que fue el que me dijo que iba a subir. Después de un par de partidos llegó el primer contrato, que fue una emoción terrible por haber cumplido sin sueño. Yo tengo un tío en Paraná, mi Tío Lalo, que siempre me fue marcando todo lo que me podía llegar a pasar. Cuando me fui a Buenos Aires me dijo que después de debutar en Primera iba a ir a jugar a River, club del que es fanático. Y después, a la Selección. La verdad que fui construyendo el sueño que tuvo él o que me fue anticipando. Se me pone la piel de gallina cuando lo recuerdo porque es increíble.
-¿Qué recordás de esos primeros momentos tuyos en Primera?
-El Viejo (Griguol) te iba puliendo errores. Era un formador, más allá de que dirigía profesionales. Sigo pensando que el DT, aún hoy, debe tener esa alma de formador que tenía él para sacarle lo mejor al futbolista. Cuando él te veía algo en lo cual te podía mejorar lo hacía y siempre te preguntaba y se frenaba en las falencias que uno tenía. Siempre, antes de las charlas técnicas, lo que el Viejo me decía era: “Bueno Ratón, ¿hoy qué es lo que no tenés que hacer?”. Y ahí sabía si me había entrado el mensaje o no. Para mí fue un adelantado del fútbol, uno de mis maestros, porque decía: “Yo no preparo jugadores para la Primera de Ferro, yo preparo futbolistas con nivel europeo. Hay que ser un señor, hay que comportarse dentro de la cancha, hay que ser querer mejorar todos los días, hay que respetar”. Y eso era Ferro. Fue mi identidad durante toda mi carrera, lo sigo sosteniendo, y si el día de mañana tengo que ser formador sé que tengo una base importante en el tema de los valores que me inculcaron en Ferro.
-¿Te hicieron pagar mucho el derecho de piso en tus comienzos?
-No. Pero si me colocaron en el lugar en el que debía estar. Sin faltas de respeto te marcaban que eras joven. Siempre tuve gente que me cobijó muy bien. Oscar Garré, después en la Selección con Sergio Vázquez, con el Cabezón Ruggeri me ayudó mucho en mi primera citación a los 19 años. Tipos que me fueron ayudando desde el apoyo. “Mirá, escuchá y no digas nada”, fueron las palabras que me dijeron al principio. Pero yo sabía que si pasaba algo ellos iban a estar atrás mío.
-¿Y vos como referente?
-Le daba mucha normalidad a las cosas. Era importante lo que dijera, pero más importante lo era lo que hacía. En su momento, mis compañeros me eligieron como el capitán de la Selección y eso fue un halago tremendo. Hay entrenadores que te eligen por un determinado perfil que ven en vos, pero cuando te eligen tus compañeros es diferente porque con el entrenador compartís horas dentro del campo, pero no afuera. Entonces el ser elegido por mis compañeros me marcó mucho.
-Hablando de Mundiales, hablemos del fatídico gol de Bergkamp en Francia ’98. ¿El error estuvo en no leer un pelotazo de cuarenta metros?
-Exacto. A cada uno que me pregunta le digo que hay un error, pero que me diga cuál es para yo reconocerlo. Todo el mundo se queda con que me hace pasar de largo, pero la falla es otra. Yo no leo un pelotazo de cuarenta metros y, como líbero, no leer un pelotazo así significa que estaba mal posicionado. Si yo estaba orientado y perfilado, esa pelota la rechazo de cabeza o hasta podía habérsela dado a un compañero. Pero son errores como el que tuve en el gol de Owen (NdeR: contra Inglaterra, en octavos de final), que me agarró súper atrás y parado de frente en el área, cuando esa jugada te tiene que agarrar perfilado para acompañarlo y llevarlo para afuera. O lo atacás y lo vas a buscar más lejos para hacerle una falta. Lo que lo hace más notorio es que pasó en un Mundial y cada Mundial que se juegue lo van a repetir.
-En lo personal imagino que ninguna frustración fue tan grande como la de Corea-Japón.
