“Yo parto de que estoy en un momento en que no sé qué va a pasar, estoy en un cambio de época de mi vida”, dice Carlos Bosch, y con un marcador negro esboza, papel blanco en un atril, una cara de frente. “Entonces tengo que estar representando en las fotos que me saco un poco lo que me está pasando”, dice, y la cámara muestra una tira de balas viejas, el metal que ha pasado del óxido al verdín. “Así que la idea es hacerme un autorretrato en el que yo esté en medio de la imagen, con esta cara que aquí se esfuma”, sigue, y dibuja un perfil a un lado, y otro perfil al otro. “Para acá o para allá, no sé bien todavía cuál va a ser mi autorretrato definitivo, si mirando para atrás en mi vida, o para adelante. Por eso el presente es lo más importante”.
La escena transcurre casi al comienzo de Sombras de luz, el precioso retrato que sobre Bosch hicieron Daniel Henríquez, Leonardo Novak y Carmela Silva, un documental que se estrena el próximo jueves en el Gaumont y entrevera varias vertientes narrativas para contar de este fotógrafo fenomenal que se empeña en buscar “la profundidad de lo que hay”, dice, y ahí están la violencia, las violencias, la degradación, la muerte. También casi al principio la música de un piano acompaña un recorrido, paisajes de nubes vistas desde arriba, mapas, negativos y sus fotos, señales de sus trabajos para el diario Noticias y la revista Siete Días antes de irse al exilio, los viejos que retrató en el hospicio de Barcelona y su registro de la España posfranquista, las primeras marchas gay allí, el fascismo profundo de quienes añoraban al dictador, las marcas de la iglesia y de la pobreza, sus coberturas en zonas de guerra (Afganistán, el Líbano) para las principales revistas del mundo. Bosch se fue del país a comienzos de 1976, advertido por su padre de que lo buscaban para matarlo, y volvió a fines de 2007 para cuidar a su madre, la salud de ella ya deteriorada; en medio de eso, cuenta, pasó dos décadas en Luxemburgo, viviendo en una granja, sin casi hacer fotos. Ante un grupo de jóvenes Bosch habla de la serie que hizo con su madre internada en el hospital Italiano; o de una anciana ya desahuciada que un grupo de vecinos encontró sobre una cama: “Habían entrado por el olor a podrido que salía del departamento –cuenta–. ‘Quiero que la dejen como la encontraron, ¿cómo estaba?’ Estaba con una bombacha, nomás. ‘Bueno, así’. ‘¡Usted está loco!’, me dijo una vecina. ‘Mire, si resulta que esta foto es impactante, yo la doy grande en el diario y alguien se va a encargar de esta mujer’; porque nadie se hacía cargo. Yo así, no le meto una bicicleta ni nada: digo las cosas como son, soy un cuervo, soy un hijo de puta, pero esto funciona. Me subí a una silla, iluminé con seis velas, hice la foto y salió en el diario a toda columna. Y la ambulancia la fue a buscar”.
–Si Carlos fuera un medio gráfico, ¿cuál te parece que lo representaría? –le preguntan al Oso Smoje, compañero de Bosch en Noticias.
–Goya –responde Smoje–. Lo emparento con la pintura de Goya.
–Si fuera una luz sería la luz que yo uso, la renacentista–, dice Alfredo Sánchez, amigo desde la época de editorial Abril.
–Sería una enciclopedia combinada -dice Mempo Giardinelli, compañero de coberturas en la primera mitad de los ‘70, la llegada de Allende a la presidencia chilena, por citar alguna–. Con una visión muy honesta de la vida, muy radicalizada, muy sensible, muy rigurosa. No sé si ese libro existe.
–Me cuesta encajonarlo -dice el sociólogo y pintor Jorge Abot–. Una categoría es eso, encajonar para tratar de ayudarte a pensar. Pero a la vez que vos clasificás, descalificás. Y me cuesta. Me cuesta. Tal vez no quiera hacerlo.
