Una versión harto conocida de la historia de la Medusa, de entre las muchas variaciones antiguas, la presenta como una hermosa mujer violada por Poseidón en el templo de Atenea, quien la transformó inmediatamente, como castigo por el sacrilegio (ojo, la castigó a ella), en una criatura monstruosa con la capacidad mortífera de convertir en piedra a todo aquel que la mirase a la cara. Más tarde, el heroico Perseo se encargó de matar a esta mujer y le cortó la cabeza utilizando su reluciente escudo como espejo para evitar tener que mirarla directamente. Al principio se servía de aquella cabeza como arma porque incluso muerta conservaba la capacidad de petrificar, pero después se la ofreció a Atenea que se la colocó en el peto, en un lugar bien visible (con el mensaje: tengan cuidado de mirar directamente a la diosa).

No hace falta recurrir a Freud para ver en aquellos serpenteantes rizos una reivindicación implícita del poder fálico. Es el clásico mito en el que el dominio masculino se reafirma violentamente contra el poder ilegítimo de la mujer. La literatura, la cultura y el arte occidentales retornan reiteradamente a él en esos mismos términos. La cabeza sangrante de Medusa es una imagen habitual en las obras de arte moderno, a menudo cargada de preguntas acerca de la capacidad del artista por representar un objeto que nadie debería contemplar. En 1598 Caravaggio ejecutó una extraordinaria versión de la cabeza decapitada con sus propios rasgos, eso es lo que se dice, chillando de horror, derramando sangre a borbotones y con las serpientes aun retorciéndose. Unas décadas antes, Benvenuto Cellini había erigido una enorme estatua de bronce de Perseo que todavía hoy se encuentra en la Piazza della Signoria de Florencia: el héroe está representado pisoteando el destrozado cadáver de Medusa, mientras sostiene en alto su cabeza chorreante de sangre. 

Lo que resulta chocante es que hoy en día esta decapitación sigue siendo un símbolo cultural de oposición al poder de las mujeres: los rasgos de Angela Merkel se han superpuesto una y otra vez a la imagen de Caravaggio. Siguiendo esta misma línea, en uno de los arrebatos más necios, una columna de la revista del sindicato de la policía apodó a Theresa May, durante la época en que fue Ministra de Interior, la “Medusa de Maidenhead”. “La comparación con la Medusa puede que sea un poco fuerte, replicó el Daily Express. “Todos sabemos que la señora May lleva un peinado muy bonito”. En el congreso del Partido Laborista de 2017 circuló una viñeta con una imagen de “Maydusa” con serpientes y todo. No obstante, May salió bastante bien parada en comparación con Dilma Rousseff, que se llevó la peor parte cuando siendo presidenta de Brasil, tuvo que inaugurar una importante exposición de Caravaggio en Sao Paulo. Obviamente la Medusa estaba ahí y Rousseff, posando frente al cuadro, dio pie a una irresistible fotografía.

Sin embargo, el argumento de la Medusa alcanzó sus cotas más altas y repugnantes con Hillary Clinton, de quien los partidarios de Trump confeccionaron un gran número de imágenes en las que sus rizos se habían convertido en serpientes. La más espantosa de todas se había inspirado en el bronce de Cellini, mucho más adecuado que la pintura de Caravaggio porque no era solamente una cabeza: incluía también al heroico adversario y verdugo masculino. Lo único que había que hacer era superponer la cara de Trump a la de Perseo y darle los rasgos de Clinton a la cabeza decapitada (en aras del buen gusto, imagino, el destrozado cuerpo que aplasta Perseo en el original fue omitido). Quiero mencionar también una escena satírica de la televisión estadounidense, en la que se presentó una falsa cabeza cortada del propio Trump, pero en este caso el resultado fue que la humorista en cuestión perdió el trabajo. En cambio, la escena de Perseo-Trump blandiendo la cabeza goteante y supurante de la Medusa- Clinton se convirtió en parte del mundo decorativo cotidiano y doméstico de los norteamericanos: se podía comprar estampada en camisetas y chalecos, en tazas de café, fundas para portátiles y bolsas para las compras. Puede que nos lleve unos instantes asimilar esta normalización de la violencia de género pero si todavía tienen dudas de hasta qué punto está culturalmente integrada la exclusión de las mujeres del poder o si recelan de la fuerza que ejercen las formas clásicas a la hora de formularla y justificarla, bien, les dejo a Trump y a Clinton, a Perseo y a Medusa y con eso termino.

Fragmento de Mujeres y poder: un manifiesto, de Mary Beard, historiadora británica especialista en la Antigüedad Clásica, publicado por Crítica.