-Nunca estuve tan bien físicamente como en ese Mundial. Un desgarro en la entrada en calor contra Nigeria que me dejó apartado y me prohibió la posibilidad de jugarlo. Yo siempre cuento la anécdota de que en los días anteriores al debut Bielsa le dijo al profe Bonini que tenía miedo porque me veía demasiado potente, que estaba demasiado fino. Le pidió que me baje la carga porque me veía muy bien. Y yo me sentía impasible. Ganaba de arriba, nadie me podía ganar, había terminado bien la temporada con el Valencia muy bien, y encima tenía el respaldo de un equipo que había hecho una Eliminatoria excelente y sentía que estábamos para algo importante.
-¿Pero qué sentiste cuando te desgarraste?
-Nunca me había pasado. Se me había puesto duro atrás y cuando me hicieron la prueba el músculo se me agarrotó enseguida y el médico me dijo que no fuerce más, que estaba afuera. El tema fue cuando me hice la ecografía y me di cuenta que había rotura. Yo tenía en la cabeza de que podía llegar al segundo partido, pero no fue así. Los días daban justos para que vuelva en octavos, porque hicimos un trabajo espectacular con el fisio Buenaventura. La mañana con el partido con Suecia el profe me hizo hacer todas las acciones de partido. Y estaba bárbaro. No llegaba para ese partido, pero para el próximo iba a estar óptimo. Y nos quedamos ahí. Tocó levantar a mis compañeros del mazazo.
-¿Fue el vestuario más triste?
-Sí. Dentro de la cancha, en el vestuario, en el viaje mismo, fue una tristeza inmensa. Me duró un tiempo en mi cabeza. Soñar varias veces. Nunca pensé que me podía doler tanto perder un partido, o no ganar un partido, mejor dicho. Con el paso del tiempo ves selecciones que pasan a octavos con cuatro puntos y comparás con aquel 2002 y te duele.
-Siempre que hablamos de estos temas con ex jugadores de la Selección me aparece el nombre de Julio Grondona. A la distancia, ¿qué recordás?
-No estoy para juzgar a nadie. Recuerdo a Julio como un tipo de pocas palabras, me tocó conocerlo desde chiquito, después de tenerlo más cerca en algunas reuniones y hablar un poco más. No terminabas nunca de conocerlo, pero un hombre que sabía hacia donde quería ir y cómo quería ir. Con errores y aciertos, como los tenemos todos, pero yo por lo pronto lo respeto. A la hora de hablar de los premios las reuniones eran minutos sobre eso y después se hablaba de otras cosas. Es más, nosotros habíamos implementado un sistema de premios, propuesto por el profe (Luis María) Bonini, que estaba basado en el lema que a la AFA no la hacen sólo los jugadores, si no que a la AFA también la hacen los que están a su alrededor. Nosotros sacábamos un porcentaje para que reciban premios cuando jugábamos.
Cuando el ex número 2 de la Selección habla de Bonini, es imposible que la charla no derive en Marcelo Bielsa. “Yo siempre lo defino como un entrenador que me hizo mejor futbolista. El día de mañana yo quiero ser entrenador y quiero ser como él. A mí me hizo mejor. Y de eso se trata. En la selección también el DT te tiene que mejorar. Yo no paro de aprender. Hace poco hablé con Menotti y con dos o tres cosas que me dijo me dejó pensando. Y ese hecho es que algo te hizo ruido. Yo hasta del último técnico que tuve, que fue (Miguel Ángel) Russo en Racing me llevé cosas”, asegura. Y sigue: “A Marcelo (Bielsa) por lo meticuloso, por lo exigente y por su forma de ser, le dicen Loco. Porque nadie lo hace como él, con esa vehemencia que hace todo. Y sacaba cosas del jugador que otro entrenador no despertaba”.
-Chiellini dijo después de la no clasificación de Italia al Mundial que Guardiola arruinó el fútbol italiano porque hizo que los técnicos quisieran imitar su estilo de juego sin tener los jugadores para ello. ¿Hoy el central tiene que tener muchas más cualidades con los pies para poder ser de elite?
-Cuando me tocó ser director deportivo en Valencia y en Racing a la hora de buscar un central todo el mundo decía que había que buscar a uno que tenga buena salida de pelota. Y yo decía: “Si, pero nosotros no jugamos como el Barcelona. Está buena la propuesta, me encantaría yo dirigir un equipo así y me encanta lo que hizo Guardiola”. En eso entiendo lo que dice Chiellini, que todos lo quieren imitar. Yo si tengo que armar un equipo busco que mis centrales ganen duelos. Esa es la característica principal del central que voy a buscar. ¿Cuántos duelos gana de cabeza, cuántos mano a mano gana, cómo cubre los espacios, cuánto me cruza a los costados, cuánto se relaciona con los laterales y los volantes? Después si tiene la salida de pelota será un extra que tiene y lo ayudará a ser mejor, pero para el entrenador va a ser mejor tener un central que le de seguridad atrás.