Los amigos, estos cuatro sobre todo, es una de las vertientes que estructuran Sombras de luz: el documental registra los preparativos para un retrato que Bosch tomará de cada uno, y cada uno a la vez interactúa con él en algún ámbito (Smoje en el Salón Nacional de Fotografía, Giardinelli en el Foro de la Lectura que organiza desde hace más de dos décadas en Chaco) y cuenta de tiempos compartidos, de improntas y búsquedas. Las presentaciones y/o intervenciones públicas son otra de las vertientes, y entonces la cámara lo acompaña en su ida al Centro Cultural Haroldo Conti en la inauguración en 2014 de El huevo de la serpiente, las fotos sobre el fascismo posfranquista que nunca había exhibido en Argentina: “El origen del Partido Popular de hoy, está acá” dice. “Mi idea fue decir acá tengo un material, vean esto; para los chicos, que a lo mejor no lo conocen. Es una reflexión: pensemos dónde estamos y dónde podemos ir a parar si no le damos importancia a muchas cosas de nuestra vida cotidiana, que nos pueden llevar en adelante a un cambio, un cambio en ese sentido”. La cámara registra también su participación en el encuentro de reporteros gráficos de 2016 en Río Tercero, en el que subraya que la evolución tecnológica, la híper sofisticación de las cámaras, y el aluvión de imágenes son funcionales al neoliberalismo, dice, y plantea que el fotoperiodismo está en crisis. O lo muestra, el documental, en la previa de una exposición sobre Noticias en la Biblioteca Nacional, mientras revisa unos negativos, el contraste potente con el Bosch jovencito retratado ante el bosquejo de una portada del periódico de Montoneros. “Cuando cerró el diario seguí haciendo moda y publicidad, en revistas, hasta que un día me llama mi padre desde Mar del Plata y me dice ‘venite urgente, que tengo algo que decirte’ -cuenta Bosch-. Me fui y cuando entré al restaurante vasco mi viejo tenía al lado a Osiris Villegas, que había sido general en la época de Onganía. ‘Este compañero te tiene que hablar’, me dijo mi viejo, y el tipo me dice: ‘En honor a la amistad que me une con su padre, que es un caballero, no como usted, más vale que se vaya. Y que se vaya rápido. Si es mañana, mejor’. Así. Dije: ‘Bueno, muchas gracias’. Y me fui”.
Los relatos de Bosch son extraordinarios, conforman otra de las vigas maestras del documental y por tramos provienen de una entrevista específica para este trabajo. “Es una película hecha con mucho amor, de amigos, y yo no vi nada hasta que estuvo lista” cuenta Bosch. “Un día Daniel (Henríquez), a quien conocí por un trabajo para Encuentro, me dijo ‘Che, vamos a hacer un documental con tu vida, que es tan interesante’. Porque el problema es que cuando empiezo a contar las cosas que viví piensan que estoy mintiendo, que no pueden ser. Hasta que empiezan a corroborarlo con otros, que dicen ‘Ah, yo estuve con Carlos en tal lado… Sí, es un loco’. Hay cosas que en la película están contadas a medias, y me imagino que fue la intención de ellos, que más que hacer la historia de toda mi vida pensaron en hacer como flashes. Y está bien, porque le encaja misterio”. Situaciones descabelladas: sus reportajes en Nuremberg con el nazi Karl Heinz Hoffman, que entrenaba mercenarios con la ilusión de invadir Laos; sus años como infiltrado en la falange franquista, haciéndose pasar por uno de ellos; el límite que encontró en Beirut, cuando supo que había cruzado un borde jodido. “Hay un punto en el cual las cosas me entusiasman y me voy dejando llevar, pierdo la perspectiva –narra en Sombras de luz–. Un día no tenía nada y entonces le pedí prestado el Kalashnikov a un pibe y se lo puse en las manos a una vieja que estaba ahí: una foto fabricada, horrible además. No sabía qué hacer. Y uno se va poniendo nervioso; y entonces viene uno y te dice ‘por veinte dólares te cruzo’. ‘Y bueno, cruzá’. Ahí perdiste la perspectiva. Y yo me di cuenta de las buenas imágenes eran capaces de convencerme a mí de cosas que yo no tenía ganas de hacer, a lo mejor”. Lo que había que cruzar era un límite custodiado por francotiradores: en la foto se ve la tierra que levantan los disparos a los pies de un jovencito que corre por su vida, por veinte dólares.
Las balas viejas del comienzo, las que aparecen mientras Bosch reflexiona sobre sus autorretratos, cuya producción e ideario son acaso el principal articulador del documental: es en lo que estaba trabajando durante la producción. Es una serie a la que llamó “Los miedos”: “Son los míos: la cárcel, el geriátrico, el linyera, el alzheimer, el acv, la pobreza y la muerte”, dice. La cámara lo registra durante sus búsquedas, en la cárcel abandonada de Caseros, o mientras prepara una máscara blanca; uno de estos autorretratos, por caso, dialoga con una foto que tomó en el hospicio de Barcelona. La cámara lo sigue también en las presentaciones que hace al Salón Nacional, un periplo que arranca con una foto que no entró en competencia y otra que obtuvo una primera mención”.
–¿Sabés que me pegó mal? No tenían que haberme dado nada –le dice a Smoje durante esa premiación–. Ahora me hice una promesa: en cada Premio Nacional voy a presentar un autorretrato, hasta que digan ‘no lo queremos ver más’, jaja.
–Te diría, consejo de tonto, nunca más presentes autorretratos –responde Smoje–. Seguí haciendo fotos y dejate de romper las bolas. Estás equivocado, demasiado compuesto. No es algo que vos vas caminando por la calle y brrumm, encontraste al tipo.
–Es que yo no quiero hacer más eso, ese es el problema. Pero quiero seguir haciendo el tema. Entonces le doy toda la vuelta para poder mostrarlo de otra manera.
La perseverancia resultó: su Autorretrato número dos ganó en 2016 el Gran Premio Adquisición. “Todavía no llegué a hacer del todo mi fotografía” dice Bosch en el documental. “Sigo buscando cuál es, porque sigo picando un poquito en cada lado; la característica de mi fotografía es que nunca respeté una línea: yo fui fotoperiodista, redactor gráfico, fotógrafo artístico, como se decía antes… un poco de todo, porque a mí lo que me interesa es la comunicación. Y hay distintas formas de comunicarse. Entonces no tengo un distintivo de firma, una manera del lenguaje, sino que utilizo la que me parece adecuada para cada momento, para comunicarme y entenderme. Para que me entiendan: yo no susurro con mis fotos. Hay muchos fotógrafos que susurran, que son hermosos para ver y quedarse delante. Yo no susurro: intento gritar para comunicarme”. A comienzos de año expuso en La Habana y ahora sigue con sus clases particulares: ya terminó esa serie de autorretratos. “Era una especie de catarsis, un rebusque para tener un tema”, dice Bosch para esta nota. “Hoy para mí la docencia es más importante que hacer fotografías”. Se ríe bastante de sí mismo, de algunos achaques físicos, de alguna desgracia doméstica, de las cosas que, como se ve en el documental, estallan, no encajan, no conectan. “Cuando le hacen una película a uno, uno se queda con el Narciso más grande que una casa”, se ríe. “Y sí, qué vas a hacer. Es incontrolable eso. Hasta creo que me compré ropa nueva para el estreno y todo. Como que cambiás de estilo, ¿viste?, y decís: ‘Ahora soy una estrella’”.
Sombras de luz se estrena el jueves 2 de agosto en el cine Gaumont, Rivadavia 1635. También se podrá ver todos los domingos de agosto en el Malba, a las 18.