-Estás haciendo el curso de entrenador, es raro que un futbolista arranque tanto tiempo después del retiro el camino de ser DT. ¿Qué te hizo decidirte?
-Me llevó a decidirme pasarla mal en la tribuna siendo manager. Sufría mucho el partido porque el manager puede dirigir a su entrenador y a los refuerzos y después no hace más nada. Trabaja todos los días mirando futbol porque el mercado siempre está abierto, hace informes, de confirmar jugadores. Pero yo decía, traigo los jugadores y me siento a ver que un técnico los haga funcionar y saque resultados. Entonces, me di cuenta que mi trabajo estaba abajo, entrenando, cambiando las cosas dentro del partido.
-Contame un poco de tu pasión por la pintura.
-Siempre pinté y dibujé. Después de grande, en un regalo de cumpleaños que me hicieron, me anotaron con mis hijos a un curso de pintura. Y empecé a ir a un taller con Sofía y Fran y recordé todo lo que me gustaba pintar, encima lo hacía con mis chicos. Después del retiro tuve un año en el que me pasé noches eternas dibujando y pintando. Me perdía en el dibujo. Mi nexo con la realidad era ese.
-¿Guardas los trabajos?
-Sí. Algunos se los regalé a amigos. Mi primera obra la tiene un compañero (Diego) y fue una obra que es de cuando empecé a incursionar con el arte abstracto y a pintar con acrílico. Había visto una tapa de una revista que tenía buenos colores y los tiré en el lienzo y pinté. A mí me gustó. Hay muchas obras que rompí y hay gente que me dice que las obras no se rompen. Soy de los que empiezan y terminan. No me gusta dejar algo a medio hacer, por eso uso acrílico, el óleo no te lo permite. Pintar me genera tranquilidad.
-¿Qué te imaginás en el futuro?
-Me imagino jugando al futgolf que es otro deporte que me posibilita representar a mi país. En diciembre tengo el Mundial. El deporte me devolvió las ganas de competir, de ir a entrenar, y de ver la competencia desde otro lado. Es un deporte individual. En el futbol tenés diez compañeros que en un mal día te pueden ayudar a disimular un mal día. En el futgolf no, es vos en ese momento preciso y cómo reacciona tu cabeza ante el error. Me ha devuelto las ganas de competir, contra la cancha, no contra un compañero. También seguir con el curso de entrenador. Me veo dirigiendo.
-¿Los tres delanteros más difíciles de marcar en tu carrera?
-Ronaldo fue el más complicado. Potente, habilidoso, no se arrugaba si le pegabas, la pedía siempre. El cabezazo no era su fuerte pero tenía tantas cualidades que era peligroso todo el tiempo. A mí me gustaba marcar a los delanteros que eran grandotes, porque sabía que en velocidad no me iban a pasar y por arriba les competía de igual a igual. Los que no me gustaban eran esos que se sabían ubicar en las jugadas sucias, esos delanteros a los que la pelota siempre les caía. Te voy a hablar de Crespo, de Inzaghi, de Raúl, esos tenían la mejor habilidad de un delantero que era saber posicionarse para empujarla. Y en Italia aprendí que si el delantero que vos marcás hace un gol te hace jugar peor. Por ahí venías jugando un partido perfecto, pero te hace un gol en una jugada en la que no lo estabas marcando vos y pasaste a jugar un partido cinco puntos.
-Y a Messi lo marcaste también…
-Lo marqué poquito con el Zaragoza. Me tocó jugar y le dije que se vaya para el otro lado porque lo quería mucho. Es de esa clase de delantero que no necesita que el defensor le salga, te vienen a buscar. Ellos vienen y te dicen “te voy a pasar”, y te pasan. Le das la derecha para que vaya para ese lado y te va igual porque tiene tanta velocidad y control de pelota en velocidad no tiene problema de perfil. No hay muchos como él. Ronaldinho cuando empezó en el Barcelona lo hacía. A esos los respetás: te dejan en ridículo y necesitás la ayuda de otros para achicarle los espacios.